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Falsedades en la desmesura

José Antonio Pérez Tapias

En España ha sido populista hasta el gato. ¿A qué viene seguir esgrimiendo la acusación de populismo como mantra estigmatizador, tratando de presentar a determinados partidos, rotulados como populistas, fuera de lo que se define como orden democrático? Está claro que la pretensión de tal descalificación es excluir –los tildados como populistas se sacan, además, abusivamente del campo de los 'partidos constitucionalistas'-. Si eso lo hacen determinados partidos desde la autopercepción de que son los consagrados para velar por el buen funcionamiento del sistema, habida cuenta que en campaña electoral se trata de recortarle los espacios a los adversarios, el colmo de tal afán de exclusión es que sea impulsado por un diario de tirada nacional, otrora con fama de progresista, que pone el mensaje de su línea editorial bajo titular tan expresivo como éste: “Una gran impostura”. Toda la argumentación va dirigida a hacer ver que Podemos, y ahora su aliada IU, contaminada al coaligarse, es un partido que para nada es de fiar, con un populismo tan proclive a la ductilidad, además, que hace que la propuesta política que representa sea una impostura de grueso calibre, es decir, una falsedad inductora de engaños de lamentables consecuencias.

Podría decirse que sorprende en un diario que se identifica a sí mismo como “el periódico global” tan interesada parcialidad al formular un juicio tan duro como el citado, en vísperas de campaña electoral, con afirmaciones que van mucho más allá de lo que pudiera ser una legítima toma de posición. La virulencia de la descalificación hace sospechar que algo de mucha envergadura se ve peligrar cuando el ataque es tan feroz. Pero tampoco hay que extrañarse, ese mismo “periódico global” fue el que en puertas de las elecciones del pasado 20 de diciembre se dejó caer con otro editorial bajo el título: “Rajoy no puede, Sánchez no debe”. En aquellas fechas, desacreditado el primero, ningún margen se dejaba, con tal apelación negativa al deber, para lo que pudiera el segundo. No cabe duda que la pretensión de sentar cátedra mediática en medio del ágora política era evidente, como lo es ahora al querer jugar a juez de las fuerzas en liza, pero a la vista está que nada imparcial.

Vaya por delante que considero un error por parte de los dirigentes de Podemos el haber utilizado en demasía planteamientos de esa variante de un populismo de izquierdas teorizada por Ernesto Laclau teniendo a la vista, sobre todo, la realidad argentina. Ni España es el país austral ni Podemos debiera tratar de asemejarse al peronismo en algunos de sus aspectos. La misma noción de hegemonía que emerge desde una “razón populista”, emparentada con la de Gramsci, pero difiriendo de ella, no se adecua a la realidad de un pluralismo político –y la pluralidad nacional- de la intensidad que presenta el panorama español. Es la corrección de esa perspectiva la que produce un corrimiento hacia la izquierda de la tan invocada “transversalidad”, hasta acabar pactando con la fuerza política liderada por Alberto Garzón. Mas una vez observado eso, no deja de extrañar el trato negativo que recibe el pacto que da lugar a Unidos Podemos, tachándolo de “artificial y oportunista”, que son epítetos a todas luces muy lejos de aquellos con los que se aplaudía el infructuoso pacto entre PSOE y Ciudadanos.

