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Los secretos tras cinco grandes obras de Gaudí, el genio loco por la arquitectura que consiguió lo imposible

José Antonio Luna

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Antoni Gaudí murió convertido en un héroe popular. El 12 de junio de 1926, día de su entierro, estuvo protagonizado por un gran cortejo fúnebre de aproximadamente un kilómetro que ocupaba desde el casco antiguo de Barcelona hasta la Sagrada Familia. Este escenario de luto y pena colectiva, sin embargo, contrasta con el vivido pocos días antes de su fallecimiento: cuando el arquitecto fue arrollado por un tranvía y se negaron a socorrerlo. ¿El motivo? Nadie le ponía cara y por sus ropajes pensaron que era un mendigo.

“Mi sitio está aquí, junto a los pobres”, dijo una vez que lo reconocieron en el hospital y quisieron trasladarle a una habitación de lujo. Pero Gaudí siempre permaneció fiel a su origen. Nació en Reus el 25 de junio de 1852. Fue hijo de un calderero, y no tuvo una infancia precisamente definida por la riqueza ni por una buena salud. Desde una edad muy temprana sufrió un problema reumático que le impidió jugar con otros niños, por lo que a veces tenía que quedarse en casa o ser trasladado en un asno. Los dolores le acompañaron hasta sus últimos días.

No es fácil adentrarse en la mente del llamado “Dante de la arquitectura”, pero probablemente no hay mejor forma de hacerlo que a través de sus obras. Su compleja y contradictoria vida es recogida ahora en Gaudí: la obra completa de Rainer Zerbst, un libro impreso en alta calidad editado por Taschen que recorre y contextualiza las diferentes obras creadas por el reusense. Y lo hace a través de fotografías, planos, dibujos e imágenes de archivo que sirven para seguir exhaustivamente toda su trayectoria profesional y la evolución de sus ideas.

Su estética abarca desde las formas orgánicas de la Casa Batlló a la matriz hispanoárabe de la Casa Vicens, demostrando con ello que ha sido de los pocos arquitectos capaces de convertir en realidad edificaciones a priori vista como imposibles. Repasemos algunas.

 

1. El capricho (1883 – 1885)

Barrio Sobrellano, Comillas (Cantabria)

Fue la residencia de verano construida para Máximo Díaz de Quijano, un hombre adinerado y amante de la música que hizo fortuna en América para luego regresar a Cantabria. De hecho, el nombre de El capricho no fue otorgado por Gaudí, sino por su cliente: deseaba una casa para un soltero en una pequeña zona verde de Comillas (Santander) con estética árabe, como si fuera un elemento extraño procedente de “otro mundo”.

Así lo cumplió el arquitecto catalán, que jugó con los efectos de color (rojo y verde) y los azulejos para acentuar el estilo musulmán. Cabe destacar la delgada torre de observación, rodeada por una barandilla que reproduce las ramas de la planta de la uva. También se utilizan motivos de girasoles en prácticamente toda la construcción, pero estos no solo tienen una función estética: las bandas horizontales sobre las paredes de ladrillo sirven como contrapeso de las delgadas y altas ventanas.

 

2. Palacio Güell (1885 - 1889)

Calle Nou de la Rambla, Barcelona

En 1885 el conde Eusebi Güell convirtió a Gaudí en su arquitecto favorito. Lo hizo a pesar de que por entonces había dado pocas muestras de su arte, más allá de la casa Vicens (que se encontraba en obras) y el Capricho (en su última fase). Pero apostó por su talento y el arquitecto, atraído por la mezcla de nobleza y compromiso social que su mecenas encarnaba, acabó aceptando sus encargos.

Las condiciones para crear este edificio eran bastante desfavorables: fue levantado en un espacio de 18 por 22 metros, pequeño incluso para un palacio urbano. La propia estrechez de la calle ni siquiera permite retroceder lo suficiente para contemplarlo entero. Sin embargo, Gaudí renunció casi por completo a la ornamentación escultórica y optó por una discreta decoración para hacerlo parecer más grande.

Un total de veinte estructuras con diseño abstracto dan colorido a la azotea. Las chimeneas y los sistemas de ventilación se agrupan en torno a la cúpula central, planteando un estilizado bosque en medio de la estrechez del casco antiguo. Un gran mérito al alcance de pocos. No en vano, con este palacio Gaudí abandonó el anonimato y empezaron a aparecer numerosos reportajes y entrevistas suyas en la prensa.

