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Detrás del grifo

José Luis Gallego

Siempre que veo ese tipo de reportajes sobre la escasez de agua en el mundo, en los que aparecen seres humanos sufriendo por la sed, recuerdo lo que le pasó a un buen amigo con una niña saharaui que tenía de acogida en casa. Fue el día en el que la joven debía partir de regreso a los campamentos de Tinduf, donde viven buena parte de los refugiados de la República Árabe Saharaui Democrática esperando volver a su tierra.

Antes de partir hacia el aeropuerto mi amigo le ofreció que se llevara algo de recuerdo de la casa, algún objeto especial para ella: aquel marco con la foto de la familia que tanto solía mirar, la bola del mundo con la inmensa extensión del Sáhara: lo que quisiera. Entonces cogió de la mano a su padre de acogida, se lo llevó al lavabo y sin mediar palabra le señaló el objeto que quería llevarse al desierto: el grifo.

Aquel grifo era para ella el cordón umbilical con la vida, porque de él surgía el tesoro más preciado y más escaso para su pueblo: el agua potable. La niña ignoraba que el objeto en sí era un instrumento inútil, porque ignoraba todo lo que había detrás del grifo, empezando por supuesto por el recurso natural.  

El agua mana del grifo porque fluye en la naturaleza que nos rodea. Ese es nuestro principal patrimonio: disponer de una naturaleza fértil, húmeda y espléndida que, a diferencia de la reseca esterilidad del desierto, nos brinda un acceso al agua cómodo y seguro, aunque no inagotable.  Por eso hay que gestionar el recurso desde el sentido común mediante un uso sostenible basado en el ahorro.

Pero detrás del grifo hay más, mucho más que ríos y acuíferos. Detrás del grifo hay una estructura que permite mantener ese cordón umbilical con el agua pese a la variabilidad de las condiciones climáticas que amenazan la disponibilidad del recurso. Una variabilidad que amenaza el triángulo mágico energía/agua/alimentos que es la base de la sociedad del bienestar. Porque de la misma manera que sin agua no hay grifo, sin grifo tampoco hay acceso al agua.

Por eso es imprescindible seguir desarrollando una tecnología del agua basada en la eficiencia. Eficiencia para garantizar el mínimo impacto ambiental de las infraestructuras y equipamientos que garantizan el derecho humano de toda la población al agua. Eficiencia para que ese derecho no se imponga al deber de mantener los ecosistemas acuáticos y la biodiversidad que acogen. Una eficiencia que debe estar basada en la vocación de servicio público, pero también en la experiencia.

Desde siempre he defendido un modelo de gestión pública del ciclo del agua basado en la participación ciudadana. Un modelo que garantice su carácter de servicio social justo y equitativo por encima de cualquier criterio productivo. El agua es un derecho humano, no una mercancía. Pero para garantizar ese derecho, el acceso universal de toda la población al agua potable y sanitaria, es imprescindible dotarnos de un modelo de gestión eficaz, estable y seguro, medioambientalmente responsable y de la máxima calidad.

Por todo ello asisto con inquietud al discurso del agua que hacen algunas formaciones políticas. Porque el agua no puede ser un discurso: el agua es un derecho humano.

Es necesario y oportuno abrir un debate sobre el carácter social del servicio, pero no desde el discurso. Cualquier propuesta alternativa a la gestión del agua debe estar basada en el rigor, la sensatez y el sentido común, no en el oportunismo político.

Porque para garantizar el acceso al agua es preciso el mantenimiento de una importante red de equipamientos de captación, potabilización, transporte (el agua pesa mucho, muchísimo), almacenamiento, distribución, alcantarillado, depuración, reutilización y restitución al servicio del ciudadano y del medio ambiente.

Por eso, desde la defensa firme de un modelo público y participativo en la gestión del agua, creo necesario invitar a la reflexión sobre lo que hay detrás de nuestros grifos y poner en valor todas esas innovaciones técnicas y tecnológicas que nos permiten acceder al agua potable de una manera cómoda, instantánea y con un impacto en el medio ambiente cada vez menor. Mantener y mejorar la calidad de esos servicios debe primar sobre cualquier otro discurso.

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