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La pandemia digital. Dilemas para después de la COVID-19

Videoconsulta médica.

Gaspar Llamazares / Miguel Souto Bayarri

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Tras el aclamado triunfo de la sociedad digital, proclamado urbi et orbi, y al paso de la pandemia, es obligado repasar el resultado del tránsito desde lo analógico, de lo ganado y lo perdido. Ya se sabe que se juega en distintos tableros a la vez y es difícil ganar todas las partidas.

En general, y haciendo un análisis de trazo grueso, la digitalización se ha asociado tradicionalmente a destrucción o sustitución del empleo, y últimamente, cada vez más, a la autoexplotación en el teletrabajo, la lejanía telemática y la exposición en las redes. De modo que asociamos la digitalización al individualismo y el consumo, pero al tiempo a la precarización laboral y el control ciudadano. Menos se ha reflexionado sobre sus potencialidades, más allá del argumentario apologético, tan de moda. Por ejemplo, desde lo colectivo y lo público, para reducir el tiempo de trabajo (la inteligencia artificial y la robótica deberían reducir la jornada laboral y flexibilizar los horarios), facilitar la formación, la accesibilidad o la equidad de los servicios para los mayores y las zonas despobladas. Un dato de interés: el distanciamiento físico del confinamiento no ha llegado a ser un verdadero distanciamiento social gracias a la capacidad de socializar que permiten los teléfonos e internet.

Las primeras incógnitas derivan de su carácter nuevo y, por tanto, inédito. Para empezar, ¿cuáles están siendo los cambios que la medicina de máquinas y la digitalización están provocando en la sociedad actual, tras la pandemia? En otras palabras: ¿Cómo vamos a salir de esta crisis? ¿Saldremos con más telemedicina, más consultas telemáticas y más medicina de la llamada predictiva y personalizada o con más medicina preventiva y personal? ¿Habrá más control por apps invasivas de la privacidad o conseguiremos que estas no triunfen en nuestras sociedades? ¿Saldremos con el estigma del pasaporte biológico? Se ha visto que el sálvese quien pueda no es una opción válida frente al virus: ¿Iremos hacia un sistema sanitario mundial, con más poder para la OMS? ¿Saldrá reforzado el papel del Estado, como responsable directo ante la sociedad y último garante para pedirle cuentas? ¿Y la función de lo público? Creemos que en esto último no debería haber dudas: como en el rey desnudo de Andersen, el traje de las privatizaciones y los negocios ha dejado la sanidad en los huesos.

Para algunas preguntas no tenemos aún respuestas; algunas de las respuestas están como en la canción, flotando en el viento. Pero a día de hoy ya podríamos partir de tres cuestiones concluyentes, que en algún caso no dejan muy alto el pabellón:

a) que nuestro país tecnodigital, con grandes carencias presupuestarias en I+D+i, un gran déficit presupuestario en universidades y una gran impronta de las compañías farmacéuticas en los ensayos clínicos, se había quedado sin política industrial, ni siquiera para la fabricación de mascarillas (nosotros mismos hemos aceptado convertirnos en una economía de servicios, enfocada a la hostelería y el turismo, poco preparada por esas razones para las actividades de teletrabajo y, por tanto, sin la necesaria capacidad industrial propia o por lo menos europea)

b) que muchos médicos y enfermeros de nuestra tecnomedicina, que han atendido a la población en situaciones de verdadera urgencia, son sometidos a la lacra de los contratos precarios y el desempleo

c) que existe el riesgo de que el gran protagonismo que la pandemia ha dado a las redes sociales, y las transformaciones que pudieran provocar en nuestras formas de relación y de vida social, nos conviertan en dóciles e indolentes como los eloi (La máquina del tiempo, H. G. Wells), de manera que nos acabe dando gusto que nos geolocalicen.

Pero, al margen de estas cuestiones ¿dónde estábamos, en el tránsito digital, antes de la pandemia? ¿Cuál sería el balance del debate que se entiende muchas veces como medicina de máquinas frente a medicina de palabras? Pues, provisionalmente, bueno en los aspectos más relacionados con la gestión (su gran mérito es haber conseguido que esos lugares de relaciones complejas y difíciles que han sido siempre los hospitales y los centros de salud  y sus sistemas de información llegaran a adaptarse como lo han hecho a todo el proceso digitalizador); moderadamente bueno, aunque con división de opiniones, en aquellos aspectos que están más en relación con el trabajo diario (en nuestra opinión, el cambio ha sido en parte una renovación parcial y en parte una ruptura radical, y se ha hecho sin que se haya desmoronado todo); malo o inexistente en aquellos que tienen más relación con los ciudadanos: hoy, igual que ayer en el mundo analógico, a los usuarios les resulta muy difícil acceder a su historia clínica, por muy electrónica que esta sea. La participación ciudadana sigue en su infancia. En relación con estos aspectos sociales, salvo por las aplicaciones de asistencia domiciliaria para mayores y dependientes, el cambio del que todo el mundo esperaba tantas cosas, la transición analógico-digital y lo que se ha denominado tecnociencia han representado bastante poco.  

¿Hacia dónde vamos ahora? Mejor no hagamos muchas especulaciones con el futuro incierto pero, con la “nueva normalidad” que viene tras el confinamiento todo indica que mientras organizamos un rastreo efectivo de los contactos de los nuevos casos (eso esperamos), nos iremos moviendo hacia la teleasistencia, la teleconsulta, la policía sanitaria y el coaching individualista de control digital de nuestras constantes, de nuestro ejercicio y de nuestros hábitos de riesgo. Vamos hacia un futuro de medicina computarizada y personalizada para unos y consultas resolutivas o telefónicas para otros. ¿Una nueva fractura que añadir a las fracturas social y digital?

Para terminar, es indudable que la sanidad es una gran fuente de riqueza. Paul Krugman ha escrito recientemente que de los cuatro sectores en los que el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos prevé que se creará más empleo en la próxima década, tres son de algún tipo de asistencia, incluyendo la asistencia sanitaria. De modo que es prioritario defender nuestro modelo, uno de los más eficientes del mundo, es decir de mayor cobertura, equidad y calidad, con más humanización, prevención y determinantes sociales. Con más medicina comunitaria y una tecnología al servicio de lo común. 

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