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Ahora en Común es (hacer) democracia

Debate sobre la unidad popular con Ahora en Común y representantes de partidos y candidaturas ciudadanas municipalistas. / Europa Press

Emmanuel Rodríguez

Miembro de Ahora en Común —

¿Vivimos en democracia? En torno a esta pregunta ha girado toda la fuerza del ciclo político.  ¡Democracia Real Ya! fue una de los grupos y de los eslóganes iniciales del 15M. La impugnación del régimen del '78 ha sido también consigna principal de Podemos. Y, en general, el cuestionamiento o la sospecha sobre la (mala) calidad democracia española han estado en la base de la crisis política más importante que haya atravesado el país desde la Transición.

Más allá, no obstante, de que nos pongamos o no de acuerdo sobre la condición de la democracia española, conviene reconocer que en este tiempo se ha generado una increíble energía democrática. Al igual que en aquellos periodos históricos de rápido cambio político (las revoluciones), cada “atasco”, cada bloqueo que, en los últimos cinco años, ha amenazado con devolvernos a la inquietante tranquilidad de una crisis sin solución, ha venido seguido de una oleada de innovaciones políticas y sociales capaz —increíblemente capaz— de llevar más lejos la frontera de lo posible.

Así fuimos testigos y parte de la sorprendente irrupción que explotó tras el 15M y donde se mostró, por primera vez en casi tres décadas, que la palabra democracia tenía valor y sentido y sobre todo que existía una mayoría social dispuesta a defenderla y practicarla. De igual modo, las mareas verde y blanca nos enseñaron que, a pesar de la supuesta atomización social, lo común sigue estando ahí como algo de todos y todas, y que tiene nombre de sanidad pública o de educación pública. Posteriormente, Podemos practicó algo que antes parecía imposible: convertir esa fuerza social en fuerza electoral. Y las candidaturas municipales de Madrid, Barcelona, Coruña o Cádiz llevaron aún más lejos el órdago hasta ganar ayuntamientos que casi son como pequeños países. En definitiva, si es cierto que una sociedad sólo se plantea los problemas que puede resolver, esta ha sabido resolver casi todos.

El pasado viernes se celebró un acto singular que pretendía responder a uno de esos bloqueos que hoy atascan el avance del ciclo político. Participaron en el mismo una decena de representantes de distintos partidos, iniciativas y corrientes. Hablaron allí desde Alberto Garzón (IU) hasta Beatriz Talegón (exPSOE), desde un destacado dirigente de la catalana EUiA hasta otro de la Chunta Aragonesista. También estuvieron algunos concejales de las nuevas formaciones municipalistas como Pablo Soto de Ahora Madrid o Arancha Gracia de Zaragoza en Común. El motivo era hablar de la “confluencia”, una palabra por definir, pero cuyo significado conviene resolver con urgencia en medio del revuelo que se ha levantado con la aparición de un manifiesto titulado “Ahora en Común”: apenas una declaración de intenciones que va camino de recoger 25.000 firmas en poco más de cinco días.

El acto, disponible en este periódico, vino encabezado por una pregunta de esas de rompe y rasga en la actual coyuntura “¿Te imaginas todos juntos?”. Se trata de un interrogante difícil: la invitación a “imaginar” no explica quienes son “todos” y cómo van “juntos”. Si se atiende a los integrantes de la mesa, se podría pensar: “Dalé... el frente de izquierdas, la unión de la izquierda, esa es la formula del éxito electoral”. Prueba de que hay algo de verdad en esta afirmación es que el publico asistente, varias cientos de personas, asintió en varias de ocasiones de forma atronadora con el grito “Unidad popular, unidad popular”.

Pero ¿es realmente esta la fórmula para ganar las elecciones? Conviene reconocer a Pablo Iglesias cuando dice que ese es el lugar en donde te quiere el enemigo: te encasilla en un palabra que sólo funciona para una parte de la población y que remite a organizaciones que en su momento no hicieron bien sus deberes. Por eso quizás sea mejor abordar la cuestión desde otra perspectiva, una radicalmente distinta. La clave está en el motor del ciclo político y en la fuerza que lo ha empujado en todo momento, la democracia. El 15M inventó un término para nombrar a esa mayoría que podía ser la base de una “nueva república” (de una nueva política): el 99 %, los de abajo.

Volviendo al acto del pasado viernes. Entre la intervenciones más acertadas hubo una de Pablo Soto especialmente relevante. Casi sin levantar los ojos de su libreta, nombró cuatro ideas, que según él —y yo comparto— habían sido la clave del éxito de Ahora Madrid. La primera: la marca no debe ir por delante, lo que quiere decir que ninguna organización se puede arrogar el protagonismo de la confluencia: se requiere de un trabajo discreto y generoso, que integre a todos y a todas. La segunda era que el proyecto / programa debe ser participado, resultado de un debate público, horizontal y no limitado a expertos, o lo que es lo mismo, que la política no puede ser monopolio de profesionales y tecnócratas, que es democrática o no es. La tercera tiene que ver con la elección de los representantes: las primarias deben hacerse a partir de criterios de pluralidad y representatividad, sólo así se consigue la implicación de todos los actores. Y por último, lo que no deja de ser un resultado de las tres condiciones previas: el entusiasmo.

Esta fórmula tiene poco que ver con un frente de izquierdas opuesto a Podemos y encabezado por IU, pero tampoco tiene mucho que ver con una coalición de partidos por el cambio con centro en Podemos. De hecho, la idea de Ahora en Común —y Ahora en Común es en principio poco más que una idea— prende justo en otro lugar: no es ni unión de izquierdas, ni unión de organizaciones, sino la pretensión de empujar una alianza ciudadana y democrática; una unión de los “de abajo” con participación e inclusión de todas y todos, tal y como se pudo ver en la inspiración inicial de Podemos, y tal y como ocurrió en Madrid, Barcelona o Zaragoza con las candidaturas de unidad.

Por paradójico que parezca esto no resta protagonismo a Podemos. No se trata de ir contra o frente a Podemos, sino con Podemos y más allá de Podemos, abarcando aquello que la marca no es ya capaz de recoger —en este mismo medio se publicaba hoy una encuesta que le colocaba como tercera fuerza con el 13,3% del voto—. En la dirección de lo señalado más arriba, un Ahora Podemos o un Podemos en Común construido sobre la base de unas primarias de circunscripción provincial y que garantizasen una pluralidad suficiente, acompañadas de un método de elaboración colectiva del programa, podrían ser condición suficiente para afrontar las elecciones con mayores posibilidades de éxito.

Los politólogos suelen hablar de erosión de la democracia, de desafección política, de crisis de la representación. En las últimas décadas, lo común —la política al fin y al cabo— ha sido cauterizado en pos de la mera administración de los asuntos públicos. Tecnocracia y expropiación (neoliberalismo) han sido los instrumentos de esta despotenciación de la política. El 15M ha permitido revertir esa situación sin dejar por ello de manifestar sospecha respecto a todo lo que huele a política profesional y luchas partidarias por la autoperpetuación en el poder. Nuestro reto consiste en saber aplicar las claves del 15M en una situación nueva.

Vivimos en una época acelerada, apasionante y políticamente exigente. Hoy medios y fines coinciden. Eficacia y democracia van de la mano. Igualdad, inclusión, cooperación, decisión común se han convertido en requisitos de cualquier opción política que quiera ser viable. Por eso, Ahora en Común es quizás algo tan sencillo —o tan complejo— como anteponer la democracia a cualquier otra cosa. Paradójicamente ese es justo el motor del éxito electoral.

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