GH: No digas que fue un sueño
Jorge decidió sincerarse con Carol con nocturnidad y alevosía. Era la crónica de un rechazo anunciado. La escena comenzó con el gaditano susurrando un “sinceramente, tengo ganas de besarte de verdad”. Carol se hizo la sorprendida e inició ese discurso que habla de amistad, buen rollo, bla, bla,...
Carol, aparentando sorpresa, continuó con su razonamiento demoledor: “Jorge, estás confundido. Estoy bien contigo y te quiero un montón. Yo tengo las cosas claras, simplemente no me quiero complicar”. Traducción: “Jorge, no has podido resistirte a mis encantos, lo comprendo; pero esto sólo lo hice por pasar el rato. Eso sí, me caes bien. Lo único que tengo claro es que tú no eres mi tipo, si fuese otro...”. Por supuesto, esto de las interpretaciones no es una ciencia exacta.
El gaditano no acabó de captar el mensaje en toda su intensidad y remató con un “te quiero mucho” que Carol repelió con humor con otro “Eres mi amigo”. Pero Jorge tenía que decir la última palabra: “No, tu tigre”. La canaria salió de la habitación con la excusa de beber agua y medio minuto más tarde, Jorge fue a su encuentro. Carol, al borde de un ataque de nervios debido al férreo marcaje al que se ve sometida, inicia una explicación psico-patológica del fenómeno que firmaría una eminencia como Paco Porras. Lo cierto es que, en las horas posteriores, Jorge continuó portándose como si nada hubiera sucedido, incluso no respetó la tarjeta roja y expulsión de su cama que le impuso Carolina.
La portadora del bote
La casa de Guadalix es un polvorín en el que Óscar ha explotado. El manchego acusó a Patricia, durante una conversación privada, de que no escucha y sus discusiones son un monólogo de la sevillana. Para quitarse el mal sabor de boca, Óscar organizó con Candi una gymkana cuya realización no trajo más que enfados, malas caras y peores modos.
Como no escarmientan, pusieron en marcha otro juego llamado “quien tiene el objeto, tiene el poder”. En este caso, un bote otorgaba poder absoluto sobre los demás si se poseía. Carol se vio seducida por el lado oscuro y, de paso, se ganó la enemistad de Kiko con sus órdenes. Pero fue Patricia quien logró el bote, que paseó triunfal al ritmo de “No cambié”. Lo que le faltaba a la sevillana. Al instante comenzó a usar sus nuevos poderes: “Javito y Candi, lavadme las sábanas”, “Quiero café”, “Kiko, acércame el tabaco”,...
Cuando hinchó las narices a todos y todas el juego acabó. “Cuando me mosqueo me mosqueo”, dijo el gallego de la casa haciendo honor con esa frase a su procedencia. Candi aseguró que esa diversión la había practicado con niños de diez años y resultaba divertida, pero la granadina no tuvo en cuenta las enseñanzas que nos proporciona El Señor de la s Anillos, que deja bien claro que el poder lleva a la corrupción y el deseo de ejercerlo a la enajenación. Vamos, que el juego se fue de las manos y Patricia terminó convertida en Gollum.
Lo que parecía una regañina más provocó la ruptura de Kiko y Patricia. En escenas que discurren paralelas, asistimos como el madrileño critica a su pareja ante Candi y Patricia llora desconsolada en el hombro de Óscar, que acierta a decir: “Estoy de tu lado”. Él se queja de su juventud y forma de ser y ella, de sus cambios de humor. Durante el día se rehuyen y la sevillana amenaza: “me voy a divorciar”. Esa noche, la separación se consumó. Una idea común se establece en sus cabezas y se resume en la frase que pronunció uno de ellos: “Aquí la vida es como un sueño, no sé si estoy enamorado”. ¿Quién de los dos? ¿Es que eso importa?
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