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Madrid, titiriteros, sustituciones... ¿y la política cultural?

La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, con la concejal Celia Mayer, a quien releva de Cultura para que se ocupe de la nueva área de Igualdad.

J.M. Costa

Comisario y crítico de artes visuales y sonoras —

Se ha sustituido a la concejala de Cultura de Madrid. ¿Tiene que ver semejante decisión con la Cultura? ¿Con cómo se han gestionado estos dos años? Según parece absolutamente nada. Así se deduce al menos de las informaciones y análisis recogidos en los medios.

Verán, según se refleja de forma unánime, Celia Mayer estaba condenada porque era “la concejal más polémica”. Ya se sabe, titiriteros, Reyes Magos, placas de religiosos y alguna cosa más. Este sería el detonante. El otro factor sería una presunta “ruptura en Ahora Madrid”, tema que sin duda conocen de cerca quienes informan sobre el Ayuntamiento. Y eso es lo que hay, escandalitos tan llamativos como anecdóticos, tensiones larvadas o equilibrios internos. Lo que se puede llamar política super-estructural, también conocida como politiqueo. ¿Y de lo sustantivo, de la buena o mala acción del Ayuntamiento en Cultura? Pues nada, ni una palabra, no debe jugar un papel destacable.

El politiqueo tiene su valor y su influencia, pero ¿lo que haya sucedido en políticas culturales no merece ni una escondida mención? Y quien dice Cultura puede decir Urbanismo, Hacienda o cualquier otro sector. Incluida la Violencia de Género, puesto para el que Celia Mayer, su nueva responsable, parece bien cualificada. Porque aunque muchas veces no se refleje, lo fundamental es la acción política, no las intrigas políticas. O debería serlo.

¿Y qué tal dicha acción política? Pues mal por casi inexistente. La defenestración de Guillermo Zapata por el asunto Twitter dejó al grupo municipal de Ahora Madrid prácticamente sin recambio, pues Zapata es el único concejal junto a Montserrat Galcerán (una activista de Tetuán) que tiene relación con la cultura. De 19. Complica las cosas que en el Ayuntamiento de Madrid los delegados de área han de ser concejales, de forma que el puesto recayó en Celia Mayer, especialista en políticas de género y movimientos sociales. Mayer nunca ha demostrado comprender el departamento que le cayó en suerte. Seguramente por ello no haya presentado una idea global sobre cómo debían hacerse las cosas. Ni tampoco un plan estratégico. Así que se han hecho cosas pero un poco al voleo, por así decir. Esto es lo que hay y lo sabe cualquier persona relacionada con la cultura en Madrid.

Lo urgente para los ciudadanos no es que haya menos polémicas lanzadas desde el conservadurismo más rancio o que la cultura solo le importe a la oposición si sirve para atacar al Ayuntamiento. Tampoco que se cambien o se dejen de cambiar los nombres de unas naves dedicadas al teatro tampoco hace tanto tiempo. Lo urgente es que se organice la cultura en la ciudad, desde sus distritos a sus instituciones emblemáticas. Y ello aparcando cuotas ideológicas y personales e identificando en primer lugar cuáles son las necesidades en el terreno cultural de unas de las mayores ciudades de Europa. Con una infraestructura cultural como pocas.

El Ayuntamiento tiene dos tipos de competencias diferenciadas: la central y la de barriada. Además y relacionada con ambas, la organización de una serie de actividades, de orden festivo en su mayor parte. La central dispone de todo tipo de locales como Matadero o Conde Duque, teatros, Medialab Prado, museos, auditorio... Casi todo ello fue agrupado por el Ayuntamiento del PP en un solo organismo llamado Madrid Destino, cuyo trasfondo ideológico implicaba considerar la Cultura como factor económico, no social. El nuevo responsable de Madrid Destino, Santiago Eraso, pudo hacer más bien poco. No era fácil y en último extremo se trataba de una decisión política: o se volvía a trocear Madrid Destino (que tampoco había creado una estructura central) o se reforzaba esa estructura dándole un... destino. La decisión política nunca ha llegado de forma clara.

Ha de considerarse además que en Madrid confluyen instituciones culturales de otras administraciones y también de grandes o pequeñas fundaciones privadas. Y ello ha de tomarse en cuenta porque al público le importa muy poco la titularidad de tal o cual institución. Esas instituciones no municipales pueden tener la potencia de un museo del Prado, de un Reina Sofía o de un auditorio y una orquesta nacionales. Hay salas y teatros tanto nacionales como de la Comunidad y fundaciones como las de Telefónica, La Caixa, Mapfre y otras muchas, muy variadas, que juegan un papel. Con un poco de estudio puede identificarse cuáles son los puntos fuertes en Madrid y cuáles son las carencias. Un ejemplo casi perogrullesco: no tendría mucho sentido que el Ayuntamiento promoviera la pintura clásica teniendo el Prado y el Thyssen.

Con todo, donde el Ayuntamiento tiene competencias casi exclusivas, bien directamente bien a través de las juntas, es en lo local. Prácticamente todos los distritos tienen centros culturales. Y tienen más que estudiado el vecindario. Lograr que la cultura también se produzca en los barrios es algo que debe ir más allá de iniciativas como los pasados Veranos de la Villa, modélicos en ese aspecto.

José Guirao, actual director de la Fundación Montemadrid y fundador de La Casa Encendida de Embajadores, comentaba que “lo deseable no es que haya una Casa Encendida en Madrid, sino que hubiera una en cada distrito”. Comentar que LCE adoptó desde el primer momento una forma de funcionar que incluía educación, medio ambiente, cursos y actividades de todo tipo y muy ligadas al barrio junto a exposiciones y festivales atractivos para toda la ciudad. No es algo mandatorio sino que, como esta, puede existir una idea y un objetivo alrededor del cual articular tanto una propuesta cultural como la económica que debe acompañarla y ha de exigirse.

Finalmente señalar que, siendo lo primario aquello que repercute en los ciudadanos, reconsiderar el papel de la cultura en la lucha política es algo tanto estratégica como tácticamente necesario. Bajo el manto de la no-ideología, el PP tendió a la integración de la cultura en el ciclo económico-comercial, actuando con pretendidos criterios de rentabilidad empresarial, que no social. Parece lógico que esa dinámica se ponga en cuestión por parte de un ayuntamiento en el que buena parte procede de lo que genéricamente suele llamarse el Común.

Pero es que, además, un ayuntamiento como el de Madrid, cuya gestión en terrenos materiales como Hacienda, Urbanismo o Servicios Sociales iba a ser casi forzosamente mejor que la del PP (aquel “no robar ayuda” de Manuela Carmena), la Cultura o Tráfico se convertirían en caballos de batalla de la oposición, que lógicamente busca dar la batalla en un terreno que más le convenga. Marchar alegremente a esa batalla sin un bagaje organizativo y argumentativo bien diseñado parece un poco suicida. Y de hecho se ha cobrado víctimas innecesarias.

En fin, el Ayuntamiento de Madrid, agente de primera importancia en una ciudad donde convergen muchos otros, tiene apenas dos años para hacer ver que una política cultural distinta y coherente es posible. A pesar de las apariencias.

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