Palmeras, sol, mar y arena en Valle Gran Rey

Vista general de Valle Gran Rey, en la isla de La Gomera. VIAJAR AHORA

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Desde las altiplanicies del Parque Nacional de Garajonay, la isla de La Gomera se desploma ladera abajo en una red de barrancos que bajan, en apenas un par de kilómetros, desde los casi 1.500 metros del techo insular a las orillas del mar. Tajos imponentes creados por la acción paciente del agua y el viento que, durante millones de años, han cincelado las profundas cicatrices que, desde siempre, sirvieron de hogar a los hombres y mujeres de la isla. Terrazas que escalan por las laderas, lomadas y vertientes más inverosímiles son la prueba de la laboriosidad de un pueblo que, desde hace mil años, arranca el fruto de la tierra con trabajo muy duro. Y al fondo de los cauces, por donde bajan las aguas del Monteverde, huertas, plantíos y palmerales.

El Valle Gran Rey, como todo por estos lares, también tiene su leyenda. Dicen que este barranco fue asiento y corte de uno de los más importantes señores de la isla antes de la llegada de los conquistadores europeos a inicios del siglo XV. Debe ser cierto porque cuenta con agua en abundancia y buenas tierras para el cultivo. No es de extrañar que la fertilidad del lugar llamara la atención a los nuevos dueños de la isla que ya en una fecha tan temprana como el propio XV instalaron aquí uno de los cinco ingenios azucareros que trabajaban a destajo en la Gomera rindiendo, según los documentos de la época, más de 600 arrobas de oro blanco sólo en tributos. Al socaire de esta industria debieron llegar trabajadores y esclavos que, mezclados con los supervivientes del trauma de la conquista, formaron el germen de lo que hoy son los gomeros y gomeras de nuestros días.

Desde el Restaurante Mirador de El Palmarejo (Dirección: Carretera de Arure sn –G1-; Tel: (+34) 922 805 868) el viajero tiene una perspectiva completa del valle. Justo abajo, la Ermita de San Antonio de Padua preside el paisaje del pago de Guadá un conjunto de casas desperdigadas en torno a la Ermita de San Antonio de Padua, una de esas pequeñas iglesias tan típicamente canarias de muros blancos, tejadillos rojos e interiores dominados por el uso virtuoso de la madera. Esta es la tónica del valle: casas acá y acullá entre huertas verdes e impresionantes bosques de palmeras. Palmeras por todos lados; miles de palmeras que aquí son una parte consustancial del paisaje natural y cultural. De la palmera se obtiene el guarapo, un licor que se obtiene de la fermentación de la savia de palmera (para muchos el antecedente del ron) y la miel de palma, condimento dulzón y oscuro fundamental de la riquísima repostería de la isla.

La carretera G1 desciende hasta el cauce del barranco y sigue corriente abajo dejando atrás los diferentes núcleos que ocupan el valle: Retamal, Lomo del Moral, Casa de la Seda… Aquí conviene dejar el coche y tomar alguno de los caminitos que bajan hacia el fondo del barranco entre casas de sencilla pero preciosa arquitectura tradicional, huertas, acequias y las omnipresentes palmeras. Al otro lado del barranco se encuentra la Ermita de Los Reyes (Acceso Camino de los Reyes), una construcción que cuenta con elementos de inicios del siglo XVI aunque fue reformada a principios del XX. Entre los tesoros de su interior destaca el lienzo flamenco de la Adoración de los Reyes.

Al contacto con el mar, el estrecho corredor se abre en abanico dejando un buen pedazo de costa accesible a los viajeros y viajeras. Es una de las escasas concesiones que la caprichosa geografía de La Gomera hace para los que gustan del mar y de la playa. Enclaustradas por los murallones verticales que buscan las alturas de la isla y los verdores perennes del Garajonay, se apelotonan las playas en una sucesión de tramos de arenas negras y charcones en los que los más pequeños de la casa disfrutan como enanos y los papás se despreocupan por la seguridad de las aguas tranquilas y someras. Lugares como el Charco del Conde donde, según la tradición, Hernán Peraza ‘el joven’ , señor feudal de la isla pasaba sus momentos de ocio junto a la bella aborigen Iballa, relación prohibida que desencadenó la rebelión de los gomeros allá por 1488.

Hoy, la pequeña laguna de agua de mar, es un lugar ideal para pasar una jornada playera. Como otras playas del lugar tales como Las Vueltas (junto al puerto), La Calera o La Puntilla, extensos playones de arenas negras que, al estar en plena urbanización, cuentan con las ventajas de los servicios propios de un espacio urbano (ver mejores playas de Canarias). Porque aquí ha florecido un pequeño núcleo turístico que, por suerte, no desentona con el carácter local. Un par de hoteles y casas de huéspedes forman esta pequeña ciudad de vacaciones que aprovecha la cercanía de las mejores porciones de litoral de la isla. Como la Playa del Inglés, escondida a los pies del Risco de la Mérica, refugio postrero de los últimos lagartos gigantes de La Gomera. Y más allá el mar.

Un mar limpio e intacto que guarda un catálogo de fauna marina y fondos vírgenes que empieza a atraer a buceadores de todo el mundo. El proyecto Secretos Azules pretende dar a conocer el fantástico patrimonio natural subacuático de La Gomera a través de la señalización de hasta doce puntos de inmersión que, en su gran mayoría, se localizan en las inmediaciones de Valle Gran Rey y su puerto. También desde aquí parten las excursiones marítimas que recorren la espectacular costa oeste de la isla hasta el Monumento Natural de Los Órganos, un acantilado volcánico formado por miles de columnas de basalto que emergen del mar creando un paisaje único. Esta parte de la costa también recibe la visita frecuente de delfines y ballenas, que suelen acercarse a las embarcaciones.

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