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Democracia-espectáculo: la (e)moción de censura

Pablo Iglesias, Irene Montero, Alberto Garzón, Xavier Domènech y Antón Gómez-Reino, minutos antes de anunciar que presentarían la moción en el Congreso de los Diputados

Imma Aguilar Nàcher

La política es emoción pero también gestión y solución. La moción de censura que mañana presenta Unidos Podemos, sabiendo que no tiene ninguna consecuencia efectiva, es pura emoción. Una emoción de censura, si me permiten el juego fácil de palabras. Pura comunicación. En España, es esta formación la que mejor ha empleado la fórmula de la agitación y la emocionalidad para construir su marca incipiente. El Sí se puede era eso mismo: un mantra para la elevación de la emocionalidad colectiva, en este caso, de la ilusión por el cambio. Pero esta moción de censura no va a generar ningún cambio, y mucho menos ilusión.

En lo que se refiere al ámbito de la solución, Podemos no ha hecho ningún intento por demostrar su pragmatismo político o su capacidad de gestión con fines prácticos. O lo que es lo mismo, acciones para mejorar la vida de la gente. Tampoco ha mostrado su voluntad de consensos para ejercer cambios. Sin una mayoría la democracia no mueve nada. Cierto es que no son un partido político ni tecnocrático ni liberal, pero el diseño político sin la práctica política no es política. Insisto: la política es emoción, pero también gestión y solución. Empieza a dar la impresión de que lo que dominan es el show, la demostración de altas capacidades para el espectáculo y el control de la agenda mediática.

¿Qué cree Podemos que piensan los ciudadanos de una acción así? ¿Es lo que esperan, lo que necesitan, lo que piden?

Cada vez más se precisan organizaciones políticas que pongan al ciudadano en el centro de sus acciones, tanto en tiempos de campaña como en tiempos de gobierno. Los votantes no escogen un partido o un candidato por su oferta electoral o su carisma personal; lo hacen por ellos mismos, por lo que creen, por lo que son. Los partidos y candidatos que organicen su plan de acción tras el estudio de lo que los votantes creen, aman, odian, esperan, desean y temen tendrán posibilidades de encajar en el nuevo ecosistema político. Los que miren hacia adentro se extinguirán.

La endogamia partidista y personal de los partidos es la verdadera enfermedad que puede extinguir la especie electoral que hasta ahora hemos conocido, o al menos en la estructura de organización piramidal y paternalista. Sin ciudadanos activos que hagan la política, no hay política; hay desafección, hartazgo y deseos insatisfechos de cambio.

Otros países miran a Podemos como un caso de éxito en el mundo. Un partido nacido desde la base, con un liderazgo carismático, que ha crecido rápido y ha sido capaz de agregar públicos de diferentes zonas ideológicas de la izquierda, incorporando votantes nuevos e implementando por fases un plan de comunicación basado en el espectáculo agitador en la televisión y la movilización por redes. Así expliqué la fórmula de Podemos cuando un líder latinoamericano me preguntó si podría trasplantarla a su formación política.

Del mismo modo que un cuerpo vivo no puede sobrevivir solo de emoción, una democracia o un partido tampoco lo puede hacer. A Podemos le falta demostrar que son más que soflamas, puestas en escena, personajes de la red, oradores brillantes o mociones de censura.

Los grandes cambios políticos a lo largo de la historia moderna se han producido con liderazgo, con acción efectiva y con consensos. No basta con la expectativa del cambio, y eso es la moción de censura a la que mañana asistiremos: una expectativa de cambio que –además– sabemos de antemano que no se cumplirá. La consecuencia es la frustración. No juguemos con ese sentimiento social que es muy peligroso.

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