ENTREVISTA

Meritxell Falgueras, sumiller: “El 90% de las mujeres del vino hemos presenciado comportamientos machistas”

Meritxell Falgueras.

Sarah Serrano

5 de noviembre de 2025 22:08 h

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Desde su infancia en una bodega familiar hasta las ferias más exigentes del vino, Meritxell Falgueras ha visto cómo se sirve una copa, cómo se compra un viñedo y cómo se silencia a quien no sigue los códigos establecidos. En su nuevo libro, Mujeres del vino. ¿Y la señora también tomará vino? (Planeta Gastro), Falgueras traza un recorrido, a través de su historia personal, que va más allá de etiquetas y racimos. Es un mapa de poder, de cultura, de género y de territorio. Lo reivindica con una voz que quiere ser escuchada.

La industria del vino —territorio de tradición, gastronomía, marketing y prestigio— se presenta muchas veces como aspiracional. Pero desde dentro, como apunta Falgueras, convive con estructuras invisibles que siguen operando en clave masculina.

¿Qué significa para ti esa frase que has colocado en el subtítulo: “¿Y la señora también tomará vino?”.

Pues bueno, es un poco intentar sacar los colores. Porque la gente dice que no hay machismo, pero todos reconocen esta práctica. Mira, mi pareja es exalcohólico y a mí me ponen el agua y a él vino cuando salimos. Es una desviación de género que sin querer reproducimos, pero hacerte consciente de ello con una sonrisa pues it’s good [está bien].

Confiesas nada más empezar que la escritura de este libro ha sido terapéutica. ¿Qué te llevó a escribirlo? ¿Qué necesitabas sanar?

Digo que fue terapéutico pero en sentido literal, porque tuve que hacer mucha terapia para que no hubiera rabia [al escribirlo], sino para encontrar ironía y amor hacia las mujeres y no odio hacia los hombres que me han hecho daño. Por eso también dedico un capítulo a “algunos hombres buenos”, como en la película. Pero también siempre me pongo en el dilema de qué pasaría si alguna compañera me dijera que alguno de ellos no se ha portado así de bien con ellas como conmigo. También es un poco hacernos pensar, a partir de mi biografía, pero con una trenza de las experiencias de mis compañeras, situaciones que no son cómodas pero son reales.

Una de las aportaciones de este libro es el Estudio de las Mujeres del Vino 2024 en el que se apoyan los datos que aportas. ¿De dónde nace ese estudio?

El estudio lo hicimos con la D.O. Cataluña y el Instituto Más Mujeres. Laia Arcones, que es quien hace todas las métricas y estadísticas de El club de las malas madres, me decía que es importante poner datos. Si no, parece que son sensaciones mías. Pero cuando tú verbalizas que el 40% de las mujeres del vino estamos en el sector por legado familiar, te das cuenta de que es muy difícil denunciar las prácticas machistas. Muchas están en el mundo rural y eso complica buscar alternativas laborales. Ponerle nombre y apellidos a las cosas nos ayuda a entenderlas.

¿Cuál es el dato que más te impresionó de ese estudio?

Pues mira, el dato que más me marcó fue que el 90% de las mujeres del vino hemos presenciado comportamientos machistas, insultos, actos inapropiados... También que el 74% de nosotras hemos ido a un evento del vino y éramos las únicas entre un resto de hombres. Te hace pensar que históricamente ha sido un mundo de hombres. Me encanta cuando en el libro también hablo con nuevas generaciones, por ejemplo con Lola Palacios, la hija de Álvaro Palacios –fundador de una de las principales bodegas–, que me dice que ella no ha tenido ningún problema. Bueno, ella tiene unos 28 años y qué guay, ¿no?, pero el problema es que las que estábamos antes sí que lo hemos vivido.

Cuando tú verbalizas que el 40% de las mujeres del vino estamos en el sector por legado familiar, te das cuenta de que es muy difícil denunciar las prácticas machistas

¿Sientes que hay cuotas en el mundo del vino? ¿Te han llamado alguna vez para cubrir un hueco en una mesa redonda porque “la foto no iba a quedar bien” si solo salían hombres?

El problema de las cuotas en el mundo del vino es que a veces ni por eso. O sea, que ni para quedar bien, ni para poner un poco de luz en la foto. Sigue habiendo muchísimos congresos, y cuando digo congresos, son congresos de primer nivel, que es que ni para la foto han tenido reparos. Y te envían la nota de prensa y ves a ocho ponentes tíos y dices: 'hosti'. Y te das cuenta de que se dedican a la comunicación, y piensas qué raro. Y luego te dicen: “No, no, es que expertos del tema no hemos encontrado”. Pues mira, yo en I+D te puedo hablar de Mireia Torres que además sabe un montón de variedades ancestrales de uva; de Biodinámica es una crack Marta Casas, de bodegas Parés Baltà; Anne Cannan te puede contar del Comercio Internacional, Merche Dalmau sobre el priorat, La Loba sobre los vinos de Burgos… Y cuando se lo dices te contestan que las han llamado y es que todas tenían otras cosas.

