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Una nueva movilidad pensada para todo el mundo

Exigen que se fomente la bicicleta como transporte seguro contra contagios

Catalina García

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Las últimas recomendaciones que nos han dado las autoridades sanitarias para movernos con seguridad apuntan al transporte personal como primera solución a los contagios. Todo parece indicar que se prevé un escenario de aumento del vehículo privado, puesto que se está asentando en el imaginario colectivo la errónea idea de que el transporte público es potencialmente peligroso para la salud. Esta afirmación ignora sin embargo algo esencial: diversos artículos y estudios han incidido ya en el potencial desastre que sería una situación con un cambio modal tan negativo, y a día de hoy ya sabemos que hay una relación evidente entre la presencia de contaminación química atmosférica e incidencia del virus. Estamos asistiendo, además, a declaraciones de responsables políticos que afirman que en el transporte público sólo podrán viajar el 30% de las personas que lo hacían en la situación anterior, pero ¿qué ocurre si aplicamos perspectiva de género a este análisis?

Hasta ahora la mayor parte de las usuarias del transporte público éramos mujeres. Además, somos las que más caminamos por las ciudades y las que más sufrimos la injusta distribución del espacio público, con más de 80% del mismo dedicado a carreteras que son usadas principalmente por personas que viajan en automóvil privado. Esta desigual distribución no radica en una presunta libertad a la hora de elegir cómo moverse, sino en condicionantes socioeconómicos y roles impuestos arraigados en nuestra sociedad.

El coche se usa mayoritariamente por el hombre de la familia que lo utiliza para una movilidad pendular en torno al trabajo mientras que nosotras nos movemos en viajes más cortos y encadenados, que incluyen el acompañamiento de personas al cargo, tareas de compras y otras responsabilidades domésticas: esas actividades relacionadas con los cuidados sin las que la vida se pararía. Estas diferencias son producto de una distribución sexista de los roles de género, que también supone que nuestra renta sea menor. De igual manera influye en nuestra capacidad de tomar decisiones de movilidad.

Sin embargo, la planificación del transporte público ha sido realizada históricamente por hombres, con una perspectiva puramente productiva. De hecho, se ha explicitado ya que ese 30% de los viajes que se garantizarán en el transporte público serán los que se denominan “productivos”, es decir, los viajes para ir al trabajo o al centro de estudios. De nuevo, vemos cómo las mujeres no somos, como nunca hemos sido, el usuario para el que se piensa y diseña la movilidad. Esta falta de encaje entre nuestras necesidades y las soluciones que se han planteado históricamente se ve agravada por estar expuestas a violencia de tipo sexual en el espacio público, incluyendo los servicios de transporte público.

Es obvio que un escenario post-COVID con más coches (para los mismos) y menos transporte público (para las de siempre) no afecta por igual a las mujeres que a los hombres. Además, un aumento de la contaminación supondría más muertes asociadas a la misma, incidiendo especialmente en la población anciana, que ya está sufriendo de manera desastrosa los efectos de la COVID-19, y en la población femenina que es nuevamente víctima de los efectos de la movilidad de otros.

Tampoco podemos olvidar que un mayor uso del coche necesitaría más espacio de la ciudad, empeorando la distribución del mismo e invirtiendo la tendencia de mejora del espacio público que se está llevando actualmente a cabo en todo el mundo. Espacio que se toma de las peatonas, principalmente mujeres.

La movilidad post-COVID debe planificarse ahora y debe hacerse con perspectiva de género: con parámetros adicionales a los económicos que garanticen el derecho a la movilidad de todos y todas. Necesitamos que se consideren todos los viajes y no únicamente los “productivos”; la movilidad del cuidado debe estar muy presente, ya que será fundamental en estos tiempos de crisis (increíble que haya que esperar a una crisis de esta magnitud para ser conscientes de nuestra vulnerabilidad y necesidad de cuidados). Se deben potenciar los modos sostenibles, los únicos realmente universales, al mismo tiempo que potenciar una reducción de las emisiones, la mejor receta para prevenir futuras situaciones de riesgo para nuestra salud.

Debemos reconocer, especialmente los responsables de que la movilidad dé servicio a todo el mundo, que la persona usuaria tipo del transporte público ya no es el hombre que salía a trabajar sino la mujer que realiza múltiples tareas y que viaja con unos márgenes de tiempo mucho más estrechos. La tarificación y la eficacia del servicio van a jugar un papel fundamental: es preciso que no se pague dos o tres veces y que no suponga un incremento de tiempo la necesidad de realizar una cadena de viajes que incremente el número de transbordos, para hacer un recado o recoger a un menor.

Necesitamos que las calles respondan mejor a los distintos modos que las ocupan. Empezar a pensar en los peatones como los verdaderos usuarios de las vías, proporcionándoles un espacio de calidad y dejando el espacio residual para los coches, tanto los que están en circulación como los aparcados. Tener mejores calles también nos hace tener mejores comunidades, puesto que se incrementan los puntos de contacto, de estancia; esta crisis nos vuelve a demostrar la importancia de tener comunidades sólidas y bien cohesionadas.

Por último, es necesario fomentar los modos activos, generando una red continua de carriles bici para que realmente sean una alternativa eficaz al uso del coche. No podemos continuar lanzando los mensajes actuales que condenan el uso del transporte público y con él nuestra salud. No queda más tiempo, la movilidad del futuro debe ser la movilidad de los cuidados, la movilidad que no deje a nadie en la cuneta.

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