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Chávez reloaded

Juan Carlos Monedero

Jueces díscolos, curas comunistas, policías sindicalizados, incluso hijas metidas profesionalmente a putas, son figuras que siempre han molestado sobremanera a los bienpensantes del establishment y a sus calderilleros ideólogos. Son actores rupturistas que desestabilizan unos escenarios que llevan siglos sirviendo a un mismo señor. Pero al fin y al cabo, son de casa. Si el desorden doméstico sube de nivel y se rompe la geopolítica de ese mapamundi donde España está en el centro y las Américas son, caídas en la cartografía, nuestra herencia, el desparramo se vuelve cósmico. Si tenemos un rey, piensan, que sea al menos para que tengamos un imperio. “¿Cómo que un zambo está causando problemas? ¿Otro esclavo como Espartaco saliéndose de madre? Me lo sacan de inmediato”

Nada como un militar medio negro medio indígena, católico ferviente y chingador del Vaticano, adorador de Fidel Castro y de la Virgen de Coromoto, irrespetuoso del azufre de Estados Unidos y de la caspa permanente de la política exterior del reino de España, nada mejor digo, que un militar así para venir a decirle al resto del continente latinoamericano -y de paso al mundo-, que madre no hay más que una y que la que dicen madre patria ni es madre ni, visto lo visto, puede siquiera sostenerse como patria. Un militar Presidente, Chávez, que le habló de tú a los Estados Unidos, que vino a decirle a los latinoamericanos que solos no van a poder ser, y que unidos es que van a empezar a reconocerse lejos las ataduras de la historia. Que viene a contarles a los pueblos de América que las empresas que obran allí como señores feudales tienen los pies de barro y que no gozan de legitimidad porque no pagan impuestos ni allá ni acá y que bueno es domesticarlas. Que viene a susurrarles a los dirigentes del Sur que miren con recelo a las instancias internacionales, empezando por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que los que se dejan engañar no son antecesores de nadie. Y entre decir y decir, se escucha: “¿por qué no te callas?”. Pero no basta con mandarlo. Y, además, ya era tarde. Chavez ha ganado 15 elecciones. La última, este 7 de octubre, diez puntos por delante de su contrincante. Todos contra él y ni por esas. ¿Y si el truco fuera la política?

Viéndolo en perspectiva histórica, no es extraño que Venezuela haya concitado tantas iras. Tampoco que haya tanta gente con una opinión tan contundente sobre un país que no sabrían poner en el mapa y sobre un Presidente sobre el que sólo han oído chascarrillos. Pero Chávez, qué duda cabe, es un dictador tropical, que en eso se han puesto de acuerdo casi todos los medios. Porque para hacer algunas afirmaciones leer ni siquiera es un requisito. El “caso Chávez” es un ejemplo de manual de cómo los medios de comunicación son capaces de crear matrices que construyen en la ciudadanía –incluso en la letrada- puntos de vista tan firmes como carentes de báculo. “¿Sabe usted algo de Venezuela más allá de intuir por donde queda?” . “Pues no, y ni falta que me hace”. “¿Y sabe algo sobre su política social, sobre su historia, sobre su Constitución?” “Pues menos aún. Pero mire, no me hace falta ser muy listo para saber que Chávez es un militar golpista, que cierra medios de comunicación, que adiestra a los niños y tiene a su pueblo en un puño”. “¿Y las elecciones donde hay más libertad que las que tuvieron los griegos?” ¡Oiga, joven, póngame otra copa de Veterano!“. En este mes que arranca la universidad, cuando son muchas las familias que no tienen los 1400 euros que cuesta una primer matrícula en la universidad pública, ¿sabe la ciudadanía española que hay dos millones trescientos mil estudiantes universitarios en Venezuela? ¿Sabe que Venezuela es el segundo país de América Latina en estudiantes universitarios? ¿Sabe que es el quinto del mundo? Podemos hablar también de la vivienda social, de la medicina pública, de la escolarización, de los libros y ordenadores gratuitos para los estudiantes, de la libertad para entrar y salir del país, de la libertad de escribir en la prensa un día sí y otro también que hay que matar a Chávez, del artículo de la Constitución que permite revocar el mandato de cualquier cargo público, de las reformas constitucionales que siempre pasan por un referéndum popular. ¿Comparamos con la España de Rajoy o Zapatero? Estos malditos dictadores...

El asunto, pues, es de fondo. Bastaría echar un vistazo a la historia para ver que cada vez que ha existido una gran crisis del capitalismo y un país ha intentado una vía alternativa, ha sido demonizado, fustigado, castigado y, en caso de no valer esas medidas, finalmente ha llegado la invasión o el sometimiento. Pasó con la crisis de 1876 –proceso que lleva a la Primera Guerra Mundial- y la de 1929 –con la URSS y la II República española como estigmas-. De manera más cercana, ocurrió con la crisis de 1973 –ahí es donde hay que entender el desenlace del Chile de Allende- y la crisis de 1998-2008 –que es donde aparece la Venezuela bolivariana como referente alternativo y, por tanto, sujeto de demonización-. Decía Stiglitz que el éxito del neoliberalismo es haber convencido a la gente de que no existía alternativa. Y resulta que Chávez decía que sí la había y, además, tenía petróleo. Intolerable. Que luego, como sostenía Kissinger, empiezan a caer los países como en un dominó...

