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¿Adaptarse o morir?

Ilustración de Alexander Leydenfrost para la revista Popular Mechanics de enero de 1952

Begoña Huertas

Como respuesta a la acción depredadora del hombre, algunos elefantes nacen ya sin colmillos y las sardinas se han hecho cada vez más pequeñas para burlar las redes. Los seres vivos se adaptan al contexto para sobrevivir y los humanos no son una excepción. Si bien el mecanismo de supervivencia más obvio a día de hoy para nuestra especie sigue siendo el dinero, está claro que también ayuda tener la piel dura y la cara de cemento. La adaptación al medio exige rehacerse y a veces hasta desfigurarse.

Vivimos en un sistema basado principalmente en criterios de rentabilidad empresarial, no de interés social. En nuestro hábitat campan a sus anchas los ministros de Justicia que acuden a cumpleaños de empresarios condenados por delitos contra la Hacienda Pública o ministros de Turismo que pasan sus vacaciones invitados en suits de lujo por hoteleros con licencia ilegal, y por supuesto los ministros de Economía que reciben suculentas ofertas laborales de empresas energéticas.

Lo peor es que este entramado se ha construido al amparo de una supuesta no-ideología. Cuando Sáenz de Santamaría, en un gesto melodramático, se queja de que la oposición se ha vuelto antisistema está poniendo al descubierto precisamente la existencia de ese sistema, ese terreno en el que tanto políticos del PP como del PSOE han obrado a su antojo en contra del interés común.

Las declaraciones de Jordi Sevilla, exasesor económico de Pedro Sánchez, llegan al absurdo en su afán por negar ese sistema de connivencia entre política y mercados. En el Ibex35 hay, dice, “gente de todos los partidos, las opiniones y las creencias” (…). “Cada uno tiene sus intereses, sus preferencias, sus opiniones”. Le faltó añadir que había gente de todos los sexos, de todas las edades y de todos los colores de piel y de pelo, y que a unos les gustaba el Rock & Roll mientras otros eran más de Rhythm & Blues. En el colmo del sinsentido terminaba diciendo que son “empresas en las que trabajan miles de personas, muchos de los cuales seguro que votan a Podemos”. Jordi Sevilla se parece a la mala novela burguesa, que no tiene en cuenta el dinero cuando hace psicología.

La verdad es que estamos en un momento complicado, pero podemos interpretarlo en positivo como tránsito hacia algo nuevo. Este puede ser un momento “doloroso como el crecimiento de los niños y triste como el comienzo de las primaveras”, como decía Rilke, es decir, la etapa que anticipa un estirón, un progreso. El planteamiento no tiene por qué ser necesariamente adaptarse o morir sino crear un nuevo (eco)sistema. A diferencia de los animales, los humanos, gracias a ese giro selfie que es la conciencia, podemos diseñar nuestro entorno y modificar nuestro entramado de relaciones. La precariedad no es un fenómeno de la naturaleza, es una decisión política, como lo es gobernar para las grandes empresas. La brecha entre trabajadores precarios y magnates, entre pobres y ricos se va haciendo más grande y no precisamente por una mutación genética.

La relación entre trabajo y dinero tiene que cambiar y de hecho está cambiando en un momento en que el trabajo es menos regular y menos seguro que nunca. El economista Ryant Avent –que participó este miércoles en un ciclo de conferencias en Madrid– indaga sobre ello en su libro La riqueza de los humanos. El trabajo en el siglo XXI. La automatización y la globalización ocasionan un exceso de mano de obra, con el consiguiente empobrecimiento de lo trabajadores, condenados a la miseria o a la precariedad. Según Avent, la revolución digital nos sitúa en un período de cambio social similar al vivido en el siglo XIX con la Revolución Industrial.

Conceptos como redistribución de la riqueza, repartición del trabajo, seguro de empleo o renta básica están ya sobre la mesa. Más que antisistema, hay que ser necesariamente altersistema, porque urge encontrar otras formas. No nos tienen que salir ventosas y en lugar de desarrollar antenas quizás tengamos que desarrollar el arte de la ociosidad. De manera que seamos optimistas: “Así no se puede gobernar”, se quejaba Sáenz de Santamaría. Afortunadamente. Habrá que buscar un medio más propicio.

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