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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

(E)lecciones francesas

El socioliberal Emmanuel Macron.

Ibán García del Blanco

Exsecretario Federal de Cultura y Movimientos Sociales del PSOE —

Decía Victor Hugo en el centenario de la muerte de Voltaire: “La nueva sociedad, el deseo por la igualdad, el comienzo de la fraternidad que se llama a sí misma tolerancia, recíproca benevolencia, el justo acuerdo entre personas y derechos, la razón reconocida como suprema ley, la aniquilación de los prejuicios, la serenidad del alma, el espíritu de indulgencia y el perdón, la harmonía, la paz; mirad, todo eso provenía de su gran sonrisa”.

Victor Hugo y Voltaire… cuando pensamos en Francia, no solo lo hacemos en un gran territorio europeo. En palabras de Victor Hugo, Voltaire “era más que un hombre, era una época”. Francia es más que un país, es una idea que ilumina la razón. Y tras los más de 7 millones de votos recibidos este domingo por el fascismo populista representado por Le Pen, es como si nos estuvieran robando nuestros sueños.

Bote pronto y después de escuchar y leer todo tipo de explicaciones sobre el resultado de la primera vuelta de las presidenciales francesas –y algunas extrapolaciones más que forzadas–, quiero aportar mi propia interpretación. Y detenerme un poco más en el resultado del Partido Socialista Francés (PSF).

Gana Macron y con toda probabilidad será presidente de Francia. Es paradójico que el ministro de Economía de Hollande, quien con sus medidas comenzó la senda del gran desgaste del PSF, al final se beneficie de su alejamiento de ese buque hundiéndose que era el partido. Por cierto, no deja de sorprenderme la fascinación y el entusiasmo que muestran algunos históricos del socialismo español hacia Macron, cuyo partido se reivindica como “el Ciudadanos francés”. Creo que esa actitud habla mucho de su desnorte ideológico. Por no hablar de lo que supone para quienes se reivindican como las esencias puras de su partido, el jalear a quien dejó en la estacada al PSF justo cuando peor lo estaba pasando.

La derecha tradicional francesa de Fillon paga la multiplicidad de escándalos en los que se halla su candidato, pero todavía mantiene un respaldo notable teniendo en cuenta esa circunstancia. Esto habla de la tolerancia de cierto votante de derechas con la corrupción, independientemente del país del que hablemos.

El fascismo de Le Pen sale reforzado de estas elecciones, normalizado y con increíbles porcentajes de voto –que solo compensa su bajísimo apoyo en París–. Recibe además el sostén mayoritario de grupos que tradicionalmente apoyaban a la izquierda, tales como obreros no cualificados.

Que todo esto pase en Francia, uno de los grandes países de Europa, es más que preocupante. Al mismo tiempo, y una vez constatado el desahucio del PSF, Mélenchon recibe el voto “útil” de la parte del electorado socialista más escorado a la izquierda –y el mayoritario de los más jóvenes–. Asombra, por cierto, que todavía no haya despejado las dudas acerca de para quién pedirá el apoyo en la segunda vuelta. Se constata que hay cierta izquierda que ha banalizado el fascismo, igualándolo a otras ideologías “enemigas”, lo que es una miopía tremebunda porque no hay equiparación posible.

El PSF venía desahuciado del mandato Hollande y solo el instrumento de las primarias generó expectativas de recuperación durante unos meses. Si alguien recuerda los porcentajes de apoyo popular a Valls o a candidatos “ortodoxos” del PSF en aquel momento, eran también para echarse a llorar. Conviene recordar que las primarias del PSF son abiertas y por lo tanto se supone que participa un porcentaje estimable de su electorado; no es un asunto solo de esa “militancia radicalizada”, de la que nos dicen que poco menos que viven en cavernas. Las expectativas de apoyo de Benoît Hamon después de las primarias no eran nada malas, teniendo en cuenta de dónde se venía... y lo eran precisamente por su separación de la era Hollande, no por su “radicalización”.

Tras las primarias, una buena parte de la dirigencia del PSF se comportó con absoluta deslealtad, alguno apoyando abiertamente a Macron. Es especialmente notable el caso de Valls, que no acepta su derrota de forma abierta y declara su conciencia incompatible con el programa del PSF. Los socialistas pues se presentan a las elecciones abiertos en canal y el resultado es una suerte de profecía autocumplida por parte de algunos popes del partido. Seguro que en España esa actitud nos suena: o me das el balón, o lo pincho y digo que es culpa tuya que no podamos jugar.

La campaña electoral de Hamon fue un desastre. En plena subida de sus expectativas en las encuestas, llegó el primer debate y se derrumbó. Esto, combinado con la guerra fratricida que vivía el PSF, provocó que el electorado amortizara al candidato y buscara otras opciones de “voto útil”, según sus afinidades ideológicas. Ya que estamos, recomiendo vivamente estudiar algunas partes del programa de Hamon, porque con cosas como el reparto del trabajo, la automatización, Europa... creo que da en el clavo. Una lástima que ni eso haya sido capaz de explicar durante la campaña.

Parece entonces que dos outsiders de la política tradicional se jugarán la presidencia en segunda vuelta. Si eso no hace reflexionar acerca de que lo que están también en crisis son las formas de hacer política “de toda la vida”... Por cierto, cuando se defiende que gobierne la lista más votada, hay que pensar en que así, hoy Marine Le Pen no tendría la presidencia de Francia por apenas un 2% de los votos.

Una vez más, y esto sí es tendencia en toda Europa, las elecciones se polarizan entre el sistema y la huida del sistema, que ven solo como opción los perdedores del neoliberalismo (que aquí optaron por Le Pen y Mélenchon). Si no se observa esto y se pretende seguir viendo con las gafas de siempre, erraremos en el diagnóstico. Lamentablemente, la socialdemocracia sigue sin ganar credibilidad como alternativa reformista dentro del sistema; ese es su déficit, o se encarna el cambio o no se sirve para nada.

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