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Edadismo y machismo

El candidato a la presidencia francesa Emmanuel Macron y su esposa, Brigitte Macron.

Andrés Ortega

Aunque es improbable, por segunda vez (tras Ségolène Royal) una mujer, Marine Le Pen, estaría en situación de poder llegar a presidenta de la República francesa. Pero resultaría harto preocupante por lo que representa la candidata que ha logrado pasar a la segunda vuelta de las presidenciales. El único que puede y va pararla este domingo es Emmanuel Macron, de 39 años. El candidato está casado con Brigitte Trogneux, una mujer que le saca 24 años, algo que algunos de sus adversarios y parte de la prensa populista (antes se decía amarilla), incluida alguna británica, le han reprochado no por atacarla a ella, sino a él. Son opiniones minoritarias, pero no tanto. Abierta o discretamente ha surgido un cierto edadismo machista. De Donald Trump y Melania se dicen muchas cosas, pero nunca se apunta con desprecio que les separen 35 años. Al revés, algunos sectores que le votan, e incluso que no le votan, tienden a verlo como algo envidiable, como muchos italianos lo hacían con las andanzas de Berlusconi con las velinas.

El machismo cuando se une con el edadismo (discriminación o desprecio en razón de la edad) puede rizar el rizo del primero, incluso de forma inconsciente. Y sin embargo, la historia sentimental de Macron es relativamente normal: un alumno (en este caso aventajado) que se enamora de su profesora (en este caso de Lengua, unas de las materias centrales del bachillerato francés, y Teatro).

Pero Macron fue más lejos, pues el enamoramiento se mantuvo y regresó para, ya triunfante en su carrera profesional, casarse en 2007 con ella, madre de tres hijos y divorciada un año antes. Los seguidores de Macron se entusiasman con Brigitte, y no hay más que ver los aplausos la noche de la victoria del social-liberal en la primera vuelta. Esta historia llega, además, después de que el presidente saliente se separara de su pareja tras pillarle la prensa en una aventura con una actriz. Pero Francia es un país sano en ese respecto, y no es esa la razón de la impopularidad de François Hollande, sino causas profundas.

Aunque hay que insistir: las críticas en este asunto han ido contra el hombre Macron por casarse con una mujer mucho mayor que él, no contra ella. La vida privada de Le Pen despierta poco interés, pese a sus altibajos. El caso de Macron y Brigitte es un tema más serio de lo que parece. Todo esto puede parecer ligero, pero no lo es. Como comentaba Zoe Williams en The Guardian, “la igualdad a veces tiene demandas que compiten entre ellas”, por lo que, señala, la coherencia es importante, e importa la manera de considerar la disparidad de edad unida al género.

Claro que se trata de primeras damas, que, aunque influyentes, no son o serán mandatarias. Y a este respecto, las mujeres de izquierda o de centro izquierda parecen tener pocas posibilidades. Hemos visto cómo Hillary Clinton ha perdido en Estados Unidos también en parte debido a que era una mujer. Si hubiera sido republicana, quizás no hubiera pasado. Hay pocas mandatarias, incluso candidatas, de izquierdas en los puestos máximos. Los países nórdicos son una excepción. Veremos qué pasa con Susana Díaz. Parecen triunfar más las mujeres de derechas. Desde Margaret Thatcher a, ahora, Theresa May o Angela Merkel. Le Pen, desde la xeno- y eurofobia, es otra cosa. No parece que pueda llegar esta vez, afortunadamente, dado lo que políticamente representa y es. Aunque está por ver dentro de cinco años si Macron se equivoca como lo ha hecho Hollande. Pues una cosa ha logrado Le Pen en esta campaña de 2017: aparecer como una candidata casi normal, banalizada. Inquietante.

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