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Buenos tiempos para el periodismo, malos tiempos para sus sucedáneos

Los periodistas toman notas ante un monitor de plasma donde comparece Rajoy, algo se quebró aquel día.

Rosa María Artal

Llevamos una legislatura atravesada de quebrantos. No parece el menor de ellos hacer creer a quienes los sufren que no es cierto lo que ven y padecen. A diario contemplamos cómo la realidad va por un lado y la España oficial por otro. Y, sin embargo, la espesura de esa manta que nos cubre no debe ocultarnos otras realidades: algo está cambiando y mucho. Ha sido el poder ciudadano el que ha sacudido a algunos partidos tradicionales y ha forzado renovaciones. Y, con él, también ha nacido una vigorosa red de periodismo digital que no existía en 2011, como contamos en un nuevo libro. Aquella indignación que estalló en el 15M ni fue casual, ni inútil. Y el periodismo sí reaccionó.

No esa prensa de siempre que anda perdiendo lectores como en una hemorragia aguda y que intenta sobrevivir a base de las subvenciones directas o camufladas del Gobierno. Sus contrapartidas están siendo bien evidentes en algunas líneas editoriales trastocadas. La crisis de los medios tradicionales precipitó cierres, ERE, reconversiones y dejó en la calle –y sigue dejando– a grandes valores del periodismo. Nuevos y veteranos. Del periodismo, digo.

La sociedad no debería confundir con periodistas a los paniaguados que dictan su doctrina en la tertulias. Esa docena o dos docenas de rostros visibles –con misiones políticas tan precisas– no representan a toda la profesión. En algunos casos, ni siquiera a la profesión. Quienes sí lo hacen son los que, en estos tiempos tan duros, se arriesgan a informar desde podios destacados o desde el más profundo anonimato. Los que no siguen “la agenda”. Aprendí este concepto en las Jornadas Blogs y Medios de Granada. Una joven periodista exponía sus esfuerzos por informar de un tema social para el que nunca quedaba tiempo: “Vamos a ver la agenda”, le oponía el jefe. Era la agenda de los políticos. Y no dejaba resquicio.

Hay una pléyade de periodistas que trabajan a pie de ciudad y de pueblo. En este mismo diario se puede apreciar el esfuerzo de varios en distintas comunidades. En Castilla-La Mancha particularmente, según aprecio. En una Comunidad con esta televisión pagada con dinero público –que no pública– o en la que se redactan estas crónicas adulatorias sin ambages, su labor es realmente meritoria.

Y no son los únicos (y que me disculpen un gran número que citaría), hablo de ese tipo de periodista batallador como Ángel Calleja, de 20 Minutos, o Antonio Maestre, de La Marea. O de Cafè amb llet, que tuvo que sufragar por suscripción una multa por contar lo que finalmente la justicia dictaminaría como verdad en la sanidad catalana. O como Olga Rodríguez, que sigue cogiendo la maleta para informar de lo que ocurre en el mundo en tiempos en que los grandes medios apenas apuestan por los freelance que se buscan –y se juegan– la vida.

El periodismo surca una dura travesía. Pero cuando corre por las venas no se acogota y busca salir tanto como lo hace la libertad constreñida. Arriesgando mucho en algunos casos, ha buscado caminos. Los que ya fueron abiertos o transitados por periodistas como Fernando Berlín en la radio de internet o Gumersindo Lafuente en el pionero Soitu. Hoy este periodismo está pujante.

El informe de la profesión periodística que edita la Asociación de la Prensa de Madrid nos hablaba el año pasado de la creación de casi 300 nuevos medios impulsados por los propios profesionales. Por buena parte de esos que habían perdido su empleo. En la última edición del estudio, recién publicada, ya son 400. Con resultados variables. El informe señala que el 13% de los proyectos no facturó nada; el 58%, por debajo de los 50.000 euros; y el 29%, más de 50.000 euros. De estos últimos, algo menos de la mitad facturó más de 100.000 euros. Eso sí, la precariedad se ha adueñado de la profesión periodística asalariada que, como tantas otras, registra recortes de sueldo en torno al 30% y una inseguridad que no permite avistar el futuro.

Entretanto, la prensa oficial se llena de plumeros que no dejan ver el quiosco. Ahora mismo nos están haciendo vivir un nuevo sobresalto en el que el séquito mediático del PP se empecina en confundir los intereses de ese partido con nuestro país. “Tsipras no ataca a España”, como traía el domingo a toda portada ABC, Tsipras se queja de la actuación del Gobierno de Rajoy y de su probado papel en zancadillear a su homólogo griego en la negociación con la UE, a través, en particular, de De Guindos. España no es Rajoy. Por fortuna.

Ya no les resulta tan fácil ocultar o manipular informaciones. Siguen silenciando, desde luego. Temas y voces incómodos. Pero existe esta otra red que cuenta lo que a la ciudadanía le interesa saber. Si lo busca, desde luego. Precisa un esfuerzo encontrarlo, no entra con lacitos por la pantalla en un clic. El Financial Times subrayaba hace unos meses que los periódicos digitales españoles suponen la alternativa a la crisis de la prensa tradicional, y destacaba a El Confidencial y eldiario.es de Ignacio Escolar. Varias cabeceras más se han hecho imprescindibles que se suman a las que ya lo eran. Todo ello imbricado con las redes sociales, que lo difunden y amplifican.

No es fácil. Muchos submarinos de droga dura televisiva compitiendo en un mar en el que se impone la selección con criterio. Y esas portadas con exabruptos políticos disfrazados de periodismo, tan grotescos que ya no cuela ni para los adictos.

El periodismo sí ha reaccionado. Y es imprescindible. Hace tiempo descubrí que “quien está informado no se deja engañar nunca más”.

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