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“Adiós, España”

Las cargas policiales y la insólita votación marcan la jornada en Cataluña

Ramón Lobo

El referéndum que no existió lo ha perdido el Gobierno de Mariano Rajoy. La violencia policial quedará retratada en los medios de comunicación españoles y extranjeros y, a través de ellos, en la retina de millones de personas en todo el mundo. La derrota informativa y política es total, sin paliativos. 

El Gobierno que se dejó arrebatar el relato y la ilusión por parte de los independentistas se ha dejado quitar la imagen de modernidad y eficacia de la que tanto le gusta presumir. Es un gobierno desnudo, sin auctóritas, casi preconstitucional. 

Parecía un duelo entre la España posfranquista y otra que se despierta de una pesadilla. La reacción del PP parece sacada de los manuales de Rofolfo Martín Villa, cuando no existían las cámaras de los móviles y las redes sociales. Soraya Sáenz de Santamaría sigue lanzando sus frases de consumo interno como si solo existiera su televisión, la secuestrada TVE. Recuerda al texto de Gabriel García Márquez sobre la dictadura uruguaya, “los militares que se creyeron su propio cuento”. 

Jaume tiene 75 años y a las cinco de la mañana ya estaba de guardia en la puerta del colegio de primaria Congres Indians, donde le toca votar. “Esto es un movimiento ciudadano que se mueve de abajo arriba y al que se han sumado los políticos”. Da la clave que explica la orientación del PP. Estamos ante una sublevación popular, no en un asunto entre políticos acostumbrados a solventar sus duelos con una componenda in extremis. Ese movimiento desde abajo explica su profundidad y extensión. 

Jaume está con tres amigos: Joan, de 58 años; Francesc, de 86, y su esposa Teresa, de 77. Todos quieren votar a favor de una independencia que saben que no llegará mañana, ni el mes próximo. Francesc aún cree que hay un espacio mínimo para el diálogo, y que la mejor solución sería un referéndum pactado. 

Afirmar esto parece hoy fuera de la realidad, tal es la velocidad de los acontecimientos. El debate es independencia o independencia. Se discute el cuándo, no el fondo. 

Las imágenes de la violencia policial han causado sorpresa e indignación. Resulta extraño que en un proceso que se ha movido según lo previsto, cuando llega el hecho, como la ley de desconexión o la Guardia Civil y la Policía Nacional repartiendo golpes y empujones, la diga, no lo esperaba. 

“Cataluña ya se ha ido”; “la ruptura emocional es irreparable”. Estas son las frases que se repiten de un colegio a otro. En la calle se respira tristeza y rabia, una rabia tranquila. 

La fila para votar en la escuela Josep María Jujol da la vuelta a toda la manzana. Cae una lluvia lenta que no ahuyenta a nadie. Es un barrio de clase media próximo al paseo de Gracia. Un Mosso d’Esquadra observa la escena. Los policías autonómicos llegaron temprano a los colegios para informar a los votantes de que era un acto ilegal y levantar acta. Cuando preguntaban quién estaba al frente, los congregados decían: “todos”, como Fuenteovejuna. 

En los colegios no visitados por los antidisturbios, votaron primero la gente mayor, los que tenían niños a su cargo o algún problema físico. Pese a que la organización parece engrasada tiene espontaneidad. El Gobierno, la policía o los dos, lograron cortar o debilitar varias veces la señal de acceso a Internet con el objetivo de dificultar el acceso al censo electrónico. Cuando esto sucedía, la gente gritaba, “en modo avión, todos los teléfonos en modo avión”, y así poder seguir votando. Hay una inocencia naíf, de los que creen que las utopías son posibles. 

No está en juego solo la legalidad, sino la legitimidad, y esta última se la está dejando el Gobierno a jirones en una exhibición de torpeza. Carente de discurso, de empatía y de actores creíbles capaces de interpretar un papel diferente al del enfadado Martín Villa de 1977. Ni Zoido ni Albiol parecen los más adecuados para enamorar a nadie. 

Marisol vive en el barrio de Maragall. El día anterior al referéndum defendía que España no era una democracia. Le dije que su frase era una exageración, traté de razonar. La gente está deseosa de escuchar algo diferente. ¿Qué le digo ahora cuando me la encuentre en el bar de Rosa? ¿Qué le digo a Ferran que nunca ha pisado Madrid por decisión personal? “Es que no puedo con el Gobierno”. Una vez que regresó de Nueva York prefirió volar a París antes de hacer escala en Barajas. 

El “a por ellos, oe oe” ha hecho daño en una población hiper sensibilizada. El Govern ha trabajado las emociones. Cuando desaparecen las razones y saltan las leyes, queda la emoción como argumento. 

“Sé que si nos independizamos será duro, pero será mi decisión”, dice Jaume, el hombre de 75 años. “Sé que tenemos corrupción, pero al menos no estaré pagando la del País Valenciano o la de Madrid”. 

Los turistas desaparecieron. Barcelona parecía por unas horas una ciudad habitable. El viernes, antes de que se levantara el telón de la realidad, Abubabakar vendía camisetas del Barça sobre su top manta. Es de Senegal. Entre ocho camisetas falsificadas de Messi había una de Cristiano Ronaldo. “¿Vendes alguna de Ronaldo?”, pregunté. Abubabakar abrió muchos los ojos: “¡Noooooo! No vendo ninguna ¡Esto es Cataluña!”.

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