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Hay un país...

Imagen de archivo de una protesta del pueblo gitano.

Rosario Naranjo / Juanma Jiménez

Profesora de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla / Periodista gitano —

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Hay un país donde una parte de su población –alrededor de 800.000 personas en la actualidad– ha sido perseguida durante siglos por el mero hecho de pertenecer a otra raza.

Una población a la que durante más de quinientos años se les ha aplicado normas que controlaban sus movimientos y sus vidas. Donde durante siglos fueron capturados, condenados, esclavizados, desterrados o hechos cautivos hasta su muerte. Donde en pro de una limpieza étnica, cultural y racial se les obligó a vivir en determinadas ciudades y a dejar de usar su lengua o su ropa bajo pena de muerte.

Un país donde miles de personas fueron arrestadas en un solo día por pertenecer a esa raza, con la única intención de proceder a su exterminio y desaparición, en lo que podemos considerar como uno de los primeros intentos –afortunadamente fracasado– de genocidio moderno contra una población en Europa.

Un país donde cada pocos años se dictaban leyes contra esa minoría, donde hasta hace poco más de 40 años se dictaban órdenes a los cuerpos y fuerzas de seguridad para que se les vigilara “escrupulosamente, cuidando mucho de reconocer todos los documentos que tengan, confrontar sus señas particulares, observar sus trajes, averiguar su modo de vivir y cuanto conduzca a formar una idea exacta de sus movimientos y ocupaciones, indagando el punto a que se dirigen en sus viajes y el objeto de ellos” y se les prevenía a estar especialmente vigilantes por si pudieran cometer robos u otros delitos. Porque en ese país, por pertenecer a esa raza ya eras sospechoso: era la raza la que cometía el delito y no la persona.

Una población que, a día de hoy, a pesar de vivir en un país moderno y democrático, sigue teniendo los peores indicadores de calidad de vida en comparación con el resto de sus compatriotas. Donde sus datos de pobreza y marginalidad deberían sacar las vergüenzas a una sociedad que tiene consagrado en su Constitución el derecho a la igualdad de todos sus ciudadanos.

Un país donde una parte de esta población aún sigue viviendo en infraviviendas (8.63% de los hogares) en barrios marginales y, a veces, incluso en chabolas (2.17% de las viviendas). Que sufre una tasa de desempleo del 36,4%, frente al 20,9% del resto de la ciudadanía y una tasa de empleo precario escandalosa, con sólo el 38,5% de las personas de este pueblo asalariadas, frente al 83,6% del conjunto de la ciudadanía. Donde las cifras de fracaso escolar de los niños y niñas de esta minoría son aterradoras para un país occidental, con un Abandono Escolar Temprano que se sitúa en el 63,7% de sus miembros, frente al 19,4% del conjunto de la población; donde tan sólo un 10% de los jóvenes de este pueblo logra completar estudios secundarios o superiores y únicamente un 3,5% llega a la universidad, frente a casi el 30% del resto del país.

Un pueblo cuyo estado de marginación y exclusión social les lleva a morir 15 años antes que el resto de sus conciudadanos, padeciendo además un peor estado de salud. Un pueblo que, pese a constituir sólo el 2% del total de población, tiene una sobrerrepresentación en las cárceles casi 20 veces superior a la del resto de la población mayoritaria. Y que tras más de medio milenio de convivencia entre nosotros y a pesar de su innegable aportación a la cultura e identidad del país, apenas ha contado con representantes políticos.

Un país en el que, a pesar de que la ley prohíbe cualquier tipo de discriminación, te pueden negar la entrada a una discoteca o a un hotel por pertenecer a esa raza.

No hay que buscar a ese país más allá del Atlántico, ya que hablamos del nuestro, de España, y de su principal minoría étnica: el pueblo gitano. Y sí, en este país existe el racismo no solo social, sino institucionalizado. Nosotros tenemos a nuestros propios 'Floyd', pero sus apellidos son Vargas, Cortés, Jiménez, Heredia, Reyes o Montoya…

*Los autores han utilizado el término 'raza' como un recurso estilístico, acudiendo a la denominación que durante siglos se ha hecho del pueblo gitano. En la actualidad, el pueblo gitano se encuadra dentro de las denominadas minorías étnicas.

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