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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Cielo y techo de la tecnopolítica

Manifestación 24 de Octubre en Barcelona a su paso por Via Laietana. Merche Negro.

Merche Negro

Pues vaya disgusto me he llevado. Y no es broma. Vengo de la Via Laietana, y me ha costado salir más de hora y media. Ya he asistido a unas veinte manifestaciones en lo que llevo viviendo en Barcelona y no recuerdo una tan concurrida. Miles de camisetas amarillas con sendas personitas dentro se me abalanzaban: niños, padres, docentes, personal educativo, sindicalistas, rapados, peinados, con carnet (uno o varios), con siglas o sin definir. Ninguno me dejaba salir de allí, lo mío me ha costado. Unanimidad contra la LOMCE. Si me preguntaran esto que se lleva tanto en las tertulias de “dame un titular para esto o aquello”, es lo que diría, sin dudar.

Al meter la mano en la mochila y buscar su reflejo en las redes y webs, la cosa ha cambiado un tanto. Y ahí es donde me he gripado. Mientras que partidos, movilizaciones varias (colectivos, asociaciones y coordinadoras de todo tipo, sindicatos, etc.) se sumaban al apoyo a este 24 de Octubre, había algunos que ni lo sentían ni lo padecían. Me estoy refiriendo al Partido X, el Partido de Internet y los Piratas. Ni en sus perfiles de redes ni en sus webs se han sumado a esta convocatoria ciudadana. Que no era de logos, ni de partidos, ni de despachos, precisamente.

Qué oportunidad perdida. La solución para mí no es borrarles del mapa como varios actores que me rodean y que de forma arrogante no les reconocen espacio, porque lo tienen. Me pregunto, eso sí, si ellos no se comportan de igual manera al negar la multipolaridad de esos ciudadanos con mentalidad hacker a los que se dirigen, si les contemplan en sus distintas aristas: como estudiantes o trabajadores –o estudiantes que quieren ser trabajadores–, en definitiva, una sociedad que cuando deja la pantalla tiene que brear con la vida que se rige, o mejor dicho la rigen, con normas bastante menos horizontales que las de su mundo ideal (oye, que también es un poco mío). Y qué rabia me da porque les reconozco una metodología envidiable, un cerebro colectivo eficaz, una perspicacia para aprender de lo que ocurre en el otro lado del mundo en minutos.

Sin embargo, percibo una falta de sensibilidad social tras sus máquinas de última generación, que les puede hacer caer en la irrelevancia más absoluta o la redundancia. Irrelevancia porque, o saltan de una vez los límites de un lenguaje que no comparten más que sus convencidos o escuchan en lugar de hablar y autoreferenciarse (mirad sus webs y redes: yo-mi-me-conmigo a la máxima potencia) o no nos reconoceremos en ellos y con ellos. Por lo tanto, no participaremos en su proyecto, sea este político o no, y, simplemente, desaparecerán. Redundantes porque no están aportando nada nuevo más allá de las formas, y esas formas además están siendo adoptadas en otros lugares que tienen representación parlamentaria y que, parece ser, esta vez sí, están aprendiendo la lección. Es decir, que corren el riesgo de ser innecesarios. A mi pregunta esta tarde sobre por qué no han apoyado esta semana de reivindicaciones, uno de sus representantes, al que le tengo bastante respeto (y cariño: pelea como pocos), me ha contestado que lo de hoy era tan consustancial que se daba por hecho y que cree que las manifestaciones no sirven para nada.

Vaya, eso no se lo dice a los catalanes, o mejor, me encantaría ver cómo lo hace. Por no recordar el origen del 15M.

Pero ¿qué se da por hecho hoy en política? O en la lucha combativa, como me dicen por aquí en Catalunya, que son tremendos con los palabros. Ellos que quieren votar cada día, que quieren hacer saltar a los parlamentos y que el ciudadano tome cada una de las decisiones de los gobiernos, ¿pretenden nuestro voto de confianza ciega ante un ideario “fantasma”? ¿No consideran prioritario, exigible, estar con lo que se pide en la calle, aunque no sea a través de un pad o hashtag? Si realmente estamos en un proceso constituyente donde todo ha de ser reformulado, desde luego, la callada nunca puede ser la respuesta para crear nada. A mí esto me parece de perogrullo. Amador Fernández Savater me enseñó de forma excepcional el otro día en qué consiste la política: “la práctica de hacernos cargo en común de los asuntos comunes”. Preciosa, concreta y acertada definición. Y estos asuntos los decidimos entre todos estando atentos, si es que no hay otra. Hay un componente de escucha activa en el concepto de “lo común” que me resulta muy atrayente.

No podremos entonces hacer nada sin pegar el oído a las vías del tren. Y, desde luego, no debemos hacer lo que criticamos a esa partitocracia sorda que camina como zombi por plató de serie gore. Vamos, si queremos sumar y no imponer para cambiar las cosas, que es de lo que se trata. Y yo sé que también ellos quieren hacerlo. Les falta una vez más, escuchar y quizá aprender de los que también están en ello hace mucho tiempo y desde muchos sitios: institucionales y sociales. Y que han ganado unas cuantas veces.

Les reconocerán porque tienen las orejas muy, muy grandes.

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