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Otra Colombia es posible

Laila Abu Shihab

Periodista y politóloga colombiana —

La palabra es esperanza. Porque otra Colombia sí es posible. Esperanza es lo que hemos vuelto a sentir miles, millones de colombianos, con el histórico apretón de manos entre el presidente Juan Manuel Santos y el comandante de las Farc, Rodrigo Londoño Echeverri (alias Timoleón Jiménez o Timochenko), en La Habana, reforzado por un Raúl Castro emocionado también hasta la médula, se notaba.

Ni nuestros abuelos, ni nuestros padres, ni nosotros habíamos visto ni oído jamás lo que ayer vimos y oímos, y si esa no es una razón de peso para creer que otro país, uno donde no resolvamos nuestras diferencias a punta de fusiles, es posible, entonces no sé qué pueda serlo.

Lo que acaba de suceder en Colombia es histórico porque nunca habíamos estado tan cerca de la posibilidad real de detener este desangre. “Este proceso (de paz) se trata de hacer las transformaciones necesarias para que esto nunca más vuelva a ocurrir”, dijo Santos minutos antes del apretón de manos con ‘Timochenko’. Luego hizo énfasis en que el sistema especial de justicia que se crea con el acuerdo alcanzado no está dirigido de manera exclusiva a los guerrilleros de las Farc, sino a “todos los que participaron de manera directa o indirecta en el conflicto armado”, lo que incluye tanto a los paramilitares como a los miembros del Estado, en especial policías y militares.

Este punto, el de la justicia, era el que tenía bloqueados unos diálogos de paz que comenzaron hace casi tres años y que han debido sortear varios obstáculos y la recia oposición de no pocos enemigos. Por eso, lo que acaba de suceder en La Habana es histórico. Porque a partir de aquí el camino queda prácticamente despejado y en seis meses, según el anuncio de ayer, veremos el apretón de manos definitivo, y 60 días después, como máximo, las Farc deben comenzar a dejar las armas.

Lo confirmó León Valencia, exguerrillero del ELN que en 1994 dejó su fusil y desde entonces se ha dedicado, como analista y fundador de varias ONG, a estudiar e investigar nuestro conflicto armado y a proponer soluciones: “Es un punto de no retorno en el proceso de paz. La justicia siempre ha sido un problema para las guerrillas. Siempre les ha preocupado cómo van a someterse frente a los tribunales, la extradición, tienen miedo a la cárcel y los sitios de reclusión que les toca. En otras palabras, que se les aplique la justicia ordinaria siempre ha sido un riesgo en la negociación”, dijo al diario El Tiempo.

Sucede que lo más duro está por venir. Y la emoción de un día como este no puede hacernos perder la perspectiva. Los árboles no pueden impedir que veamos el bosque.

La paz y la reconciliación de Colombia dependen no sólo de un acuerdo entre las Farc y la guerrilla, dependen de la sociedad en su conjunto. Empiezan por respetar las más mínimas diferencias, por tolerar que el vecino piense distinto. Y eso puede sonar a perogrullada en otras latitudes, pero nosotros llevamos décadas matándonos por ese motivo, aquí se ha incubado un odio visceral por el otro que hace que en la calle seamos violentos, así como en nuestros lugares de trabajo, en las universidades y los colegios. La polarización y radicalización son de un calibre muy grueso y mientras eso no deje de ser así, será imposible perdonarnos en serio.

Porque además, y ese es otro de los más grandes desafíos que enfrentaremos en el posconflicto, como colombianos tendremos que aceptar que un exguerrillero o un exparamilitar que le hizo daño a nuestra familia o al que siempre tratamos como “el enemigo” trabaje al lado nuestro y, si así lo desea, participe en política. Que luego lo votemos o no, es otro problema. El perdón y la reconciliación que son la base de todo proceso de paz y del desarrollo de una nación también dependen de eso.

La paz no será posible mientras una porción muy importante del país siga alabando la acción de unos (llámense grupos paramilitares o guerrillas) y pidiendo un castigo ejemplar sólo para los de la otra orilla. Eso sólo ahondará el resentimiento y la sed de venganza que nos corroe desde hace más de seis décadas. Eso sólo traerá más balas y más guerra. La acción de todos ha sido devastadora para Colombia.

Y el reto no es sólo que el Estado -nuestra institucionalidad es realmente débil y el clientelismo y la corrupción lo tienen carcomido, para hacer reales los acuerdos necesitaremos que un gran número de técnicos expertos en decenas de temas tenga verdadero espacio allí adentro- sea capaz de hacer cumplir con lo acordado. El reto, gigantesco, es que la sociedad, todos los colombianos, también nos desarmemos.

Los problemas del país no se evaporan con la firma de un acuerdo entre el Gobierno y las Farc en Cuba. No. Seguimos estando en el podio de los países más desiguales del planeta y nuestra sociedad es elitista y clasista como muy pocas en el mundo, se los garantizo. Además, nos tomará décadas revertir los efectos tan nocivos que el fenómeno del narcotráfico ha tenido en Colombia, cuya cultura se metió hace rato en nuestro ADN y que trastocó por completo nuestra escala de valores.

Es cierto. La construcción de un mejor país apenas comienza. Pero no puedo dejar de registrar que este 23 de septiembre ha sido tal vez el día más emocionante y esperanzador de mi vida como colombiana. Ha sido un día histórico. Otro país sí es posible.

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