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Sobre este blog

En este blog se agrupan intelectuales, académic@s, científic@s, polític@s y activistas de base, que están convencid@s de que la crisis de régimen que vivimos no podrá superarse si al mismo tiempo no se supera la crisis ecológica.

Queremos que la sociedad, y especialmente los partidos de izquierda y los nuevos proyectos que hoy se están presentando en nuestro país, asuman alternativas socioeconómicas que armonicen el bienestar de la población con los límites ecológicos del crecimiento.

Coordinan este blog José Luis Fdez. Casadevante Kois, Yayo Herrero, Jorge Riechmann, María Eugenia Rodríguez Palop, Samuel Martín Sosa, Angel Calle, Nuria del Viso y Mariola Olcina, miembros del grupo impulsor del manifiesto Última Llamada.

¿Qué hay de moralmente pernicioso en el cambio climático?

La Antártida, un termostato que regula el clima del planeta

Laura García Portela

Si los cada vez más firmes y numerosos informes científicos están en lo cierto, la humanidad está causando en la actualidad un giro drástico en el clima global. De no corregir urgentemente esta tendencia, los cambios que generamos nos llevarán a cumplir el anhelado sueño de vivir en otro planeta. La mala noticia es que este sueño se parecerá más a una pesadilla. En lugar de haber alcanzado un más allá donde todos los seres humanos pudieran vivir en condiciones ideales, habremos conseguido hacer de nuestro mundo ese otro planeta. La diferencia es que esto será a fuerza de que no todos podamos sobrevivir y que, los pocos que queden, lo hagan en condiciones lamentables.

La tendencia política, sin embargo, sigue siendo desoladora. Las posibilidades de frenar este desastre se ven de nuevo fuertemente mermadas con el anuncio de la destrucción de los compromisos adquiridos por los Estados Unidos para la reducción de emisiones contaminantes. Ahora que Donald Trump comienza a cumplir sus amenazas en materia de política climática, conviene no perder de vista lo que hay de moralmente pernicioso en seguir contribuyendo desenfrenadamente al cambio climático.

A pesar de que al nuevo presidente de la principal potencia responsable de las emisiones de efecto invernadero, como reconoció su predecesor en el cargo, el cambio climático le parezca “un cuento chino”, el consenso científico en torno a su causa antropogénica y sus devastadores efectos no para de crecer. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), asistimos a un aumento desenfrenado de las temperaturas que tiene efectos, en muchas ocasiones irreversibles, sobre los sistemas naturales y humanos. El aumento de la temperatura provoca el derretimiento de glaciares y capas de hielo, así como la expansión térmica de los océanos, generando un aumento considerable del nivel medio de las aguas marinas. Las consecuencias son devastadoras para los hábitats de numerosas especies vegetales y animales, así como para la producción agrícola y para la vida de los habitantes de pequeñas islas y aquellos asentados en las zonas polares árticas.

Junto con ello, el aumento drástico de las temperaturas genera importantes olas de calor y la expansión de numerosas enfermedades tropicales, lo que acaba con la vida de innumerables personas. Todas estas consecuencias afectan con mayor virulencia a los habitantes de países pobres y a los más pobres en los países desarrollados, dada su vulnerabilidad y su escasez de recursos adaptativos.

Hasta aquí la exposición de los hechos que, sin embargo, no hablan por sí solos. La justificación del rechazo a las políticas regresivas en materia climática exige precisar qué hay de moralmente negativo en el cambio climático. La pregunta filosófica no proporciona un añadido a la respuesta técnica sino, antes bien, su condición de posibilidad. ¿Qué hay, pues, de moralmente negativo en el cambio climático?

Es probable que nuestra primera intuición quede enmarcada en el discurso de los derechos humanos. Parece intuitivamente cierto que las consecuencias del cambio climático anteriormente apuntadas violan, al menos, el derecho a la vida, a la salud y a la mínima subsistencia. Además, el cambio climático genera una serie de incertidumbres y riesgos que hace a los más pobres vulnerables al estrés de saber que sus vidas se encuentran sistemáticamente amenazadas. Ambos elementos constituyen razones de peso para evaluar negativamente nuestra conducta.

El cambio climático es moralmente pernicioso, en segundo lugar, porque representa un escenario injusto a niveles globales, intergeneracionales, interespecíficos y ecológicos. A nivel global, comporta una doble asimetría: mientras que los individuos y países más pobres son los que menos emisiones contaminantes han generado, son, sin embargo, los más vulnerables a sus impactos. Parece justificado concluir que la inacción de los países más desarrollados, responsables históricos y actuales de la inmensa mayoría de emisiones contaminantes, representa un caso claro de injusticia global.

Pero, además, esta injusticia tiene una dimensión temporal, puesto que los efectos a largo plazo harán que las peores consecuencias sean sufridas por las generaciones futuras, indefensas ante los abusos del presente. Por su parte, la injusticia interespecífica y ecológica se manifiesta en los efectos que el cambio climático tiene para las vidas de los animales no humanos y los ecosistemas en general justifican.

Quizá por su fuerza intuitiva, estas son las razones más aducidas entre quienes no se cansan de denunciar las dimensiones moralmente negativas del Antropoceno: unas razones que ponen el foco de atención en las víctimas, que ven y verán sus derechos elementales violados, que sufren y sufrirán injusticias. Para quienes tienen una fuerte sensibilidad hacia el daño sufrido por otros, estas razones parecen normativamente suficientes. Pero nuestro fracaso institucional y político no parece decir lo mismo. En este contexto, la filosofía sigue teniendo el compromiso de analizar qué otras razones podrían resultar efectivas para convencer a los “agnósticos” del problema moral que el cambio climático representa.

