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Mientras tanto

El 5G proveerá una velocidad de navegación 40 veces más rápida.

Miguel Roig

La cultura digital ha cambiado no solo hábitos, costumbres y formas de relación, sino las coordenadas del espacio y del tiempo. El escenario virtual se confunde con el real del mismo modo que un banco ensambla la gestión en red con la sucursal de ladrillo, al igual que el papel de los periódicos es un accesorio, un complemento; su versión digital es la nave nodriza. Lo temporal abona esta circunstancia, ya que el Internet de las cosas se puede interpretar como el tiempo de las cosas: a través de la voz o el teclado se sirve, a voluntad, cualquier pedido en el acto.

Cuando se habla de la abdicación de la política frente al capitalismo financiarizado que ejerce la gobernanza global, reclamando ideas y propuestas para la recuperación del mando, tal vez se obvie que los grandes programas, revolucionarios o no, desde Marx a Keynes, son procesos de un lento destilado y que poco tienen que ver con las herramientas tecnológicas y su desarrollo. La comparación lleva a pensar en competencia desleal. No se le puede pedir al buscador de Google un programa económico y social de cambio.

La nueva generación de comunicación móvil 5G, ya en marcha, proveerá una navegación cuarenta veces más rápida y vislumbra, como anticipa Manuel Castells, una nueva economía ya que pasaremos de unos 1.600 millones de objetos y máquinas conectados según el registro de 2014 a unos 20.000 millones en 2020.

Borges llamaba cuarta dimensión a la memoria pero podríamos ver esta situación con la misma perspectiva. Una escena que ya no es nueva ni novísima porque su misma dinámica ha superado la categoría de los superlativos. Es como vivir en el futuro de manera permanente: la atención ante el acontecimiento se ve distraída porque el porvenir inmediato despliega las alas ante nuestros ojos. Si no enajenara sería un 'work in progress' creativo pero el obstáculo a superar es la negación del presente: cuando aún no hay destreza adquirida para gestionar los nuevos instrumentos ya se vislumbran los venideros.

En el plano político, sería la revolución perfecta. El sueño de Trotsky, que concebía el presente como un tiempo sin duración, el momento revolucionario, el “ya mismo”; dejar que perdure es perderlo, convertirlo en pasado. En la revolución tecnológica el tiempo también se acelera pero el espacio está ocupado por la tensión geopolítica del control de la nueva sociedad en red. Es decir, la guerra. Mientras tanto aquí, en el entorno común, el nuevo barómetro que patrocina Control, “Los jóvenes españoles y el sexo”, informa que casi el 40% de los encuestados, uno de cada tres, practica cibersexo y el 35% utiliza sus cuentas en las redes para conocer futuras parejas sexuales. Atrás queda la pornografía, se imponen las relaciones: vivir más que ver. Como afirma Pascal Bruckner, el amor y el sexo se han se ha convertido hoy, junto con la felicidad, en nuestra ideología global de Occidente, nuestro esperanto por el que todo pasa, las dulzuras y las maldades cosidas en la misma túnica. El mientras tanto.

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