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Consumiéndonos

Foto: Azahara Alonso

Begoña Huertas

8:05 a.m. Acabo de despertar. Una voz estridente estalla de gozo en un anuncio publicitario de la radio que tengo sintonizada: “¡NO HAY NADA COMO VOLVER A CASA Y SABER QUE TIENES UNA LAVADORA NUEVA!”. Me quedo en la cama mirando al techo, pensando en lo que supone que la compra de una lavadora te alegre el día.

Unas horas después, viendo la retransmisión en directo de la declaración de Francisco Correa en el juicio sobre la trama Gürtel, escucho:

"— Tenía un problema. Tenía un problema y le pidió dinero.

— ¿Qué problema tenía?

(pausa dramática)

— Quería comprarse un coche, no sé, algo así, no me acuerdo".

Me quedo de piedra frente a la pantalla, valorando lo que supone que tu principal problema sea no poder cambiar de modelo de coche.

Pero he ahí, en las palabras de Correa, los problemas y las soluciones, los elementos sobre los que giraba todo: invitaciones a cenas de lujo, regalo de pisos, coches, trajes, móviles, relojes, joyas, bolsos, viajes, entrega de sobres con efectivo, financiación de actos de campaña, confetis, música, luces y sonido. La avaricia y el soborno, un medio en el que desenvolverse, un lenguaje común.

Correa se ha querido dibujar a sí mismo como el prototipo americano de emprendedor, dinamizador de negocios. A ello apuntaba la puesta en escena, desde el tono empleado (“estoy a gusto aquí”, “mire usté, así son los negocios”) hasta la vestimenta (impecable traje y camisa almidonada). De ese modo lo han reflejado también la mayor parte de los medios, cosa que ha permitido la cínica respuesta del Partido Popular (“ha pasado mucho tiempo”) así como el silencio del PSOE o de Ciudadanos. Pasar de largo sobre este asunto, consumirlo en las noticias y olvidarlo como quien consume un capítulo de una serie y luego apaga y a trabajar.

Pero había otra manera de mirarlo. Seguir la retransmisión del juicio en directo, minuto a minuto, aguantando esa cámara fija y la lentitud del interrogatorio, un ritmo mucho más parecido a las novelas de Juan José Saer que a un episodio de TV. Las novelas del escritor argentino tienen un desarrollo pausado que se demora exhaustivamente en los detalles. De modo parecido, en la pantalla, cada uno de los rostros de los acusados podía ser mirado con detenimiento, escrutado en sus gestos casi imperceptibles.

Después, la alusión a unos papeles y su búsqueda, el silencio mientras se localiza el párrafo preciso, el instante –mínimo– de desesperación al escuchar un nombre, la euforia contenida en un parpadeo o los sonrojos ante la mención repentina de algún dato. Como en las novelas, importa lo que se calla y el porqué, lo que se intuye. El personaje se va construyendo a otro nivel.

Aparece entonces el miedo a “no ser alguien” (como ese personaje de Salinger que se odiaba a sí misma por no tener el valor, decía, para “ser nadie”). Un miedo compartido por todos los “no-nadies” que se mencionan y también los que se suponen, todos desfilan revueltos en una obscena feria de vanidades y avaricia a costa del dinero público. A todos ellos puedo imaginarles cada mañana al despertar, expuestos a la luz del día como una masa amorfa sin consistencia sólida, una masa que solo cobra forma al embutirse en un traje de marca y ajustarse la corbata y los gemelos como quien enrosca unos tapones para que no se escape el líquido. Al volver a casa y desnudarse, se desparramarán en la cama, quizás con la satisfacción no ya del trabajo bien hecho, claro, sino de la lavadora nueva o el nuevo coche en el garaje.

Ha empezado a hablarse estos días –poco– del modo en que otros países controlan o prohíben ese trajín de dávidas al poder, y enseguida ya hay quien ha alzado la voz argumentando que con medidas así el consumo podría resentirse (¡!). En esta sociedad consumimos sin parar porque si no se rompe el engranaje. Halloween, navidad, enamorados, carnavales, primavera, padre, madre, verano, vuelta al cole. Rebajas, temporada, nuevas rebajas, nueva temporada. ¿Es el ciclo de la naturaleza? No, es el ciclo del consumo en el que vamos consumiéndonos.

También consumimos ocio y consumimos noticias. Todo de usar y tirar. Cosas que sacian rápido y se olvidan pronto, para dejar lugar a otras cosas. Así parece que se está “consumiendo” el juicio Gürtel, rapidito, por encima, ¿que el partido imputado por destruir pruebas volverá a gobernar? Como si nada. Esto es posible por la manera en que consumimos las noticias. Por lo mismo que es imposible que un Juan José Saer hubiera ganado el Premio Planeta. Nuestros cerebros se van acostumbrando al pensamiento superficial y efímero. Y si es así, quizás habría que empezar a pensar no sólo en lo que consumimos, sino en cómo nos estamos consumiendo.

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