Entonces, bueno, nos tenemos que plantear como sociedad que un hombre puede irse cinco días a una feria y no pasa nada y nosotras, tengamos hijos o no, acogemos roles muchas veces de cuidadora que no te permiten acudir.

El mundo de la elaboración del vino reúne prácticas y creencias diversas. En el libro apuntas que algunas mujeres han vivido episodios en los que no han podido entrar en el interior de una bodega en fermentación sin que se les preguntara si tenían la regla, por miedo a “alterar el producto”. ¿Hay realmente algo detrás de esto? ¿Tienes datos sobre cómo podría afectar el ciclo hormonal femenino a la cata o a otros procesos?

El tema de la menstruación y la fermentación del vino es un poco rollo el alioli en Cataluña, que dicen que se desarregla o que si hablas cuando lo meneas se te corta. Son creencias casi medievales. Yo he estado investigando y muchas de las brujas que quemaron realmente eran enólogas, porque las pócimas lo que tenían era alcohol. Rascas, rascas y, por ejemplo, ves cómo en el protestantismo pasaba lo mismo con la cerveza y que muchas veces decían que eran brujas, pero porque les hacían la competencia (a los hombres). Las quemaban y así ciao pescao.

Comentas que las soft skills [las habilidades blandas o interpersonales] de las mujeres se han convertido en power skills. ¿A qué te refieres con esto? ¿Podrías dar algún ejemplo concreto que hayas documentado o recogido en entrevistas?

Yo pongo de ejemplo a Mireia Tetas, de la Bodega Pinord, que tiene 41 años pero parece superjoven. Es una tía supersimpática, dulce, muy educada. A veces, yo misma creo que he sido la peor machista porque he sido extremadamente complaciente y extrovertida, me he reído de cosas que no me hacían gracia porque se estaban metiendo conmigo, pero siempre pensaba aquello de que no lo habrán dicho con mala intención. Lo de poner la otra mejilla... Es verdad que no tienes que dejar de ser simpática, no hace falta ser borde con quien es borde contigo, porque entonces te tiñes de su mal rollo. Por eso te contaba lo de Mireia, porque es la típica a la que le preguntaban si sabía catar, o le pedían hablar con su jefe en las ferias. A veces le preguntaban con sorna si sabría explicar la elaboración del vino, cuando era ella la que lo hacía. Es un poco volver al subtítulo del libro: ¿y la señora también tomará vino? Al final el tiempo nos da la razón. El caso Pelicot te enseña que la vergüenza tiene que cambiar de bando: tú no haces nada malo, son ellos.

Puedes decir que tienes muchas mujeres en la bodega, pero ¿qué rol ocupan? De secretaria, enoturismo, marketing, comunicación

Tienes un máster, un doctorado, hablas cinco idiomas y eres sumiller. Pero también eres rubia, guapa y te gusta arreglarte. Parece, por lo que cuentas en el libro, que has sentido que, a ojos de algunos, se ha valorado más lo segundo que lo primero. ¿Cómo se combate ese tipo de prejuicios?

Es verdad que los señoros tienen ese arte de querer solo limitarte a tu físico, encasillarte ahí y juzgarte. En el libro mi editor me decía: “Tía, te has pasado de erudita”. Porque como tienes ese complejo de rubia tonta… Yo ahora me río muchísimo, porque soy teñida y porque tengo toda la formación. Pero es verdad que te hacen dudar de ti misma.

En distintos momentos del libro hablas de cómo las mujeres del vino han tejido redes de apoyo y colaboración. ¿Qué significa para ti la sororidad en este sector? ¿Qué papel crees que juega —o puede jugar— en transformar estructuras que históricamente han sido desiguales?

Para mí la sororidad en el sector empieza cuando mi amiga Anne Cannan, me pidió que la ayudara a llevar la comunicación de Mujeres del vino en un momento en el que yo estaba infelizmente casada, dedicándome a la crianza de los niños antes que a mi profesión. Al final no te cansas de hacer muchas cosas, sino de hacer cosas cuando te sientes valorada. “La Cannan” me devolvió el gusto por el mundo del vino.

Y yo hago esto, sobre todo, porque cuando a mí me han atacado en las redes o me han pasado cosas, yo no tenía esa red. No te diré que soy de las precursoras porque están ahí mujeres como Isabel Mijares, y tantas otras mujeres, pero es verdad que en el mundo digital, de comunicación más mediática, sí que me ha tocado romper muchos moldes y he pillado mucho, pero era, simplemente, para que otras no pasaran por lo mismo.

Meritxell Falgueras.

¿Duelen más los ataques cuando vienen de otras mujeres que se dedican al vino?

