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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Más plebiscitos que buena política

El grupo parlamentario de ERC en el Parlament.

Gaspar Llamazares

Quizá estos términos describan el momento político que vivimos después de la segunda vuelta de las Elecciones Generales y con un tercer grado aún en el horizonte. La ciudadanía ha dado en estas elecciones repetidas una respuesta madura a la estrategia infantil de la incompatibilidad entre las izquierdas. El mismo resultado electoral con un toque de desgaste como crítica constructiva. Ni nos equivocábamos, ni nos equivocamos. 

Lo de las derechas ha sido harina de otro costal. El bloqueo ha cambiado de bando y el ascenso de Vox no sólo ha provocado el desplome de Ciudadanos, sino que condiciona el margen de movimientos y la tímida estrategia del giro al centro, tan solo enunciada, por el Partido Popular. En el pecado lleva la penitencia: la normalización de Vox como apoyo de los gobiernos de la coalición autonómicos y locales de las derechas ha hecho perder a su espacio electoral el miedo a votar a la extrema derecha al convertirlo en un voto de protesta y al tiempo bendecido como voto útil para gobernar y condicionar la agenda política.

El PP se lo debería agradecer al fino olfato del ahora ideólogo José María Aznar, con tantos aciertos al parecer como su incursión en la geoestrategia al frente del trío de la guerra de Irak. Un resultado que  también debería hacer reflexionar al PP sobre si la estrategia alicorta de normalización no está consolidando a Vox como componente de la derecha y alentándolo como su competidor directo. 

Precisamente, Aznar, los empresarios y conocidos políticos con posiciones conservadoras se han apresurado a salir al paso del preacuerdo PSOE-Unidas Podemos y de los primeros contactos con ERC amenazando catástrofes, pero proponiendo quimeras como un consentimiento imposible o propugnando nuevas elecciones. Cuanto peor mejor, y todo por si aún faltaba alguien que no lo tuviese claro.

Quedaba por saber si en la izquierda se había recibido el mensaje. El preacuerdo ha mostrado que sí, aunque la gestualidad y la precipitación de estos tiempos líquidos le hayan quitado profundidad y sinceridad a la rectificación. La herida en la izquierda es tan ancha y profunda que no admite tiritas si no queremos que sea otro cierre en falso y otra frustración, y ya son demasiadas. Un preacuerdo progresista de intenciones que ha sido sometido con el éxito abrumador esperado a la ratificación de las bases, en una caricatura más de la tan proclamada como ausente democracia participativa. 

Mientras tanto, se sigue negociando discretamente, y se amplían los contactos al resto de las fuerzas políticas, susceptibles de dar apoyo a la investidura. Plebiscito de lo obvio y discreción en lo fundamental: la negociación del programa y responsabilidades de Gobierno. Una paradoja resume el difícil equilibrio entre el populismo y la política, entre la agitación y la negociación, que hoy caracterizan nuestros tiempos políticos líquidos. Un plebiscito más que ha convertido la democracia participativa en una caricatura. Primero destinada a demoler la cuestionada credibilidad de la representación política al calor de la indignación provocada por los recortes y la corrupción, eso sí, hasta que los representantes de la nueva política se han incorporado a las instituciones, que ahora al parecer sí nos representan, aunque el populismo también haya cambiado de bando, tornándose (otra vez) en pulsión autoritaria.

Una democracia directa que ya había sido restringida a unas primarias de refuerzo del liderazgo personal, y que lejos de profundizar en la democratización de los partidos, sirve de cortina de humo y de instrumento para la depuración de disidentes y el debilitamiento del debate y la dirección colectiva y de las direcciones federadas, sustituidas por el sucedáneo de la sociofobia de las redes sociales y el voto telemático. Un nuevo cesarismo que simboliza la crisis límite de la forma de partido. Unas consultas a la militancia, que como en ERC, se entienden hoy como cierre de filas interno en competencia por el liderazgo independentista con el PDCat y como plataforma pública para condicionar el ya de por sí estrecho margen de la negociación de la investidura.

Entre la primogenitura en Cataluña y la investidura española está la disyuntiva. Otra cosa son las negociaciones, de cuya trasmisión en directo o en streaming ya nadie se acuerda. La realidad obliga a la discreción para no convertir la negociación en un pugilato público y el acuerdo en un imposible. Pero es que además la trasparencia y la positividad totales, en términos del filósofo Byung-Chul Han, más propias del populismo de consumo, niegan la política como dialéctica y transacción. Por eso, el reparto de bofetadas más que retóricas a Sánchez por parte de ERC como candidato electoral derrotado, supuesto autor de insultos a Cataluña y cómplice de las penas de sedición de los dirigentes del procés, contradice de nuevo la mano tendida de ERC y al tiempo la nueva imagen de Rufián como hombre de Estado. 

Porque las palabras importan mucho más de lo que parece en política, aunque se las lleve el viento o la corriente, y junto a los términos de rechazo del plebiscito, no son un buen comienzo ni anuncian precisamente una buena disposición. A tenor de estas y otras declaraciones recientes, daría la impresión de que hemos votado la prepotencia y la jactancia de unos, la demonización de adversario y la insensibilidad de otros y el ensañamiento con las víctimas de algunos, aunque por suerte los menos.

Por eso asisto con cierta sorpresa a la seguridad con que tantos, desde la derecha o la izquierda, dan por hecho el acuerdo. Unos desde la izquierda confunden deseos y realidad, y otros, de la derecha española e independentista, se apuntan a rentabilizar el duelo de patriotas. Seguramente es mi natural escepticismo. Y es que, si como viene ocurriendo últimamente, sale rentable electoralmente la política tóxica del insulto, la difamación, la polarización, la agitación, el bloqueo y el ensañamiento, no nos extrañemos entonces de que hoy algunos se apunten a la inercia y las cultiven con entusiasmo. Llevamos demasiado tiempo situados entre lo malo y lo peor, y la rabia saca de nosotros lo peor. Una rabieta de narcisos malcriados. Esperemos que la buena voluntad, la conciencia cívica, el sentido de Estado, y también la disposición a recibir por ello la crítica, primen. Todo para alejarse de la norma de la agitación y el bloqueo, haciendo prevalecer por fin la política con mayúsculas de la negociación y el acuerdo. 

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