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Tiempo de espera electoral

Iglesias y Sánchez en una reunión en La Moncloa

Gaspar Llamazares

Fundador de Actúa —

La sesión de investidura terminó, como era de prever por una negociación exprés 'in articulo mortis', sin acuerdo y con la imagen de una izquierda rota. Ahora nos encontramos en una suerte de tiempo de espera que, si la cosa no cambia, prepara otra campaña electoral. Tiempo en que, mientras el reloj corre con la premiosidad de la canícula, cada uno de los actores políticos representa el guion de una obra clásica, repetida hasta el hartazgo y sin ninguna convicción.

Un tiempo también de Gobierno en funciones y con unos presupuestos prorrogados de la derecha incapaces de afrontar siquiera medidas básicas ante los retos sociales y las amenazas como la desaceleración o el Brexit. No ya para problemas globales como la violencia de género, la emergencia climática o la transición ecológica y tecnológica.

Sánchez, mientras afirma que ya no es candidato, tan pronto se sitúa en su papel de presidente en funciones como inicia una agenda de contactos con colectivos sociales, con la excusa de preparar el programa de Gobierno de una sesión de investidura que ni siquiera dice tener prevista. El papel de las ministras y ministros como portavoces de parte y de partido en precampaña electoral no ayuda ni a la regeneración de las instituciones ni al clima de confianza imprescindible para la negociación de una nueva investidura.

Una ronda de contactos que más parece destinada a presionar a Unidas Podemos por un gobierno a la portuguesa, al menos así parece habérselo tomado el aliado preferente. O más bien para justificar el relato, otra vez el maldito relato, de que se ha hecho todo lo posible para formar Gobierno. Y un trato instrumentalizador, por otra parte, de los movimientos y colectivos sociales que parecía haber pasado a la historia con el respeto a su autonomía y al papel de interlocutores privilegiados como parte de la nueva política. Instrumentalización también del propio Gobierno que, en funciones, dedica la mayor parte de su tiempo y actividad pública a las reuniones y opiniones en clave de comité electoral.

Sin embargo, pasan los días sin que se recuperen por parte del partido mayoritario los cauces de diálogo, al parecer rotos, con el único partido con el que es posible articular una mayoría de investidura, que no es otro que Unidas Podemos. Mientras sí continúa la apelación retórica del PSOE al consentimiento de las derechas en una hipotética investidura, respondida recientemente por el PP con el chascarrillo castizo de abstente tú para que yo gobierne, con aún menos visos de realidad. Ciencia ficción.

Asistimos a la repetición como farsa de la historia del drama de la reciente investidura fracasada. La misma lentitud en la iniciativa, los mismos monólogos, la misma carencia de agenda negociadora, la misma retórica y los mismos falsos relatos, pero aún peor. Y es aún peor porque ahora la desconfianza y los reproches se han agravado y corremos el riesgo de una escalada, en la medida en la que el tiempo pase y se vislumbre una nueva convocatoria electoral.

Podríamos hacer el esfuerzo de rebajar la confrontación. Aunque solo fuera porque antes o después las izquierdas estamos obligadas a entendernos. Y mejor que sea antes, porque con ello nos evitaríamos una nueva campaña electoral, que aunque respondiera a las mejores expectativas electorales, no cambiará sustancialmente la imperiosa necesidad de entenderse y colaborar.

Es verdad que podemos seguir echándole en cara, y con razón, al Presidente Sánchez sus vetos personales y su reticencia al Gobierno de coalición, con el objetivo quien sabe si de una investidura a bajo precio o de una repetición electoral para achicar espacios en la izquierda. Ambos objetivos muy legítimos, aunque dejen en un segundo plano la lealtad con la movilización de los electores y dificulten la colaboración en una izquierda que seguirá siendo plural. Puestos a reprochar, también podríamos echar en falta en Podemos la flexibilidad que demostraron encajando el veto a Iglesias y la inteligencia de empujar a Sánchez a un Gobierno de coalición que no deseaba. Defender la honra en política debe ser compatible con las renuncias inherentes a los pactos. Podríamos incluso ir más atrás y echar de menos una estrategia compartida, o al menos compatible, ya desde el momento de la moción de censura, lo que sin lugar a dudas hubiera facilitado el diálogo programático y sobre todo un clima de confianza que hoy se encuentra bajo mínimos. Podríamos hacer algo de autocrítica y ponernos en el lugar del otro, si todavía no lo damos todo por perdido para precipitarnos otra campaña electoral.

Empecemos de nuevo por lo que coincidimos en el acuerdo presupuestario, como base programática y de confianza, para hablar luego de investidura, legislatura o coalición en función de la intensidad de los acuerdos, pero hagámoslo con tiempo y no a la fragata. Las prisas de última hora no han sido buenas consejeras y una nueva campaña electoral ya no tendrá la capacidad movilizadora de la anterior, y no sólo porque la realidad haya bajado los humos a la extrema derecha, sino porque cambiaría el eje izquierda frente a derecha por la transversalidad nacionalista ante la previsible sentencia del Procés y la confrontación entre las izquierdas.

Hay quien aún sueña con volver al viejo bipartidismo imperfecto, a fuerza de desanimar y decepcionar a las expresiones del progreso social y la regeneración política. Algo que no les deberíamos facilitar por nuestras torpezas.

Habrá quien diga, en este clima tórrido de reproches mutuos, que quién soy y por qué me meto donde no me llaman los directamente afectados. Pero es que no puedo ni quiero eludir mi responsabilidad como parte de Actúa, y como parte, es verdad que minoritaria, de la izquierda.

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