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¡Dimisión, Crucifixión!

Miguel Ángel Vázquez

Coordinador y portavoz en Por Un Mundo + Justo —

Año 2011. Entra Rita Maestre en el templo gritando consignas contra quienes han convertido la Universidad en una cueva de capillitas. No empuña látigo alguno, sólo un inocente sujetador (el que lleva). Tiempo después, tras su entrada triunfal en el Ayuntamiento entre los ramos y las palmas de los que alaban a Emmanuela, los más fanáticos de entre los religiosos la vuelven a llevar ante los tribunales paganos para que pague por su ofensa. “¡Culpable!”, gritan jaleados por los suyos en las redes sociales, “¡culpable!”. “Yo no he encontrado culpa alguna en ella”, dice el obispo Osoro. “¡Crucifícala! ¡crucifícala!”, gritan cada vez más alto los defensores de la tradición y el statu quo imperial. Los tribunales paganos, por no revolver más a la plebe ya que se acercaba su fiesta grande, se lavan las manos con una multa sacada de un retorcido y anticuado concepto: profanación. “¡Que pague!”, “¿acaso va a desobedecer una condena?”, “¡Dimisión, crucifixión!”.

Entiéndase la metáfora y el exceso, sobre todo aquellas personas con la piel fina con respecto a esta cosa de la ofensa al sentimiento religioso. Ofensa al sentimiento religioso… casi nada… No a la religión en sí (¿a cuál? ¿Las religiones se ofenden, tienen en sí capacidad de indignación? ¿Y, si se contradicen dos religiones y se ofenden entre sí, quién gana sobre la otra?). Ofensa a un sentimiento que se paga con ni más ni menos que con multa. A veces los tribunales se llenan de poesía y no nos damos cuenta o no lo valoramos lo suficiente.

Podría hablar, ante este panorama, de –por qué no- la ofensa al sentimiento de libertad de expresión, que cada vez se ve más y más resentido en este país en el que te lo tienes que pensar dos veces antes de escribir un tuit. Pero vamos a seguir con la cuestión esta tan medieval de la ofensa al sentimiento religioso, vamos a desarrollarla. Quizá, quién sabe, podamos llegar a sacarle partido a esta puerta mal cerrada del Ministerio del Tiempo. Para ello intentaré reflexionar desde el contacto y lo que escucho y siento en tantos movimientos cristianos de base.

Ofensa al sentimiento religioso podría ser que un ministro, pongamos que del Interior, se jacte de ir a misa diaria o de tener un ángel de la guarda que le aparca el coche a la par que sigue sin dimitir por las muertes del Tarajal y ordena mayores controles fronterizos. Un ministro que, en esta suposición, no hubiese demostrado la más mínima señal de respeto por las mencionadas víctimas y aún no hubiera comunicado a sus familiares, dos años después, donde están enterradas. Un ministro que besases crucifijos al tiempo que llamase a las personas refugiadas “goteras de Europa”. Un ministro, en fin (quisiera abundar en esto), que tenga un ángel que le aparca el coche (¿hola?).

Ofensa al sentimiento religioso podría ser, qué se yo, que un Domingo de Ramos le diera a la Unión Europea por deportar a todas las personas refugiadas e inmigrantes a Turquía para que se busquen la vida (o la muerte). Podría ser programar un vuelo de deportación desde España a Senegal y Mali en Martes Santo, día en que, como recordaba Javier Baeza en twitter, el Evangelio repetirá ese “os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar”. Podría ser derribar chabolas en El Gallinero dejando a niñxs en la calle en pleno invierno a la par que se inaugura el belén municipal. Podría ser reírse en el Congreso cuando se habla de pobreza infantil. Podría ser desahuciar gente habiendo pisos…

Podría ser, ya puestos, que a un arzobispo saliente le diera por agenciarse un ático de lujo y encargase que le pusieran todo el suelo hecho con maderas de la india (de la madera certificada de comercio justo para qué vamos a hablar).

Todo esto, claro, si tomamos por sentimiento religioso la literalidad de lo que se supone que quiso decir hace 2000 años el de Nazaret, lo de poner a los últimos los primeros y demás (que no lo digo yo, oiga, que lo dice el Papa).

Se conoce, en cualquier caso, que para estas cosillas la piel de los ofendidos no es tan fina. Ya es curioso. Da por pensar que, más que el sentimiento religioso, lo que se ofende son los privilegios, los privilegiados.

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