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La cuestión rural en la hora de la verdad: pacto de Estado o muerte

'Soria quiere futuro', una de las pancartas de la manifestación de la España vaciada

Javier Hernández

Asociación de Amigos de la Celtiberia —

Los habitantes de Villar del Río remiten una carta a Mr. Marshall pidiéndole, como si fuera un rey mago, que haga realidad sus más fervientes deseos. Parece que nuestros políticos nos toman a los ciudadanos como si fuéramos los aldeanos de Bienvenido Mr. Marshal (1955), pues no han cesado de prometernos en campaña electoral que convertirían la España vaciada en una Arcadia. Pasadas las elecciones y consumado el pavoneo de los pactos, corremos el riesgo de que nos ocurra como en la película de Berlanga: que las promesas pasen de largo como la comitiva norteamericana. La España Rural Interior no está para más bromas peliculeras, porque su estado de emergencia es tan dramático que no caben más mítines y proclamas a futuro. Solo hay lugar para soluciones. Y eso pasa por algo que los candidatos han advocado continuamente pero que, hasta ahora, no han acabado de creerse: un pacto de Estado para el mundo rural. Y decimos que no lo han metabolizado de verdad porque tenemos una “prueba del algodón” irrefutable. Se llama Ley de Desarrollo Sostenible del Medio rural, que fue aprobada en diciembre de 2007 por el Gobierno de Zapatero para luego hibernarla y después enterrarla durante las legislaturas pilotadas por Mariano Rajoy. Solo desde Podemos hubo algún intento de reactivación, vagamente apoyado por PSOE y refutado por Ciudadanos y PP.

En esa ley “zombificada” se dan las pautas para poner en práctica ese pacto de Estado tan cacareado, al tiempo que se propone un plan con soluciones adaptadas a las necesidades de los territorios afectados. Quizá ese es el problema, que se cuenta con las comarcas –perfectamente definidas en dicha ley- en lugar de recurrir a las instancias de poder controladas por los partidos para sus juegos clientelares: diputaciones provinciales y gobiernos autonómicos, que complementan las inevitables subvenciones de la PAC o a los paniaguados Grupos de Acción Local. Eso quizá explique la tibieza de algunos partidos ante la ley; y que asociaciones que lideraron el, por otra parte justo y necesario, “griterío de la España vaciada” ignoren o ladeen ese instrumento. Ha llegado la hora de definirse y la Ley 2007 es el parteaguas que marcará los que realmente están por acometer las necesarias reformas para solventar la cuestión rural de los que se quedan en las retóricas o alimenten los intereses de las pequeñas provincias, quizá para reproducir, a pequeña escala, las dinámicas centralistas y capitalinas que denuncian con ahínco. La solución rural tiene que partir de los territorios afectados y culminar en ellos; ¿qué tiene que ver el industrioso y populoso Corredor del Henares, por ejemplo, con la terrible e imparable desolación económica y demográfica de la Comarca de Molina de Aragón, estando ambos en la provincia de Guadalajara? A estos desequilibrios territoriales responde con medidas pertinentes la olvidada ley de la que ni siquiera la pomposa Red de Periodistas Rurales, que ostentó la portavocía del 31-M en Madrid, tiene conocimiento.

Es hora de hablar de economía de proximidad, de discriminación positiva del medio rural históricamente abandonado (vaciado por causas históricas muy documentadas, no por un destino fatal). Sí, los servicios son más caros en esa “ultraperiferia interior”, pero a cambio ese “vacío” compensa al resto en aportaciones al desarrollo en forma de agua, territorio (el AVE que los atraviesa sin dejar un euro, sin ir más lejos), energías renovables, ocio vacacional para los urbanitas, agricultura, bosques, biodiversidad, patrimonio intangible, etc. La España Rural Interior no prosperará si no se entiende como el complemento necesario para que las urbes funcionen y sobrevivan. Pero para ello hay que invertir, hay que obligar a las operadoras telefónicas y de otro tipo a que “pierdan” allí –moderen el lucro- el dinero que ganan en las conurbaciones, hay que proponer una fiscalidad compensatoria y otros incentivos económicos, hay que potenciar su patrimonio histórico, etnológico y natural con los fondos y la mano de obra necesaria para preservarlo y explotarlo de manera sostenible. Y eso implica inexorablemente alcanzar ese pacto de Estado que, al menos en teoría, reclama todo el arco político; eso supone una implementación sin demora del instrumento que ya existe y unos ignoran, otros desdeñan y la mayoría desconoce: Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural. ¿Por qué los medios no hablan de ello? La Asociación de Amigos de la Celtiberia, llevamos desde que alboreó el milenio insistiendo en estas soluciones, como pueden seguir en sosrural.org y apoyar nuestras iniciativas.

El medio rural no es un territorio de “pobrecitos paletos” a los que hay que redimir; también es necesario un cambio de mentalidad en este sentido. Veámoslo como una oportunidad para equilibrar los terribles desequilibrios de una península en buena parte despoblada y olvidada. Para ello hay que empezar tratando a sus habitantes como mayores de edad, como ciudadanos de igual valía y derechos. El problema no es repoblar a lo loco, llenar el vacío de polígonos industriales y proyectos visionarios, sino promover el desarrollo de oportunidades y servicios para los que libremente quieran habitar allí; sean dos meses, medio año, una década o toda la vida. Lo que es inadmisible es que el joven que quiere montar su empresa de turismo en los Montes Universales de Teruel no pueda llevar a cabo su proyecto porque Internet funciona a pedales o que el centro de salud más próximo en las Tierras Altas de Soria o la Sierra de Cameros esté a más de una hora, o que a una tienda rural se le apliquen los mismos impuestos que a una de Zaragoza y no se considere, lo que es, un servicio público... En eso consiste la discriminación positiva; lo estamos consiguiendo para las mujeres, ha llegado el momento de reivindicarlo para las mujeres y hombres de la España vaciada. Y luego está la otra vertiente de futuro, la ecología, donde el medio rural tiene mucho que decir en un momento en que el cambio climático, la voracidad de recursos de la globalización insaciable (¿es solución llenar nuestros desolados territorios de aerogeneradores sin cuento, macrogranjas o cementerios de residuos?). Ha llegado el momento de definirse y abandonar la palabrería de campaña: o estás con el desarrollo sostenible del medio rural del siglo XXI o apuestas por su definitiva liquidación. Alea iacta est: o estás con los instrumentos que se han dotado para solucionarlo (Ley 2007, para empezar) o seguimos engañándonos y engañando a la aldeanía.

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