Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Abascal no es Steve Bannon

Santiago Abascal, líder del partido de extrema derecha Vox.

Lolita Bosch

No es Steve Bannon. Esto es una evidencia. Santiago Abascal no es Steve Bannon y no porque nos haga pensar en una caricatura que reconocemos, sino porque mira al pasado y no al futuro. Steve Bannon quiere destruir para reconstruir, Abascal destruir para recuperar. Ambos se rigen por ese mismo patrón destructivo que pretende sacudir a la sociedad hasta hacer que se ataque a sí misma. Uno con el delirio de que el mundo nuevo lo necesitará a él, promotor del caos, para guiarlo hacia un futuro mejor (entiéndase mejor no como más enraizado en el bien común, sino en el negocio inimaginable que supondrá hacerlo). El otro con la absurda ilusión sin sentido de que cuando el mundo se quiebre retrocederá a un pasado mejor (tampoco pensando en el bien común, eso no es mejor para Santiago Abascal, sino más recto, más acorde a unos valores que ya casi no pesan nada, menos abierto). Así que no nos dejemos engañar. Ambos lo hacen por dinero. Se ven como líderes y estandartes de dos mundos que no existen: el que no llega y el que ya terminó. Su egocentrismo patriarcal, heterosexual, blanco y enfermizo con el que quieren erigirse como adalides de sociedades que imaginan no sólo refuerza su ignorancia e incultura emocionales, sino que son un negocio. Un burdo, ofensivo e impune negocio. Que no solo desprecia el mundo tal y como lo hemos construido sino a sus votantes, seguidores y achichincles.

Steve Bannon fundó un movimiento con el nombre literario de 'The movement' que aglutina a partidos de extrema derecha europeos y se hermana con otros de otros lugares del mundo como Japón o Corea del Sur. Abascal es una de sus piezas del tablero imaginario con el que decide el futuro del mundo. No es la extrema derecha tal y como la conocíamos. Es una extrema derecha instalada en un mundo de redes sociales, noticias urgentes y una impunidad informativa sin precedentes. Pero Santiago Abascal no es Steve Bannon. Abascal es una caricatura y Bannon un estratega (nos guste o no reconocérselo).

Bannon recorre con un manto negro el mundo occidental y amenaza nuestras sociedades tratando de convencernos que lo que logró en los Estados Unidos lo logrará en Europa y luego más allá. Está en su propia cruzada y como todos los ejércitos usa soldados desechables y reemplazables como Santiago Abascal; a quien se le ve feliz de participar en un movimiento que no sabría pensar, organizar ni mantener. Y no es que eso honre a Bannon, es que disminuye la figura de Abascal y su pecho peludo y su porte antiguo y su manera tan ridícula de sostener la mirada. Parece el jefe de un grupo de boy scouts que admiran ignorantemente a los fascistas del siglo XX y emulan a personajes históricos a los que sólo sabrían servir.

A mí, como a muchas otras personas, no me gusta seguirle el juego. No me interesan las nimiedades con que establece su agenda política y el miedo que trata de insuflarnos. Sus mitines en discotecas, sus propuestas en Facebook y su porte en un programa de Bertín Osborne me parecen patéticos. Y siempre que lo veo me recuerda a un señor español que mirando una vez la Catedral de la Ciudad de México, brazos en jarra, pecho peludo, camisa abierta, shorts de licra, exclamó con un rarísimo orgullo: “Qué huevos tuvimos los españoles”. Se refería a la construcción de una catedral sobre una ciudad sagrada. Era una caricatura de las películas que se vieron obligados a hacer por momento histórico Alfredo Landa u Ozores. Pero en aquel momento aquellos personajes nos parecían inofensivos. Y hoy algo ha ocurrido que logra que provoquen miedo. Deberíamos preguntarnos por qué hemos cambiado nosotras, nosotros. Porque ellos no son los que han cambiado. Son aquellos mismos tipos a los que ya hemos ganado otras veces.

Etiquetas
stats