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Anquilosados por fragmentación

Elisa Beni

“Pertenezco a esa clase de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, y no ven sólo la multitud de la que forman parte, sino también los grandes espacios de alrededor(...) no sabiendo creer en Dios y no pudiendo creer en una suma de animales (la Humanidad) me encontré en esa distancia de todos que llamamos Decadencia”

Fernando Pessoa. Libro del Desasosiego

Por cuestiones de la vida, que nos alcanza a todos y nos alcanza siempre, llevo muchos días cuidando a una persona querida en un hospital. Un enorme y solvente hospital público de Madrid en el que tengo puesta toda mi confianza, como puse antes, con toda fe y toda puntualidad, mis impuestos.

Patrullo mañana y tarde los pasillos, huyendo de la heparina, con alguien que no conserva ni la mente que tuvo ni la salud que cultivó. Oigo retazos de sus frases, a veces imposibles de hilar, y los restos de la merma de un vocabulario que fue rico y profuso. “Siempre huí de la humanidad doliente” oigo sorpresivamente que dice la voz que acompaño, como si él no fuera parte de ella, de ese conjunto de animales racionales,como si no se hubiera sumergido de pleno en lo que afirma esquivar.

A nuestro lado, en efecto, abundan casos diversos, dramas hechos, dolores y diagnósticos por hacer. Y en medio de todo ello las noticias parecen lejanas e inútiles pero siguen llegando y es misión cumplida en cada pasillo sin fin recorrido, analizarlas y usar el tiempo interminable en pensar sobre ellas.

Si el momento actual de nuestro país estuviera en una de esas camas, si los médicos y los estudiantes de Medicina lo rodearan en busca de una confortante palabra técnica que revistiera de fría razón los males, quizá dirían que España está anquilosada por fragmentación, que llevamos desde 2016 dando vueltas a esa rueda y que la situación y la forma de manejarla nos ha conducido a una parálisis en la que ya sólo acallamos síntomas, apagamos erupciones.

Pero no somos en absoluto capaces de atacar ningún daño funcional o estructural que nos procure siquiera calma y sosiego sino una curación real y un cuerpo social sano y enérgico con el que avanzar hacia alguna parte.

Al principal problema que tenemos, no parece haber nadie interesado en ponerle nombre. Para eso hay que saltar sobre todo el torrente de palabras que, como las de mi familiar, pudieran parecer coherentes en el transcurso de un instante aislado pero que forman parte de un corpus confusional e insano.

No se llama nuestro problema Cataluña ni ruptura ni Constitución ni régimen del 78 ni tantas otras cosas. El problema verdadero reside en que sea cual sea el más importante de todos esos temas o de cualquier otro venidero hemos perdido la capacidad de solucionarlos. Ahí estamos, anquilosados. Es imposible porque aunque hemos llenado nuestro espectro político de más opciones, como en ese mundo de consumo de elección permanente entre ofertas inacabables. Se ha producido una situación endiablada en la que nadie puede tener el poder en solitario ni tampoco puede conseguirlo pactando con quiénes podría.

No hay otro motivo final de todo el discurso político que no sea buscar la forma de obtener el poder, o de conservarlo, y a la vez intentar diferenciarse del resto de la oferta en ese carrusel sin fin el que el votante tendrá que comprar finalmente a sus representantes. Así no compensa buscar soluciones, sino diferenciaciones.

No tiene sentido tener principios o ideologías sino adaptarse de forma camaleónica a lo que el márketing de las emociones determina que en ese momento moverá al público hacia esa opción.

Pongamos por caso el problema catalán. Un problema de por sí difícil de resolver pero que jamás avanzará mientras un fragmentado espectro de fuerzas nacionales tenga que vérselas con un fragmentado espacio del independentismo. Nadie dialoga sobre nada cuando mira de reojo a los próximos, para poder diferenciarse, y a los ajenos para ofrecer también al público en el mercado la oferta más sugerente y más emocional .

Llevamos así desde la definitiva ruptura del bipartidismo. Cada vez surgen más facciones dentro del espectro ideológico -algunas abominables- y cada vez se agrava a lucha por el espacio, por el espectro, por el votante, por la diferencia, por la neutralización de la diferencia, por el poder a fin y al cabo.

Todo esto trae caso de la crisis, de la globalización, de las nefastas políticas de austeridad, de la pérdida de pie de la izquierda a la hora de entender las necesidades de los agraviados y del empeño del Partido Popular por seguir adelante a pesar de su corrupción, así por resumir.

Y no estamos solos: “Una mayoría de ciudadanos del mundo no confía en sus gobiernos ni en sus parlamentos y un grupo aún mayor de ciudadanos desprecia a los políticos y a los partidos y cree que su gobierno no representa la voluntad popular”, escribía Manuel Castells en 2009.

Siempre vamos con retraso. “Como la democracia es una cuestión de procedimiento, si el proceso de asignación de poder a las instituciones del Estado y la gestión de las instituciones puede modificarse mediante acciones ajenas al procedimiento a favor de grupos de interés o personas concretas, no hay motivo para que los ciudadanos deban respetar la delegación de poder que hacen a favor de sus gobernantes.

Ello deriva en una crisis de legitimidad que es la incredulidad generalizada en el derecho de los líderes políticos a tomar decisiones en nombre de los ciudadanos para el bienestar de la sociedad en su conjunto“, concluye.

Esto es lo que ha sucedido con una corrupción infame campando mientras se destruía a las clases medias en nombre de un supuesto bienestar general. Este es el problema fundamental que tenemos que solucionar. Sólo volviendo a restaurar esa confianza, obtendríamos resultados electorales capaces de congregarse en fuerzas efectivas para hacer frente a los problemas reales.

No hay nada en el actual debate político que indique que alguien esté trabajando en ello. Irán logrando el poder de forma efímera unos u otros en eso que llaman política líquida. Los problemas reales seguirán ahí esperando. Hasta que todo estalle por algún lado, como ese gran absceso contra el que luchan en cualquiera de las habitaciones que permanecen precintadas en mi paseo.

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