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¿Qué supone el atentado de Bamako?

Imágenes del entorno de hotel de Bamako el día que se produjo el atentado.

David Nievas Bullejos

Investigador del Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos —

Una vieja presencia yihadista en Mali

Es lógico vincular el ataque terrorista del mes pasado contra el hotel Radisson Blu en Bamako con los recientes atentados reivindicados por DAESH en París. Además de que a ambos atentados los separa una semana exacta, la fuerte presencia militar – política y económica- de Francia en el país africano también invitaba a especular sobre su posible vinculación.

No hay evidencias concluyentes que apunten a que la organización liderada por Abu Bakr Al Baghdadi tenga una presencia real en Mali ni en la región del Sahel por el momento. Sin embargo, el atentado – que dejó al menos 18 fallecidos y fue ejecutado por dos individuos junto a un número indeterminado de cómplices- ha sido reivindicado por grupos yihadistas relacionados con Al Qaeda presentes en Mali desde hace más de una década.

En abril del año 2012 estos grupos se adueñaron del norte de Mali. Este acontecimiento fue el resultado del encadenamiento de hechos que se remontan tiempo atrás. Durante la última década la situación del norte de Mali se había deteriorado notablemente. El ejecutivo de Bamako desatendió las necesidades de las distintas comunidades del norte y (des)gobernaba la región a través de la manipulación de grupos locales armados y clanes afines. La corrupción y la mala gobernanza afloraban en todas las administraciones septentrionales mientras que una parte de la población tuareg se sentía agraviada por el Estado maliense y mantenía su voluntad de separarse de Mali. Factores como estos propiciaron que el norte del país se convirtiera en una zona poblada por grupos criminales que controlaban el tránsito de tráficos ilícitos, muchas veces con la connivencia de las autoridades de Bamako. El desentendimiento del Estado maliense hacia las poblaciones y el flujo de cuantiosas rentas gracias al contrabando de mercancías y drogas hacia Europa favorecieron la instalación de grupos yihadistas entre la población del norte de Mali.  

Los grupos terroristas e islamistas armados se impusieron a la rebelión de los separatistas tuaregs y tomaron el control de la región durante cerca de 10 meses. La población local tuvo reacciones encontradas ante el dominio de los yihadistas ya que en un principio vio con buenos ojos la extensión de servicios básicos y el restablecimiento del orden que había sido perturbado por los abusos de la rebelión tuareg. La experiencia yihadista terminó con la intervención militar de Francia en enero de 2013. La Operación Serval y sus aliados africanos desalojaron a los grupos yihadistas del norte de Mali pero no lograron acabar con ellos. Los esfuerzos internacionales no han podido evitar que en los últimos meses la amenaza yihadista haya incrementado su virulencia como demuestra el reciente atentado en Bamako.

La permanencia de las condiciones favorables al yihadismo

Las fuerzas antiterroristas francesas han asestado golpes a las estructuras yihadistas y actualmente varios cabecillas se encuentran entre rejas o han sido eliminados. Pero lejos de desaparecer, los grupos yihadistas han demostrado una enorme capacidad de resistencia y de adaptación. En los últimos meses parecen haberse reagrupado en el norte del país y haber recuperado de manera efectiva su capacidad de acción.

El resurgimiento de la actividad yihadista tiene explicación en que estos grupos han encontrado que las condiciones que favorecieron su instalación y su reproducción en el norte de Mali en los últimos años permanecen presentes en la actualidad. La reconquista del norte por el ejército maliense con el apoyo de las tropas francesas no se ha traducido aún en un cambio en las condiciones de vida de las comunidades norteñas. La intervención internacional no ha logrado perturbar los tráficos de mercancias ilícitas que transitan el norte de Mali y éstos siguen siendo una fuente importante de rentas para los actores armados, entre ellos los grupos terroristas. El presidente Ibrahim Boubacar Keita, en cuya victoria electoral en 2013 toda la comunidad internacional confió para restablecer el control y la estabilidad al país, ha cumplido recientemente dos años en el cargo con un balance de gestión bastante agridulce. Destaca la alta percepción que tiene la población sobre la corrupción tanto a pie de calle como en las altas esferas del Estado, mientras que por su parte las regiones del centro y norte del país permanecen desamparadas, con sus poblaciones a la espera de que se cubran sus necesidades más básicas por el Estado. Además, el proceso de paz iniciado en 2014 entre el gobierno y los grupos armados del norte se ha visto entorpecido por los constantes estallidos de violencia entre los grupos enfrentados y el control del norte aún no ha sido asumido totalmente por el gobierno.

Desde hace unos años entre la población existe un creciente descontento hacia el gobierno maliense, y hacia la clase política en general, que el mandato de Keita no ha logrado revertir. Ante este  fenómeno los malienses se han girado hacia los líderes musulmanes. La gran popularidad que los líderes musulmanes poseen actualmente les ha atribuido cierta influencia en la esfera política y social que muchos observan con alarmismo, especialmente por la presencia de personalidades reformistas – a veces denominados “wahhabíes”- entre los más influyentes.  La progresión del islam  “wahhabí” de carácter quietista – no revolucionario-, una variante de la doctrina extremista que adoptaron Al Qaeda y DAESH, es sin embargo una realidad en Mali que se remonta a la década de los 40. Por tanto, cabría ser prudentes antes de señalar a dicha corriente islámica como responsable del crecimiento del yihadismo en Mali.

Los objetivos del atentado

El ataque al hotel en Bamako, que se enmarca dentro de la creciente rivalidad existente en el movimiento yihadista internacional que actualmente protagonizan Al Qaeda y el DAESH, buscaba golpear los pocos sectores que le quedan al país africano para superar la crisis en la que se encuentra: la cooperación multilateral y los negocios.  El Radisson Blu es uno de los pocos hoteles que acogen parte de los actos de la ajetreada vida multilateral de Mali. El país lucha por rehabilitar su economía con el apoyo de la comunidad internacional para salir de la crisis en la que lleva inmerso desde 2012. Parte de los esfuerzos multilaterales y de los negocios se forjan en foros y reuniones en hoteles como el Radisson Blu.

El ataque contra el hotel también perseguía otros objetivos. En el Radisson iba a tener lugar la sexta reunión del Comité de Seguimiento del proceso de paz que aspira a solucionar el conflicto tuareg. En mayo y junio de 2015 se firmó un acuerdo entre el gobierno maliense, los grupos rebeldes árabes y tuaregs y los grupos afines a Bamako – sin la participación de los grupos terroristas- que preveía proporcionar las soluciones adecuadas para dar fin al conflicto. En el mes octubre las partes habían acordado una tregua y parecía que se abría una ventana de esperanza que permitiría avanzar en la aplicación del acuerdo. Por tanto, no sería descartable que el ataque también busque influir en el acuerdo de paz.

Al Qaeda y sus acólitos que pueblan el norte de Mali son un peligro para los intereses occidentales en la región, pero desde hace varios años también lo son en un primer lugar para los propios malienses y los habitantes del África Occidental que sufren directamente su violencia y las consecuencias políticas, económicas y sociales de sus actividades. Los esfuerzos nacionales e internacionales emprendidos hasta el momento para erradicarlos han cosechado resultados insatisfactorios. Al igual que tras los atentados de París en Europa, Rusia y EE.UU. se debaten nuevos enfoques para contrarrestar la acción del DAESH, los atentados en Bamako recuerdan que se debe reflexionar y debatir sobre nuevas aproximaciones y medidas para disminuir la amenaza yihadista y las condiciones favorables a su existencia en el Sahel.

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