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Albert I El Conciliador

Rivera en el programa en el que los niños preguntan

Raquel Ejerique

Una periodista con dos hijas le pregunta a Albert Rivera si va a organizar los actos de prensa antes de las seis de la tarde, para poder conciliar su trabajo de redactora y el de persona y madre, como promete el programa electoral de Ciudadanos. Rivera, a quien la pregunta le sienta como un tiro a juzgar por el lenguaje no verbal seguido de la chulería, dice que lo hable con su empresa –El Periódico de Cataluña–, que su empresa ponga turnos y contrate a más gente para no obligarla a ella a hacer tantas horas. Es un ejercicio de cinismo, porque él, como todos, sabemos que a la conciliación le pasa como a la paridad, que no funciona si la dejas sola y a voluntad de parte.

A Rivera se le llena la boca con comida ajena e invita a una fiesta en la que él pone el tarjetón y los demás el local y la bebida. Vende conciliación en su programa y pide a los líderes de las empresas que hagan algo que él, como líder de su partido, no piensa hacer ni como gesto. No va a adelantar sus actos, pero “estaré encantado de legislar para que puedas defender en tu empresa que se respete tu horario laboral”. Si se trata de eso, su propuesta es tan vieja como los sindicatos o los comités de empresa.

Es un error político quitarse la careta en público y reducir a la nada tu profuso programa en medidas conciliadoras. Son 28 páginas de cantos a la Europa más avanzada y a la teoría de que el mejor trabajador es el trabajador feliz. Esa era la teoría. Sin embargo, en la primera ocasión directa y concreta que ha tenido Albert Rivera para ponerse el disfraz de héroe nórdico, convertirse en Albert I El Conciliador y predicar con el ejemplo, ha decidido entrar en la cabina telefónica y desvestirse para quedar como otro político más en calzones.

Como ya le pasó con la violencia de género, Rivera se enzarza cuando le piden que baje a la tierra su ideario. Su antecesor en el show fue el propio Rajoy, con la propuesta del cambio de huso horario. Para que eso resolviera el problema de que tus hijos salgan dos o tres horas antes del colegio que tú, lo que habría que hacer es cambiar el huso solo a los progenitores.

La verdad práctica es que seguramente nadie va a hacer nada en serio, más allá de repetir el mantra de conciliar, que queda moderno y no lleva aparejado gasto en el presupuesto. Rivera, Rajoy, Sánchez e Iglesias pueden enarbolar sin miedo y con todo el ímpetu justiciero la bandera de los horarios racionales y el crucigrama de tiempo. Esa guerra por el bienestar es un deseo políticamente correcto que aplaudimos todos, incluidos los empresarios, hasta que llega el momento de arrancar en serio ese cambio mental, cultural, social y empresarial. 

Un compromiso real para alcanzar el estadio de homo faber feliz requeriría dinero público y mover una maquinaria pesada e histórica que implica interferir en los usos y costumbres. Hay que innovar –otra palabra gratis– y dejar de controlar los grados celsius de los asientos de los empleados. Ahora a ver si alguien se atreve a hacerlo o auspiciarlo además de blandirlo cuando hay micrófonos delante. Conciliar, como la paz en el mundo, es un concepto que suma muchos fervores y pocas acciones.

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