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Contarla de otro modo

R. R.

Área Estatal de Mujer e Igualdad de Podemos —

Discutía el otro día con un amigo, que creía imposible que lográramos que votantes del PP pudieran acabar votando a Podemos; por eso de que son de “derechas”. Unos días antes, otra compañera de Barcelona me decía que no le había gustado nada que en nuestro programa habláramos de “Igualdad y Familia”. Como que lo de “familia” suena mucho a PP, ¿no?

Quien marca el discurso, gana.

Las cosas son simplemente cosas, y en general son lo que nos importa a la gente. Me importa, por ejemplo, no tener que esperar 14 meses si necesito una operación. Estudiar para esperar un mejor futuro, aunque no tenga mucho dinero. Poder sentirme feliz y orgulloso conviviendo en mi país junto a mis conciudadanos. Tener casa. Tener agua. Tener luz. Y poder formar una familia.

La cosa es real. Inmediata. No necesita hablar, que le basta con ser impacto. Impacto en la vida nuestra. Y por eso calla. Y por eso es muda. Y por eso llega, entonces, el discurso, a poner la palabra. A hablar por ella.

Llegan, los discursos, a contar las cosas. Pero el relato nunca es la realidad. Es esa capacidad de, sobre la misma cosa, contar historias totalmente distintas. Así que llegan, entonces, quienes hablan, y hablan sobre hospitales, o sobre la patria o la familia. Según lo cuenten parecerán cosas de izquierda o de derecha. Quien marca el discurso, gana.

Porque quien lo marca, se lleva las cosas. Y entre tanto, a menudo nos las quita.

La derecha nos ha quitado ya muchas. Demasiadas. Cosas razonables. Cosas buenas. Normales. Ganaron la normalidad y anormales nos volvieron. Tanto nos acostumbramos que la anormalidad se volvió nuestro orgullo. El del que, aunque vencido, sabe que tiene la razón. Nuestro orgullo: su victoria. Porque con la razón no se gana nada. No se logra que la vida de la gente sea mejor. Eso, eso se logra con las cosas.

Nuestro orgullo nos volvió alérgicos a esas cosas tan normales y tan buenas que la derecha logró marcar con su olor. Y no sin razón, porque las intoxicaron. Contaminado de mediocridad y desprecio, el patriotismo se volvió un sentimiento rancio. Confinada a un solo modelo heterosexual, reproductivo, católico con perro en el jardín, “familia” suena ahora a naftalina y alcanfor.

Pero las cosas no son discursos ni banderas. Son cosas. Normales, necesarias y buenas. O lo eran, hasta que las secuestraron e intoxicaron.

Sabemos perfectamente en qué consiste ser de los vencidos. Consiste en no ser comprendido cuando hablas. En que los términos normales no te pertenezcan porque te los han quitado. Quien marca el discurso, gana.

Gana quien se hace con la legitimidad para hablar de las cosas que forman la centralidad de la vida de las personas. Eso es lo que significa “centralidad” del tablero. No “no ser ni de izquierdas ni de derechas”, ni ser gatos pardos que no se definen y no quieren parecer radicales, ni ir moderándonos aunque traicionemos nuestras ideas. No. Significa poner esas ideas al servicio de las cosas que son centrales en la vida, en el día a día, de cada cual.

Quienes desde Podemos luchamos por una sociedad igualitaria y libre de machismo nos hemos cansado de que la derecha nos relegue a la marginalidad del discurso. De no poder hablar de algo tan normal y bueno, tan de cada cual, como la familia. Es nuestra y la queremos de vuelta. La queremos libre y liberada de todos los corsés y candados con que la han mutilado. Liberadora, como lo es el regalo de dar vida y compartirla. Plural, como lo son todas las maneras en que personas de cualquier inclinación sexual, solas o acompañadas, pueden dar ese regalo. Y, sobre todo, la queremos como un derecho para todos y todas, no un privilegio cuyo coste solo unos pocos puedan pagar. La queremos, porque es nuestra.

Nuestra, de quienes una vez votamos a estos y de quienes votaron a aquellos. Nuestra más allá de cualquier discurso, porque la familia no es una palabra, es un derecho. Ganaron, porque la contaron a su manera. Contémosla de otro modo. 

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