Es cierto que en los programas electorales suelen quedar demasiadas zonas de incertidumbre –y algunas que pretenden no serlo, malamente resuelven las certezas, como ocurre con la antisocial promesa del PP de bajar los impuestos, en momentos de cuentas públicas nada propicias para ello-. No obstante, la crítica que tal cosa puede merecer bien estaría que se dejara ponderar por cierta perspectiva para no llegar a un maximalismo injusto. Habrá que recordar las suspicacias que levantaban al comienzo de los años ochenta el PSOE de aquellos “jóvenes nacionalistas (españoles)” –así se los llamaba en la órbita de la diplomacia estadounidense- que, entre otras cosas, se mostraban contrarios a la pertenencia de España a la OTAN. Sabemos en qué acabó aquella posición una vez convocado… ¡un referéndum! ¿Por qué tanto temor ahora a la propuesta de un referéndum en Cataluña, para que la ciudadanía se pronuncie sobre sus preferencias en cuanto a la relación de su nación con el Estado español? Desde Podemos bien pueden defender con más claridad lo que sostienen, ciertamente, pero a cualquier ejercicio ecuánime de análisis político habrá de repugnarle que se diga que la formación morada es proclive al independentismo o a al rompimiento de España. Después de todo, dicha propuesta es similar a la que llevaba el PSC en las elecciones autonómicas de 2012, propuesta programática hoy abandonada en aras de una reforma constitucional de carácter federalizante, como la que propone el PSOE, aunque sin esclarecer como se debiera el modelo de Estado federal al que se aspira. Éste tendría que ser ciertamente plurinacional si en verdad se quiere dar solución a la grave crisis del Estado español.

¿Pero por qué, entonces, tan marcados acentos negativos sobre Podemos? Sobre la derecha que representa el Partido Popular apenas unas palabras para destacar su cerrazón y parálisis. Y poco sobre su inacabable pretensión de encubrimiento de la corrupción sistémica que le afecta, que de suyo debiera impedir que Rajoy, presidente del partido, fuera de nuevo candidato –en una democracia decente habría dimitido en su anterior mandato-. Y Ciudadanos, con mención de pasada en lo que a su líder se refiere, es tratado salvaguardando la imagen de un partido cuyos dirigentes son llamados a estrenarse en el selecto Club Bilderberg, foro del más exquisito capitalismo global. Es el PSOE el que, por otra parte, sale malparado en el análisis, con los muy pocos esperanzadores datos de los sondeos de intención de voto pegados a su nuca. “Desdibujados y faltos de audacia” se presenta a los socialistas, pero a la vez se les envía un mensaje nada subliminal, sobre todo a Pedro Sánchez, su secretario general y candidato a la presidencia: nada de pactar con impostores.

Descritas como “draconianas” las condiciones que puso Pablo Iglesias, líder de Podemos, para pactar con el PSOE, y aun reconociendo, aunque el término empleado de nuevo sea excesivo, que la forma de presentarlas no favorecían un pacto –éste se fraguaba en verdad con la derecha presentable de Ciudadanos-, se pasa por alto que desde el mismo Comité federal socialista del 28 de diciembre se pusieron tales condiciones para pactar con el partido morado que, en verdad, eran obstáculos insalvables. Presiones internas y externas impedían al PSOE decantarse hacia un pacto por la izquierda. El referéndum en Cataluña aparecía como la coartada idónea para decir “no” a Podemos –la política catalana, como se ha dicho después en desafortunada generalización-. El estilo de Iglesias era la excusa reiteradamente sobrevenida. Pero no eran menores motivos los atinentes a política económica y planteamientos respecto a la UE y las imposiciones de Bruselas, asuntos respecto a los cuales, como se vuelve a comprobar desde las páginas del “periódico global”, es muy fuerte la negativa de los poderes económicos, políticos y mediáticos que pesan fácticamente en el sistema instaurado en España. Es por eso que ahora, ante toda posible tentación futura, se lanza el mensaje de advertencia: ningún pacto con los impostores.

A la descalificación moral le sigue la exclusión política. Se sabe que el PSOE tendrá que decidir en el momento crucial que se presentará a partir de abrir las urnas el próximo 26 de junio. Haya o no haya sorpasso en votos por parte de Podemos, la cuestión será con quién van a pactar los socialistas. Hay quienes quieren dejar ya atado y bien atado el cierre de la puerta que abre hacia la izquierda. Lo viene diciendo el periodista Iñaki Gabilondo, que no hace meras conjeturas. Por eso a los socialistas nos interesa tanto que no se difundan falsedades bajo apariencias de ponderados análisis, pues ellas alimentan la desmesura que abona el terreno de la derecha al que algunos pretenden llevar al PSOE. Es la cuestión. El socialismo español está ante un nuevo trance hamletiano: ser o no ser.

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