Sí, cuando los ataques vienen de otras mujeres, la verdad es que aún me sientan peor porque les guste o no lo que hago, sean feministas o no, también luchamos por ellas. Si ellas no han sentido el machismo en el mundo del vino, que se den con un canto en los dientes, porque muchas de nosotras sí. Yo, como todo el mundo, hago cosas bien y mal, pero están esperando a que haga una cosa mal para señalarme, para criticarme, para unirse. Y esto no es una batalla.

Te declaras fan de Sexo en Nueva York y de la industria de la moda. Ambos ámbitos reciben críticas desde algunos enfoques feministas por la superficialidad o la objetualización de la mujer. ¿Cómo convives con esas contradicciones y qué lectura feminista haces de tu gusto por esas referencias?

Claro, no es lo mismo ahora que hace 20 años cuando salió. Ahora es verdad que lo miras con otra perspectiva. Cuando hago artículos solo de vino, de bodegas, de corchos… mi manera de comunicar pierde brillo. En cambio, cuando voy a un musical, una expo, viajo, se me ocurren ideas que creo que puedo aportar. Entonces, dándole un poco a la coña: si tengo buen gusto en el vino, también en el vestir. Y que lleve mis modelitos rollo Carrie Bradshaw no quita que sea una buena profesional. Es también una forma de comunicar.

Un 65% de las mujeres del vino no están contentas con cómo conciliar su carrera profesional y su vida doméstica, por lo que se está perdiendo mucho talento

En el libro señalas que las mujeres han impulsado una comunicación del vino más emocional y accesible y que muchas ocupan puestos en marketing, agencias y comunicación. ¿No son también esos puestos una forma de trabajo “en la sombra”? ¿Cómo valoras su impacto real en la estructura del sector?

Aquí el titular es que sólo un 20% de los bodegueros son bodegueras, que somos el 52% de la sociedad pero, en cambio, sólo un 15% de las CEOs son mujeres. Ya cuando te dan esa frase es como la gente que dice “yo no tengo ningún problema con los gays, tengo muchos amigos gays”. Puedes decir que tienes muchas mujeres en la bodega, pero ¿qué rol ocupan? De secretaria, enoturismo, marketing, comunicación. Yo entiendo que son facetas que nosotras nos desarrollamos muy bien, pero es como la Michelin: puede que haya mujeres en todos los equipos, pero ya sabes quién sale en la foto.

En el apartado sobre champaña recoges la expresión “viudas del vino” y otras referencias históricas. ¿Se están produciendo cambios liderados por mujeres hoy que todavía no están llegando con la misma fuerza a la comunicación pública? ¿Puedes citar ejemplos que aparecen en el libro?

Es verdad que las llaman viudas, pero lo que son es grandes inventoras. Por ejemplo, Clicquot, que es la más conocida, es la que inventó el remuage (proceso en la elaboración de vinos espumosos como el champagne y el cava, que consiste en girar e inclinar gradualmente las botellas para agrupar los sedimentos –lías– en el cuello, justo antes del degüello). Tras la Guerra Civil, en el cava encontramos a Dolors Sala en Freixenet, o a Anna de Codorníu, una de las pocas bodegas con apellido femenino.

En la presentación del libro y en capítulos relacionados con la conciliación planteas situaciones de mujeres que trabajan en entornos rurales sin escuelas infantiles, que llevan a los niños a la bodega o asumen cargas familiares que complican la carrera profesional. ¿Qué conclusiones o propuestas recoge el libro sobre este punto?

Bueno, yo también hacía los deberes entre cajas en la tienda de mi padre, o sea, cero drama. Al final lo que quieren los niños es ser cuidados, atendidos y vivir en la naturaleza mola mucho. Lo que pasa es que por culpa de la conciliación –de la no conciliación–, un 65% de las mujeres del vino no están contentas con cómo conciliar su carrera profesional y su vida doméstica: eso quiere decir, entre líneas, que se está perdiendo mucho talento.

¿En qué punto crees que estamos ahora mismo, según el estudio y tus entrevistas? ¿Percibes voluntad de cambio entre los hombres del sector? ¿Qué papel deberían jugar para que el cambio sea efectivo y sostenido?

Yo lo veo más generacional. Las nuevas generaciones ya ni se plantean el feminismo. Es más, creo que se les escapa un “uy, qué pesadas”. Porque ellas ya lo tienen muy introducido. Más que abrir puertas, con este libro estoy cerrando y sanando heridas. Hubo una Meritxell Falgueras muy joven, con mucha ilusión, que recibió por todas partes. Y ahora, con 44 años, la estoy defendiendo. Lo único que quise fue darle una vuelta a la comunicación del vino que no se entendió. Y ahora es lo que se hace en redes. En ese momento hablar de vinos sin alcohol o de maridajes emocionales a la gente se la pelaba. Pero esos señoros a los que apela el subtítulo: una, se están jubilando; y dos, son ellos quienes quedan mal.

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