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Las consignas y las ideas

Alicia Ciciliani

Diputada nacional del Partido Socialista de Argentina —

Hace unos días, en Madrid,  en una reunión con representantes socialistas españoles y de Latinoamérica comenté mi sorpresa ante las paredes sin carteles políticos a pesar de que solamente faltan unas semanas para las elecciones nacionales en España. Solo se hace campaña los quince días previos a las urnas me respondió Irene Lozano, candidata a diputada por el PSOE en estas mismas elecciones.

No salía de mi asombro. O sí; caminando después por las calles madrileñas comprendí que el mensaje político está en otro lugar: en los debates de ideas. En nuestro país sobran las consignas y se ahorran los argumentos de un debate verdadero. Tenemos un nuevo presidente en el que se han depositado esperanzas de cambio pero no hay que olvidar que sus propuestas, no explicadas aún con claridad, son de corte neoliberal. El cambio, entonces, de momento es un estado emocional de los ciudadanos.

En la Argentina de hoy la queja ocupa el lugar de la enunciación y mientras tanto un 25% de la población vive en la pobreza.  Esta brecha social y económica es tremenda y, además, a largo plazo. Por eso, el día después de las elecciones, los excluidos siguen allí y los progresistas tenemos el deber de crear e implementar soluciones porque somos los únicos que podemos revertir esa situación ya que –y no debemos olvidarlo nunca–  el horizonte de un progresista es la igualdad.

En Argentina venimos de intentar superar la herencia peronista de Carlos Menem, de corte conservador en la línea económica de Thatcher y Reagan con la receta de un populismo desarrollista implementado por el modelo peronista de los Kirchner. Con un pequeño  paréntesis de una Alianza electoral que no logró siquiera administrar el Estado. ¿Qué nos dejan estas dos décadas de gestión? Esa amplia brecha entre pobres e integrados que se expresa con el impedimento de los primeros a acceder a los derechos plenos de salud, educación y vivienda, cubriendo su ausencia con una cultura clientelar que nada tiene que ver con el Estado de Bienestar sino con un Estado en flotación vital: el excluido recibe, en el mejor de los casos, una ayuda pasajera pero no sale de la pobreza y la amenaza de hundirse es permanente. Porque el mercado laboral también está fragmentado por una economía informal con salarios dispares, inestabilidad constante, inseguridad y una economía en recesión que solo ofrece como estímulo al marginado la economía del delito en franca expansión.

Esto no sucede, claro está, por generación espontánea. Hay un marco político instalado desde el gobierno que se define con la corrupción como dinámica de las relaciones, proyectando la figura presidencial a límites que trascienden su espacio simbólico y de gestión en detrimento de las instituciones políticas. Es la impunidad su modo de operar, el oportunismo ejecutado al ritmo de las encuestas acompañado por un escenario de inseguridad permanente que limita la vida institucional y democrática. La campaña  electoral pasada solo enunció palabras cómodas en los discursos de los candidatos y las consignas urgentes de miedos y cambios: miedos que ya son estructurales; cambios siempre retóricos.

Beatriz Sarlo, una de las intelectuales argentinas más lúcidas opina que como país somos una gran tarea inconclusa. Ante esta asignatura pendiente la izquierda debe abrir un tiempo nuevo, con un debate claro, rico en ideas y dinámico para poder traducirlo rápidamente en acciones y que los ciudadanos vean a una dirigencia que esté a la altura de sus demandas, las actuales y las que vendrán.

Decía Einstein que cada uno ve lo que sabe. El pueblo debe saber para ver un futuro pero sus dirigentes deben accionar ese saber para que se haga visible y juntos podamos modificar una realidad que va más allá de un puñado de consignas. Las ideas progresistas nos tienen que hacer libres, fuertes y prósperos. ¿O acaso hay otra forma aceptable de vida?

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