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Escritura creativa I: estereotipos e ideología

Charlotte Greenwood y Buster Keaton en "Parlor, Bedroom and Bath", 1931

Begoña Huertas

Cuando la marca de lujo Cartier celebró sus 165 años lo hizo rodando un anuncio épico, excesivo, en el que sin ningún miramiento se proponía un recorrido por el mundo que dejaba fuera lo feo y creaba una burbuja de lujo y comodidad. En el recorrido que proponía el guión, la firma se quedaba sencillamente con lo mejor, obviando todo lo demás: en el paisaje ruso nada de mafias sino la elegante silueta de monumentales edificios nevados; en India ni rastro del barullo de sus mendigos callejeros sino la serenidad de sus templos; ¿China y sus fábricas de trabajo a destajo?, no, el misterio del dragón milenario. Cartier reflejaba el lado elegante de la vida.

Entre las primeras lecciones que se enseñan en los talleres de Escritura Creativa está la de huir del lugar común, evitar personajes estereotipados, es decir, evitar la simplificación de establecer el bueno contra el malo. La idea es enriquecer tanto los caracteres como las situaciones, haciéndolos más complejos a base de contradicciones para conseguir profundidad e interés. La gente puede ser amable y cruel al mismo tiempo.

Esta semana vi la película Un monstruo viene a verme, que precisamente trata del poder de las historias y la importancia de poner en palabras las contradicciones. Los tres relatos que cuenta el monstruo cuestionan los dualismos limitadores incapaces de dar cuenta de la ambiguedad de la realidad: así, el príncipe amable y la perversa madrastra invierten sus papeles, o entre el sacerdote y el curandero no queda tan claro quién ha actuado correctamente y quién no. Está bien. El cuestionamiento de una realidad unívoca es bienvenido porque pone en marcha nuestra capacidad crítica más allá del esquema limitador de la mirada heredada, y desde luego en literatura es esencial.

Pero una cosa es que Patricia Highsmith nos haga querer a los asesinos y otra que de verdad los asesinos sean amables. Me explico. Últimamente tengo la sensación de que esa lección de relativismo ético se ha sacado de contexto o se nos ha ido de las manos, y es aprovechada ahora por muchos que se jactan de no ser una cosa ni la contraria, no ser de izquierdas ni de derechas, ni rojos ni fachas, ¡ni feministas ni machistas!

El “nadie tiene la razón” o el “todo es según lo mires” es una postura nada inocente que pone en peligro la existencia de unos valores de referencia imprescindibles para la convivencia. En la ciencia experimental hay verdad y no verdad más allá de opiniones relativas. En el campo de lo social, aunque pueda haber diferentes miradas o verdades no demostrables bajo el método científico, también tiene que haber una capacidad crítica que nos permita enjuiciar y distinguir lo que nos gusta de lo que es verdad.

Por otro lado, en la película de Juan Antonio Bayona me llamó la atención que junto a ese afán por dinamitar dualismos hubiera algo inamovible en la historia principal y en todas las historias secundarias: los estereotipos de género permanecían intactos. El 8 de marzo un monstruo vino a verme. Volviendo a mi experiencia en las clases de escritura es de señalar precisamente qué fácil entienden los alumnos eso de dotar a los personajes de elementos contradictorios y, sin embargo, cómo les cuesta aceptar la propuesta de cambiar el género a sus personajes una vez definidos. Se vuelven locos. “¡Imposible!”, dicen, “así no habla una mujer”, “así no se comporta un hombre”. ¡¿Perdón?!

De manera que parece que hoy se cuestionan todas las polaridades menos esa, la polaridad masculino/ femenino cuyo combate, hace un siglo, recogía por ejemplo Gloria G. Durán en su libro Dandysmo y contragénero. Cien años después aquí estamos, en la lucha por que no nos aplasten los esquemas manidos y que se haga real la todavía irreal igualdad de oportunidades. Qué “raro” que, en una época tan propicia a relativizar todo, esto siga tan endemoniadamente rígido, ¿no?

La ideología es transparente, comentó Nacho Moreno en la presentación del libro de Silvia Nanclares ¿Quién quiere ser madre? Y es cierto, la ideología, como el estilo en literatura, no se ve pero lo moldea todo como una malla invisible daría forma a un puñado de arena. La ideología modela el relato conservador de Cartier, las historias paradójicas de la película de Bayona y el discurso intencionadamente relativizador de algunos, en algunos temas.

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