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Refugiados, la otra emergencia

Camino de refugiados a las puertas de Europa, en Macedonia (EFE)

Jordi Vaquer

En la agenda de temas y líneas rojas para formar un nuevo Gobierno brilla por su ausencia la crisis de los refugiados, el desafío enorme que sacude los cimientos de la Unión Europea; España no está a la altura. La cuestión merece un lugar preeminente en un posible acuerdo de Gobierno, o incluso un pacto de Estado que pueda sentar los mecanismos para aliviar a Grecia y otros socios, y ofrecer a decenas de miles de refugiados la oportunidad de rehacer sus vidas con seguridad. La emergencia social tiene asegurado un lugar en la agenda política, pero no esta otra emergencia, no menos dramática.

Pasado un mes de las elecciones, se cierra una primera fase de toma de posiciones, marcar distancias y exigencias innegociables. Ahora, al entrar en materia, la emergencia de los más duramente afectados por la crisis figurará en toda mesa negociadora. También lo harán, necesariamente, las medidas de regeneración democrática. En cambio, la gran crisis de los refugiados no aparece en las prioridades: un olvido imperdonable, que ya fue llamativo en campaña, y peligroso cuando tanto está en riesgo en la Unión Europea. La llegada de más de un millón de personas en 2015, en una Gran Marcha que sigue activa este enero a pesar del frío y los temporales, está transformando la Unión tanto como lo hizo la Eurocrisis. España, fuera esta vez del ojo del huracán, no puede mirar a otro lado ni ceñirse al mínimo común múltiple.

Hay, en primer lugar, miles de personas atrapadas a lo largo de la geografía europea, bloqueadas por fronteras cerradas inesperadamente, por tener la nacionalidad equivocada, por leyes aprobadas a toda prisa, por haber dejado atrás o delante al resto de la familia. La situación en Grecia es abismal, y también en los Balcanes, en Italia, y en las fronteras y centros de internamiento de media Europa. Incluso quienes consiguen seguir avanzando viven situaciones durísimas e invisibles, lejos ya del centro de las grandes ciudades (Atenas, Belgrado, Budapest, Viena) que ocuparon entre Agosto y Octubre.

Los países de primera entrada y los de tránsito se preguntan dónde está la solidaridad europea. También se lo preguntan Alemania y Suecia, los socios europeos que más se han acercado al cumplimiento de su responsabilidad internacional, con un alto coste económico a corto plazo, y  fuertes tensiones políticas y sociales. Mientras la Canciller Merkel lidia con una tremenda presión interna, el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán saborea su condición de pionero de las restricciones sin miramientos y de una irresponsabilidad absoluta que hace escuela en Europa Central. El sistema de reasignación de refugiados por cuotas, negociado a cara de perro hace medio año, es un fiasco total: menos de 300 relocalizados sobre un objetivo de 160.000; España, con 47 millones de habitantes, apenas da cobijo a 18. 

La tibieza de España es moralmente inaceptable ante tanto sufrimiento. Es, además, alarmante por la posibilidad que en un futuro no muy lejano la presión migratoria vuelva a sus fronteras. Y es, sobre todo, miope ante el riesgo para el proyecto europeo. Caen los estándares de protección de derechos humanos. La libre circulación de personas en el interior de la UE está siendo impedida cada día; Schengen está cuestionado. La falta de solidaridad entre estados, ya maltrecha con la Eurocrisis, se acerca a un punto de no retorno. Los nacional-populistas aprovechan la oportunidad: en Europa occidental, para crecer en intención de voto; en Centroeuropa, para reafirmarse en un poder cada vez más autoritario.

España tiene la suerte inmensa de haber mantenido a raya a sus oportunistas xenófobos, y queda lejos esta vez de una corriente migratoria que, por sus proporciones, no puede compararse con las vividas en el pasado en el Estrecho ni en Canarias. Por eso hay que exigir a los representantes electos que añadan de inmediato a su agenda negociadora la emergencia de los refugiados en Europa y en los países vecinos a los conflictos, y de los desplazados en los propios países de origen.

Ciudadanos con su discurso europeísta, PP postulándose como el partido responsable en Europa, PSOE apelando a los valores socialdemócratas, Podemos que insiste en la solidaridad con Grecia y con los refugiados: todos tienen un imperativo de mover ficha, o caer en el descrédito. España debe jugar en la crisis Europea no ya el papel mínimo que le corresponde por su tamaño, sino uno mucho más generoso y proactivo. Una acción bien diseñada para corresponsabilizarse de la suerte de los refugiados tendrá sin duda eco en una sociedad que no sólo empatiza con el sufrimiento de quienes huyen del terror, sino que además anhela recuperar la ambición de una Europa solidaria y unida. Es hora de negociaciones. De poner cifras, fechas, planes, compromisos. Y de ir a Bruselas con un pedazo de la solución bajo el brazo.

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