En España vinieron a añadirse circunstancias podríamos decir “personales” que terminaron contaminando las relaciones políticas entre España y Venezuela. Es costumbre patria que si un dirigente se lleva bien en lo económico con el dirigente de otro país, las relaciones entre ambos países son buenas. ¿Hace falta recordar a Gadaffi y el caballo que le regaló a Aznar? Aznar, por cierto, que se implicó desde 1998 contra Chávez, ayudando a Irene Sáez en la campaña electoral que terminaría ganando por goleada el comandante. Felipe González adoraba a Carlos Andrés Pérez desde los tiempos en que se estaba inventando el PSOE con dinero de flick , de flock y del Caribe. Fue Carlos Andrés quien le presentó a Gustavo Cisneros, a quien después le vendería Galerías Preciados, -expropiadas a Rumasa-, por la atractiva cantidad de 1.500 millones de pesetas (sólo el saneamiento costó 48.000 millones de pesetas). Cinco años después las vendería multiplicando la cantidad pagada por 25. Hay amistades bien asentadas. Complementemos añadiendo que la comunidad vasca tenía vínculos empresariales igualmente personalizados, a quienes no gustó la política de visibilización de los invisibles que puso en marcha Chávez. Tampoco ayudó mucho una universidad que se creía de izquierdas pero para quien los pobres eran un objeto de estudio y no un sujeto de convivencia. Ni la condición de militar de Chávez, incurso además en un levantamiento –contra un Presidente corrupto y asesino- que se leyó de la misma manera conque aquí se supo de los carapintadas argentinos. A la progresía hispánica no le ha gustado nunca la música militar, sobre todo desde que la cuota demócrata que nos correspondían fue derrotada por los militares africanistas que luego gobernarían el país durante cuarenta años. No poco ayudó, para cerrar el círculo, un grupo empresarial, con un diario de circulación global, que había hecho su fortuna con la exportación de libros y los créditos al respecto. La pregunta de Chávez nunca respondida (“¿por qué tiene que hacer otro país los libros de texto nuestros niños?”) enfadó mucho a ese grupo, que usaría su diario para, incluso, celebrar el golpe de Estado de abril de 2002 contra Chávez. Uno no debe tocar los intereses empresariales que hay detrás de las empresas de medios de comunicación.

Pero Chávez, insistente, ha vuelto a ganar unas elecciones. Y mira que juntó recursos y medios el candidato opositor. ¿Algo de mérito de la gestión de Chávez en la victoria? Parece sensato. En el haber chavista –y sus ocho millones de votos- están, obviamente, los resultados económicos, el incremento del bienestar material de una muy alta proporción del pueblo, conquistas en el Estado de derecho (con jueces incluso encarcelados), mayor autoestima nacional y una sorprendente integración latinoamericana, independencia respecto de Estados Unidos y control soberano sobre las mayores reservas de petróleo del mundo. También la unión cívico-militar, en un continente donde los militares se han creído los árbitros –y a menudo los jugadores- del devenir social. En el haber, igualmente, haber devuelto al socialismo un lugar en la agenda política. Un socialismo que ya no intercambia justicia por libertad, que juega sin problema en el periodo de transición con las estructuras del mercado, que sabe que no puede volver a confundir el Estado con el partido, que no copia modelos, que va construyendo a través de la conciencia de un pueblo politizado la idea de que los ciudadanos tienen derechos. Ya no hay niños en la calle en Caracas. Y la gente come tres veces al día. Estos populistas, que se gastan el dinero en asuntos sociales.

En el debe –y los seis millones de votos de la oposición- están las causas que han llevado a la oposición a su mejor resultado desde 1998: la corrupción, la ineficiencia, el burocratismo, el centralismo, la inseguridad –muy ligada a la estructura policial heredada, también a la incursión del paramilitarismo desde la frontera colombiana y a la cultura rentista del dinero rápido y fácil- y un liderazgo que no termina de dejar que el resto de la sociedad haga su tarea. En las elecciones a gobernaciones de dentro de un mes, donde Chávez no se presenta, el resultado puede ser adverso. El reconocimiento de Capriles del resultado electoral lo sitúa como el líder de la oposición de cara al futuro. Algo que no le van a permitir los viejos partidos a los cuales Capriles sólo les servía si era capaz de acabar con Chávez. Vargas Llosa, con esa actitud de gangster de baja estofa que gasta cuando decide usar su enorme talento para tareas que no son la literatura, le decía a Capriles que se cuidase de no ser asesinado por Chávez. Una vez más se equivoca Vargas Llosa: de quien tiene que cuidarse Capriles es de los suyos.

Al bolivarianismo, en este nuevo escenario de victoria y gobierno hasta 2019, le corresponde hacer creíble su capacidad de, esta vez sí, solventar los problemas estructurales de Venezuela. Y para ello, no hay otra que reforzar el poder popular con cierta urgencia. Si hiciera esto –aunque los plazos electorales a la vuelta de la esquina lo dificultan- se abriría la posibilidad –ahora prácticamente clausurada –de frenar ese resultado negativo prometido para las elecciones de diciembre y que dificultaría la enorme labor planteada y con la que se han ganado las elecciones (sentar las bases para la transición al socialismo).

Mientras que Europa, y España con ella, se desliza por la pendiente, América Latina, y Venezuela con ella, está escalando la montaña. La enfermedad recargó a Chávez. Estas elecciones han sido la segunda parte de ese recargamiento. Pero estas aventuras, como las buenas historias épicas, son trilogías. Queda la tercera: sentar las bases para que, en cualquier escenario, la revolución bolivariana pueda decir que llegó con voluntad real de quedarse. Hoy Chávez está frente a Chávez. Y entre esos dos espejos enfrentados tiene que reflejarse a sí mismo el pueblo. Que no se haya roto el espejo llena Venezuela de reflejos.

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