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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Bárcenas y los filisteos

Suso de Toro

Pensé escribir sobre los rigores del invierno, sobre un meteorito, sobre las cárceles israelíes, incluso sobre la crisis económica (¿se acuerdan?)... Pero me ocurre lo que a la mayoría, que estoy abrumado por el ruido del ventilador de la basura.

En unos meses la sociedad española pasó de estar razonablemente obsesionada por las consecuencias de la crisis a vivir este espectáculo de corrupción para el que nadie había comprado entradas y que sin embargo nos obligan a ver. Estamos implicados y abrumados, basta escuchar a nuestro alrededor, y es lo que indica también la última encuesta del CIS.

Esa preocupación general se refleja en un fenómeno que sacude los medios de comunicación: TVE, convertida en el NO-DO del Gobierno, pierde el respeto y la audiencia y se trasvasan oyentes y espectadores de unas cadenas a otras. En general, ascienden las más polarizadas en la derecha y en la izquierda. Y lo que gana audiencias no son los programas de fútbol o de cotilleo de intimidades sino, algo impensable, los que tratan más directamente los problemas y escándalos de la vida pública, de modo muy concreto programas de La Sexta como Salvados, El Intermedio, La Sexta columna o Al rojo vivo, que nos ofrecen por primera vez una libertad de información y una franqueza en la opinión como no habíamos visto antes en la televisión.

Estos éxitos de audiencia responden a que la vida pública se ha transformado en un espectáculo de caricaturas grotescas y el modo natural de contar eso son los focos, los gritos y las burlas. Pero además hay una demanda previa del público. La sociedad española está inmersa en un intenso debate político y está expectante aguardando la ración de cada día.

Este tiempo de crisis, además de desgracias, nos dejará algunas cosas buenas y una de ellas es la pérdida del miedo, el verdadero cemento con que se amalgamó el edificio político nacido de la Transición y que ahora está amenazado de derribo. Por primera vez tenemos información sin miedo y, lógicamente, todo está en cuestión porque lo merece. La infanta Cristina en el momento en que escribo -todas estas cosas cambian en horas-, sigue sin ser llamada a declarar por el caso Nóos, y parece que eso confirme que no pertenece al mundo de los ciudadanos, a diferencia de los otros cuatro imputados. Pero eso no impide que eso lo repudie la mayor parte de la gente y además lo exprese, cosa que antes no hacía. La crisis barrió también miedos y tabúes, y no tiene vuelta atrás.

Todas las estructuras de la vida económica, social y política están cuestionadas por la opinión mayoritaria y acusadas ante la justicia. Lo impensable hace unos meses, ahora nos resulta familiar: sólo por el gigantesco caso Caja Madrid/Bankia tienen que declarar en los juzgados el anterior presidente del FMI y exvicepresidente del Gobierno, Rodrigo Rato; el ministro De Guindos y el anterior gobernador del Banco de España...

Pero compiten en espectacularidad los casos del presidente y el vicepresidente de la patronal que pedían mano dura con los sindicatos y los trabajadores. Y como cada semana nos llega bajo la consigna “¡Más madera!”, a los casos de espionaje entre la derecha denunciados en la Comunidad de Madrid hace un par de años se le suma ahora el espionaje catalán con sus pintorescas escenas de restaurante y cotilleo.

Y atentos, que no falta de nada. El Rey se incorpora al show judicial implicado en jugosas escenas de ese culebrón Nóos que enlaza a la Casa Real con el PP de Baleares, Valencia y Madrid. Pero no se conformen con eso porque seguro que mañana, como cada día, habrá más. Valle-Inclán está muerto y Berlanga también, pero todo nos resulta como escenas de películas, y es que España hoy es un gran espectáculo, trágico por abajo, entre los que padecen las consecuencias de esta política. Y cómico y grotesco por arriba, entre ladrones y corruptos.

Y si consideramos que el Gobierno es el eje que sostiene el Estado y a su jefatura, entonces es para tomarse muy en serio la situación de un Ejecutivo que no tiene el poder que le corresponde, el poder lo tiene un individuo llamado Bárcenas. Un sujeto que parece tener sujeto al presidente del PP y del Gobierno y a los principales dirigentes del partido.

Bárcenas es el dueño del tiempo político y el que manda, y es la voluntad de ese personaje inmoral la que decide lo que va a ocurrir en los próximos días. La inmoralidad es quien manda hoy en España.

Pero, ¿quién es ese Bárcenas? No es un sujeto cualquiera, evidentemente, pues estando procesado por varios delitos graves sigue libre y tuvo todo el tiempo del mundo para destruir o esconder documentación manejando sumas de dinero por el mundo. Y, en el momento en que esto escribo, conserva el pasaporte.

Ese pasaporte le permitiría fugarse a disfrutar de sus dineros ocultos, pero él no lo hace, como si se sintiese seguro de que saldrá bien parado. ¿Será también de sangre azul? Simplemente es la verdadera columna que sostiene hoy el Estado. Si esa columna sufre, crujiría, y la queja que emitiría acabaría con todo.

Bárcenas es como un Sansón, y los filisteos lo saben.

Si todo eso no afectase directamente a nuestras vidas, sería un espectáculo digno de ser presenciado. Pero no es el caso. En ese caso lo lógico sería que la opinión pública hiciese apuestas, porras.

Por ejemplo, dado este proceso de autodestrucción progresivamente acelerado de este sistema político, ¿hay alguien capaz de imaginar qué forma tendrá España como Estado dentro de un año, dos años..?

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