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Capital y trabajo en el siglo XXI: cuando el primero pesa más

Imagen archivo de una cola en una oficina de empleo.

Andrés Ortega

Hace ya años, en 1961, Raymond Aron, uno de los grandes pensadores conservadores franceses, venía a decir en sus interesantes Dieciocho lecciones sobre la sociedad industrial que daba un poco igual que fuera el Estado o el capital privado el que hiciera beneficios si los reinvertía. Debatía entonces frente al modelo soviético. En la magnífica serie británica Downtown Abbey, ante los planes del yerno de reducir la plantilla del castillo y de sus campos para sacarles más rendimiento financiero, el patriarca Robert Crawley, conde de Grantham, le reprocha: “Resulta que el papel de los aristócratas es dar empleo a la gente. Es lo que justifica nuestra forma de vida”. En el Siglo XXI estamos ante otra lógica.

Para empezar porque hay una financiarización del capital pues en muchos casos tiene como único objetivo buscar los mayores rendimientos posibles, no dirigirse hacia lo que se entiende por “inversiones productivas”. En segundo lugar, porque las rentas del capital (aunque hay debate si se deslindan los beneficios) están superando a las rentas del trabajo, y ello no sólo por la citada financiarización, sino también por el impacto del avance tecnológico.

Esta situación que tiene consecuencias sobre el aumento de la productividad y sobre la creciente desigualdad (y pobreza) en las economías avanzadas. Cuando menos, hay una reducción de la mediana (es lo importante, no la media) de los ingresos de las personas o de las familias. Este hecho está detrás de algunas de las razones del auge de los populismos. Incluso, como ya señalaba Thomas Piketty en su famoso libro, “la tasa del rendimiento del capital excede la tasa de crecimiento de la economía”.

Según un interesante estudio del economista del MIT (Massachusetts Institiute of Technology) David Autor y otros colaboradores la caída en la proporción de las rentas del trabajo se da en el seno de, más que entre, las  industrias y servicios. Debido a la caída en los precios de las tecnologías de información y comunicación (las TIC), el coste del capital ha caído con respecto al coste del trabajo. Y todo ello cuando las empresas “superestrellas” –como las llama, con mejores productos o mayor productividad– tienden a llevarse todo el mercado en el que operan, y a reducir el factor trabajo. De hecho, David Autor, en otros estudios, estima que el comercio exterior, o más concretamente la competencia con China, sólo pueden explicar una cuarta parte de la caída en empleo en manufactura en EEUU. El resto se debe a la automatización, aplicada crecientemente a la industria y los servicios en todas partes, China incluida.

Por su parte, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, los autores de La segunda era de las máquinas, alertaban en una entrevista, que los trabajadores estaban cayendo por detrás del capital, en lo que llaman “el gran desacoplamiento”: “Las dos mitades del ciclo de prosperidad ya no van unidas: la abundancia económica, reflejada por ejemplo en el PIB y la productividad, ha permanecido en una trayectoria ascendiente, pero las perspectivas de ingresos y empleo para los trabajadores típicos han flaqueado”.

A lo que hay que sumar, indicaba Brynjolfsson, que las empresas, por razones aún no claras, no han estado creando nuevos empleos de forma tan eficiente como en el pasado. En Estados Unidos, las nuevas empresas –es decir, de cinco años o menos de antigüedad– representaban en 2013 una tercera parte de la economía de ese país, frente a la mitad en 1982, con una caída aún mayor en el porcentaje de personas que empleaban.

Estos factores servirían también para explicar los efectos sociales desiguales de una recuperación como la española, que también acaba de poner de relieve la Comisión Europea. Pero este desacoplamiento está apareciendo asimismo en economías muy avanzadas como Suecia, Finlandia y Alemania (además de EEUU, lo que entendió bien Donald Trump para montar su exitosa campaña electoral). Es la caída de una parte de las clases medias y trabajadoras que no se debe sólo a cambios en el contrato social.

Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) se necesitan crear 600 millones de nuevos puestos de trabajo en el mundo para 2030, sólo para responder al crecimiento de la población en edad de trabajar. No parece que vaya a ser posible. Lo que a su vez llevará a aumentar más las presiones de la desigualdad y la pobreza.

Estamos cambiando de modelo de capitalismo, pero no de modelo social, porque nadie tiene, aún, una respuesta a estos problemas. La respuesta o respuestas a estos retos serán muy complejas. Las lecciones de Raymond Aron ya no sirven. Y la recomendación del personaje de Robert Crawley la están invalidando los algoritmos.

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