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Estrategia Global de la UE: Voluntariosa, pero falta de credibilidad (y de atención)

Andrés Ortega

Meses de trabajo, para presentarla en el peor momento: cuando todas las miradas están puestas sobre el Brexit. La Estrategia Global sobre Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, encargada por los jefes de Estado y de Gobierno de los 28 a la alta representante Federica Mongherini, ha tenido mala suerte con el calendario. Los 28 -pues aún lo son- en el último Consejo Europeo, se han limitado a felicitarse, pero no la han endosado, y le han pedido a su autora, a la Comisión y al Consejo que “prosigan su labor” en una referencia de unas meras tres líneas en el comunicado final. No se trataba de que la aprobaran, pero un poco más de entusiasmo sí le hubiera bien. Tampoco el debate al respecto en el Parlamento Europeo ha sido muy edificador. El contraste con la atención a la cumbre de la OTAN en Varsovia, con decisiones con consecuencias, es notable.

Y, sin embargo, como dice la propia Mongherini en la introducción a su Estrategia, ésta es ahora incluso más necesaria ante la perspectiva de un Brexit que resta credibilidad, tamaño (si los británicos se salen ya no seremos algo más 500 millones de habitante en la UE, sino menos de 450 millones) y capacidades militares y diplomáticas a la UE (el Reino Unido es la mayor potencia militar con Francia en la Unión, aunque los británicos no hayan participado en casi ninguna misión militar de la UE en la última década -salvo últimamente en el Mediterráneo Occidental- y hayan frenado el desarrollo institucional militar de la UE). Y aunque la UE se suela definir como “potencia civil” -Parag Khanna la llamó “superpotencia metrosexual”-, no hay poder blando sin poder duro (aunque sí lo contrario). Ambos “van de la mano”, escribe Mongherini en otro gesto realista. Lo que recuerda lo dicho por el prusiano Federico el Grande: “La diplomacia sin armas es como la música sin instrumentos”.

En 2003, la Estrategia de Seguridad de la UE impulsada por Javier Solana, entonces al frente de una diplomacia europea sin medios pero con objetivos, a diferencia de la situación actual, abogó por un “multilateralismo eficaz” para volver a unir a los europeos divididos por la invasión de Irak - ¡Ay Blair y Aznar, como intentaron engañar con Bush, según deja claro el informe Chilcot, y el caos al que llevaron a Oriente Medio!- y tender un puente hacia unos EE UU en un momento unilateralista. Hoy la estrategia de Mogherini, mucho más amplia que la de 2003, incluso que la revisión de ésta en 2008, no se limita a la seguridad y aboga por un “pragmatismo basado en principios” (principled pragmatism), y por una “autonomía estratégica” de la UE, una aspiración que permea todo el texto, pero poco creíble si no hay algo más. Aunque la perspectiva, por muy remota que parezca, de un presidente Trump que les exija a los europeos, como dice el candidato republicano, que paguen por su propia seguridad puede cambiar algunas cosas. En todo caso, “hacer más con menos” en el terreno militar, también como resultado de la austeridad y de la falta de perspectivas de amenazas vitales en el pasado reciente, es una política que ya ha superado sus límites.

Esta estrategia realista, a medio camino entre el aislacionismo y el intervencionismo, y no esconde que se trata de defender “intereses” -un tabú hasta hace poco en una UE blanda - y “valores”. Lejos queda la ensoñación anterior de que “la mejor protección para nuestra seguridad es un mundo de Estados democráticos bien gobernados” no porque no sea verdad, sino porque la capacidad de exportación de democracia por parte de la UE ha perdido fuerza y credibilidad, para empezar por los problemas de democracia en algunos de sus Estados miembros, por haber apoyado un golpe de Estado como el que el general Sisi llevó a cabo en Egipto, y por el caos generado en Libia.

Bien escrita, llena de conceptos sugerentes, la Estrategia Global establece cinco prioridades: (1) la seguridad de la propia UE; (2) la vecindad; (3) cómo hacer frente a la guerra y las crisis; (4) órdenes regionales estables en todo el mundo; y (5) una gobernanza mundial eficaz. Pero incide de forma muy insuficiente justamente en esa política de vecindad absolutamente necesaria hacia el Norte de África y Oriente Próximo, y en los Balcanes, que hay que renovar porque la vieja no ha servido -como se refleja en la crisis de los refugiados-. A Rusia, como “reto estratégico”, le da un serio apercibimiento, aunque no pasa de un tirón de orejas. El peligro de convertir a Rusia (P.M., Putin mediante) en el enemigo principal es real y peligroso. Es verdad que algunos países demandan seguridad frente a Rusia y sus posibilidades de guerras híbridas, pero no conviene incumplir lo pactado. Y hay otras prioridades de seguridad que atender cuando vemos día sí y día no salvajes atentados del Estado Islámico en Dacca, Estambul, Bagdad, Medina, París y Bruselas, o lo que pueda venir.

Más que el contenido en sí, lo importante de este tipo de ejercicios de elaboración de una estrategia de estas características son tres factores: el proceso de hacerla, pues ello permite un intercambio y acercamiento de culturas y sensibilidades de seguridad muy distintas entre diversos países; expresar una visión de la que se puedan nutrir otras sub-estrategias; y traducirse en cambios o incitativas concretas e institucionales. A este respecto, esta estrategia global supone algunos avances, por ejemplo, en materia de industria militar y de compras conjuntas (el objetivo es de un 35% del total), en inteligencia, vigilancia y reconocimiento, o en impulso a los instrumentos europeos de planeamiento propios, incomparablemente más limitados que los de la OTAN.

Hay un cierto acercamiento entre organizaciones. En Varsovia, el presidente del Consejo Europeo y el presidente de la Comisión Europea emitirán una declaración conjunta con el secretario general de la OTAN. Pero en la cumbre atlántica que se está celebrando en la capital polaca - ¿quién se acuerda que la alianza rival en la Guerra Fría se llamó Pacto de Varsovia?- veremos a la OTAN reforzarse, y no solo por el Brexit -Londres va a apostar aún más por esta organización frente a la UE en este terreno-, sino por la presión esencialmente de polacos y bálticos que sienten el aliento caliente de Rusia en sus cogotes. ¿Se desactivará esa tensión con la mano tendida a Moscú para un cierto diálogo?

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