Sin menoscabo de lo anterior, creo que un giro de 180 ºC hacia nosotros mismos permite captar otra dimensión moral del problema. Uno podría pensar, no sin razón, que, dadas las dimensiones y la inmediatez de los efectos del cambio climático, podríamos apelar a la propia supervivencia o a la de nuestros seres queridos. Podríamos así rechazar nuestra conducta desde la lógica del auto-interés. Sin embargo, esto seguiría consistiendo en afrontar el problema desde la perspectiva de las víctimas (en este caso, nosotros o los nuestros). Y no es este el giro que quisiera aquí realizar.

Lo que aquí quiero destacar es, sin embargo, que podemos dibujar una imagen más completa aún del problema moral si en lugar de situar el foco de atención en las víctimas lo situamos en los agentes. Lo que hay de moralmente pernicioso en el cambio climático es, también y de manera fundamental, la forma en que queda dibujada la identidad de los habitantes de los países desarrollados y más contaminantes como agentes morales, a través de nuestra contribución e inacción.

¿Qué dice de nosotros la existencia, perpetuación y agravamiento del cambio climático? Que parecemos lo que Stephen Gardiner ha llamado “la escoria de la Tierra”. ¿En qué se traduce esto? En primer lugar, en que somos extremadamente imprudentes. Ya no es solo que estemos imponiendo riesgos sobre los más vulnerables, sino que lo estamos haciendo de una manera seriamente injustificada, irreflexiva y gratuita. Contamos con los suficientes conocimientos científicos y medios técnicos para conocer las dimensiones del problema e iniciar una transición que eventualmente evite las tales consecuencias. Nos agarramos a interpretaciones exageradas y desacertadas en relación a la incertidumbre científica de los daños que genera el cambio climático, mientras invertimos en generar un arsenal de geoingeniería destinado a modificar lo más básico de los sistemas físicos de nuestro planeta, cuyos efectos son altamente inciertos y potencialmente devastadores. Si nos preguntamos qué clase de individuos haría esto, no podemos por más que concluir que la forma en la que estamos afrontando el cambio climático nos deja en evidencia como individuos absurdamente imprudentes.

En segundo lugar, esta forma de actuar deja nuestra insensibilidad moral al descubierto. Lo que muestra la injusticia global, intergeneracional y ecológica es una profunda falta de voluntad a la hora de poner sobre la mesa los intereses de otros seres humanos, de las generaciones futuras y de otras especies sobre el planeta. Demostramos ser seres profundamente ciegos a la presencia de los otros alrededor del mundo, a lo largo del tiempo y más allá de nuestra especie.

Finalmente, tanto nuestra inacción política e institucional como el estilo de vida asociado al calentamiento global reflejan la adopción de valores superficiales. Estaremos en lo cierto cuando pensamos que la clase política está más preocupada por aferrarse al sillón que por el cambio climático. Pero no es menos cierto que muchos ciudadanos están más preocupados el último reality show que por salvar el planeta, por trabajar más para ganar más y consumir más, o por los caballos que tendrá su próximo coche. Uno podría pensar que los asuntos éticos simplemente ni nos preocupan ni nos conciernen.

Sin embargo, creo que seríamos insinceros si no nos reconociéramos que, incluso para nosotros, el daño y la amenaza a la que sometemos al planeta tienen una importancia moral mayor que las cuestiones superficiales de las que nos preocupamos cotidianamente. (Pre)ocupados por y con cuestiones que nosotros mismos somos capaces de reconocer como relativamente insignificantes no hacemos sino demostrar una autoforjada superficialidad.

Lo que de moralmente pernicioso hay en el cambio climático no es solo el profundo daño y el riesgo al que sometemos a los más vulnerables, la violación sistemática de derechos humanos o una injusticia que se manifiesta a niveles globales, intergeneracionales e interespecíficos. Es también la forma en la que dibujamos nuestra identidad como agentes (in)morales, por imprudentes, insensibles y profundamente superficiales.

Resulta difícil imaginar que alguien que se mire a semejante espejo pueda pensar, sin autoengañarse, que es así como desea ver reflejada su identidad. Ya que mirar al mundo parece ser insuficiente, quizá la repulsión hacia lo que el cambio climático dice de nuestra identidad como agentes morales pueda ayudarnos a “convencer a los que faltan”.

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En este blog se agrupan intelectuales, académic@s, científic@s, polític@s y activistas de base, que están convencid@s de que la crisis de régimen que vivimos no podrá superarse si al mismo tiempo no se supera la crisis ecológica.

Queremos que la sociedad, y especialmente los partidos de izquierda y los nuevos proyectos que hoy se están presentando en nuestro país, asuman alternativas socioeconómicas que armonicen el bienestar de la población con los límites ecológicos del crecimiento.

Coordinan este blog José Luis Fdez. Casadevante Kois, Yayo Herrero, Jorge Riechmann, María Eugenia Rodríguez Palop, Samuel Martín Sosa, Angel Calle, Nuria del Viso y Mariola Olcina, miembros del grupo impulsor del manifiesto Última Llamada.

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