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Eurovegas y Madrid 2020: el “modelo Pelé”

Guillermo López García

En las últimas semanas, los ciudadanos de dos países emergentes, Turquía y Brasil, han salido a la calle para protestar contra su Gobierno. En Turquía (en Estambul, más concretamente) la protesta intenta impedir la construcción de un macrocentrocomercial que se llevaría por delante la principal zona verde de la ciudad. Naturalmente, detrás encontramos más motivos, generalmente vinculados con las medidas autoritarias progresivamente implantadas por el gobierno de Erdogan.

En Brasil, las protestas, extendidas por las grandes ciudades del país, se iniciaron por una subida de los precios del transporte público, pero el verdadero trasfondo del asunto es el contraste entre el gasto enorme que está asumiendo el Estado brasileño para la preparación del Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 con las dificultades económicas y las carencias en servicios sociales que padecen la mayoría de los brasileños.

La reacción de ambos gobiernos, por ahora, está siendo muy distinta (palo y enquistamiento en Turquía; tentativas de congraciarse con los manifestantes en Brasil). Los motivos de los manifestantes no son idénticos, pero guardan vinculación, y no sólo por la estética o la estrategia de las movilizaciones, o por el tipo de público que participa en ellas. En ambos casos, la movilización es un ejercicio de responsabilidad social por parte de los ciudadanos: contra el gasto excesivo, o contra las decisiones que deterioran el espacio ciudadano. Contra la (supuesta) rentabilidad económica, una reivindicación de la rentabilidad social

En el caso de Brasil, también hemos tenido ocasión de asistir a peculiares lecturas de las protestas. Por un lado, la de Pelé, siempre dispuesto a prestar su imagen para cualquier iniciativa que conlleve patrocinio, con su inenarrable mensaje en vídeo: brasileños, abandonad las protestas, que hay que apoyar a la selección. Por otro lado, destaca Álvaro Vargas Llosa, el “liberalísimo”, que se apresuró a arrimar el ascua a su sardina: los manifestantes, indicaba en un artículo en El Mundo (“¿de izquierda o de derecha?”, 21/06), se han movilizado contra el Gobierno de izquierdas, ergo lo hacen en beneficio del candidato conservador.

La verdad, ignoro si los manifestantes brasileños han leído a Hayek, pero da la sensación de que su objetivo no es obtener menos Estado, sino más. Pero un Estado responsable, concernido con sus ciudadanos. No un Estado irresponsable, ensimismado en su agenda política particular, a espaldas de la ciudadanía (el mismo ánimo que parece mover a los manifestantes en Turquía).

Porque lo que sí tienen muy claro en Brasil es el presupuesto público no es inagotable, ni está dividido en compartimentos estanco. Si gastas demasiado en un capítulo, tienes que detraer fondos de otro. Y aquí la disyuntiva parece establecerse en estos términos: si tienes Mundial y JJOO, despídete de un sistema sanitario público, o educativo, mínimamente funcional. Si no tienes pan, come pasteles (mientras dure el Mundial; luego puedes morirte de hambre), como diría María Antonieta.

Saco todo esto a colación porque la reacción de los ciudadanos turcos y brasileños contrasta, por desgracia, con la que tuvimos en su momento en España con la burbuja inmobiliaria y la inversión en proyectos faraónicos, que se llevaron a cabo ante el entusiasmo, o al menos la ausencia de críticas, de la ciudadanía. El público sólo se ha movilizado después de la llegada de la crisis. E incluso ahora llama la atención la ausencia de respuesta ante dos proyectos de similares características a los que comentábamos al principio (que, bien es cierto, aún no se han hecho realidad, y quizás de ahí la ausencia de movilización): por un lado, el engendro de Eurovegas en la Comunidad de Madrid, que es nuestra particular “Turquía”.

No es sólo poner un parque temático de pésimo gusto (en el mejor de los casos), o un nido de delincuencia (en el peor) en mitad del país. Es que, además, para hacerlo a los dirigentes de la Comunidad de Madrid no parece importales que ello implique adaptar la legislación española en una serie de cuestiones al gusto del millonario inversor, como si esto fuese una república bananera.

Por otro lado, la candidatura de Madrid para los Juegos Olímpicos de 2020, que es nuestro intento de emular a Brasil. En este caso, el problema no viene de la naturaleza del proyecto. Objetivamente, unos Juegos Olímpicos sí son una oportunidad para mostrarse al mundo, para exhibir los logros alcanzados, para dar un impulso de modernización. La cuestión es que en España ya tuvimos unos juegos hace veinte años, que sirvieron precisamente para eso. ¿Realmente necesitamos organizar otros? ¿Es el momento adecuado, con el país padeciendo su quinto año consecutivo de crisis económica, para adquirir un compromiso de esas características?

Sin duda, para los patriotas de cemento que no dejan de enarbolar informes que demuestran lo que haga falta para avalar la rentabilidad de este tipo de proyectos, es una ocasión única. Para los demás, no está tan claro. Lo increíble es que, incluso ahora, nuestros dirigentes políticos no aprendan de sus errores, y se apunten al “modelo Pelé”, que viene a ser: a mí no me hables de cuentas públicas, ni de derechos sociales, ni de dignidad. A mí dame los fastos que me he propuesto tener, y unos cuantos casinos de paso, y yo tan feliz. Y si, de paso, el gobierno español (o el madrileño) contrata a Pelé para promocionar ambos proyectos, pues mejor que mejor

Por fortuna, es probable que nos libremos tanto de unos Juegos Olímpicos inoportunos como del macrocasino impresentable, aunque será por motivos ajenos a la voluntad de nuestra clase dirigente. En el caso de Eurovegas, por incomparecencia del dueño. En cuanto a los Juegos Olímpicos, porque no parece que ni el comité organizador se crea que “esta vez sí”, dadas las circunstancias que nos rodean: el Estado no tiene margen de maniobra. Entre otros factores, porque en su momento se endeudó con una serie de proyectos absurdos, desmesurados o ineficaces. Carece de sentido que en la situación actual nos embarquemos (nos embarquen) en más de lo mismo.

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