 

3. Park Güell. (1900 – 1914)

Calle de Olot, Barcelona

Hoy miles de turistas visitan el Park Güell previo pago de entrada, recorriéndolo como si de un parque temático se tratara. Pero el centro de recreo que es en la actualidad no se parece demasiado a la idea inicial de Gaudí.

El ya mencionado Eusebi Güell deseaba algo más que un palacio: una ciudad jardín con muro circundante para dar una sensación de seguridad a quienes estuvieran en su interior. La idea era levantar una especie de urbanización apartada de la ciudad, por eso crearon 60 parcelas triangulares sobre la ladera del monte.

Pero el plan fracasó y solo se vendieron dos de estas parcelas. Hasta allí se desplazó el propio Gaudí. Pero no porque quisiera vivir como un potentado, sino por todo lo contrario: residía con su padre de 93 años, que no podía subir escaleras, mientras se ocupaba de su sobrina tras el fallecimiento de su hermana.

El artista catalán se fijó en los modelos ingleses y sus jardines para crear algo absolutamente nuevo. Los edificios están construidos en piedra ocre con azulejos multicolores, los cuales no son aleatorios. Estos se eligieron de acuerdo a la distribución cromática del fondo: el azul para el cielo y el blanco para las nubes.

Uno de los elementos más reconocidos probablemente sea el lagarto que ocupa las dos escaleras principales simétricas. Servía como rebosadero de la cisterna subterránea y, aunque no tiene alas, a menudo se ha mencionado que en realidad es un dragón. 

4. Casa Batlló. (1904 – 1906)

Paseo de Gracia, Barcelona

Pocos edificios reflejan tanto la modernidad de la arquitectura de Gaudí como este. Josep Batlló i Cassanovas era un adinerado fabricante textil que quería renovar completamente su casa, intentando con ello sobrepasar a las casas vecinas. Solo basta un vistazo a la Casa Batlló para saber que lo consiguió.

Las columnas evocan a las patas de un elefante, pero no es el único animal que se viene a la mente. La línea quebrada del tejado recuerda a la espina dorsal de un dinosaurio, sensación potenciada por una fachada plagada de balconcillos pintados color marfil como si se trataran de huesos. Además, los miles de colores de su superficie con pequeños discos cerámicos evocan a las escamas de un pez. Un sueño de naturalismo hecho realidad. 

5. Sagrada Familia (1883 – 1926)

Calle de Mallorca, Barcelona

Una obra arquitectónica tan magna que todavía está por terminar. Fue el lugar donde Gaudí trabajó 43 años de su vida y cuya finalización está prevista para 2026. Es una iglesia difícil de resumir en pocos párrafos, ya que su espíritu gótico también capta la esencia de nuestro siglo.

El arquitecto aceptó el encargo de la dirección de las obras en 1883 a la edad de 31 años, y ni por asomo imaginaba que esta acabaría ocupando la mayor parte de su carrera. Pero fue su modo de trabajar lo que precisamente demoró la construcción del edificio: no seguía un plan prefijado, sino que continuamente incorporaba nuevos elementos durante el transcurso de las obras.

El proyecto tenía previstas unas 18 torres-campanarios: correspondientes a los 12 apóstoles, los 4 evangelistas, la Virgen y Jesucristo. De hecho, la construcción en su totalidad estaba concebida como el cuerpo místico de Cristo y en el centro, representado por el altar, como el mismo Jesucristo.

Esa es precisamente una de las grandes características de la Iglesia: que los propios elementos arquitectónicos, desde torres hasta portales, cumplen además una función simbólica. Así se aprecia en las escenas bíblicas a modo de ilustraciones que decoran la iglesia, como la de Pilatos lavándose las manos o la de dos soldados observando el camino de la Pasión.

El papel que juega la luz tampoco se queda atrás. Es la que determina la posición de los diferentes portales. Incluso se había planeado que la torre principal, símbolo de Cristo, estuviera iluminada por la noche con grandes reflectores situados en las torres 12 de los Apóstoles. De ahí, a su vez, se desprendería un haz sobre la ciudad para iluminar a la Tierra e ilustrar las palabras del hijo de Dios: “Yo soy la luz”.

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