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¿Existe el “caso español” en la lucha contra la COVID-19?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia este viernes en el Palacio de la Moncloa para hacer una declaración institucional.

José Miguel Contreras

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Por vez primera, empiezan a aparecer cifras de fallecimientos y contagios que parecen marcar una clara tendencia decreciente. Sin embargo, los datos siguen siendo demoledores. Ahora, nos enfrentamos al serio peligro de la pérdida del indispensable comportamiento colectivo que ha sido la clave para combatir la epidemia. Es tan enorme el deseo de que el fuego de la tragedia se apague que corremos el peligro de volver a reavivarlo si dejamos de luchar contra él. Respecto a hace un par de meses ya no cabe recurrir al desconocimiento o a la falta de previsión. Ahora conocemos perfectamente la gravedad de la situación y sabemos que solo mediante un esfuerzo colectivo conjunto puede superarse.

En marzo, el factor sorpresa tuvo una extraordinaria relevancia. Una de las evidencias más claras que hemos sufrido fue la tardanza en detectar la envergadura de la crisis que se nos venía encima. Esta semana hemos empezado a conocer informes referidos a los focos de introducción del virus en España. Se habla de más de una decena de entradas de fuentes de contagio en diversas localizaciones que se identificaron como simples procesos gripales. Tampoco los medios supimos identificar la inminente amenaza.

Se mantiene aún hoy una extendida acusación desde la oposición política y mediática respecto al posible impacto que pudieron tener, por ejemplo, las manifestaciones del 8M como propagadoras del coronavirus. Curiosamente, si comprobamos las noticias, editoriales y artículos de opinión de los principales medios difundidos los días previos a aquella fecha, incluido el día después, no podremos encontrar referencias a la posible amenaza que se cernía sobre todos los eventos públicos que aquel domingo se celebraron en España, incluidas las manifestaciones feministas. Ninguna de las cabeceras o de los líderes que critican la falta de actuación de las autoridades manifestó absolutamente nada en aquel momento.

La politización de la tragedia que vivimos y que llegó a España desde fuera de nuestras fronteras ha causado una decisiva influencia en la información que ha llegado a los ciudadanos durante estas últimas semanas. La decisión de la oposición al Gobierno de convertir el virus más letal que hayamos conocido en un siglo en el eje central de un intento de desestabilización política ha jugado un papel decisivo. La posición de partida del Gobierno fue la de declarar la guerra al virus y solicitar un frente de batalla común de todos los partidos. La oposición encabezada por PP y Vox en España y por una parte del independentismo catalán coincidieron en otra estrategia. Aceptaron el estado de guerra, pero consideraron al Gobierno como el enemigo a batir y el impacto del virus como su arma de ataque.

Los medios antigubernamentales han mantenido una cobertura que permanentemente ha unido todos los sucesos que se acumulaban con errores de gestión política. El trasfondo del tratamiento informativo ha sido bastante claro: lo que ha matado en España ha sido la gestión gubernamental frente al virus. Así lo ha dicho textualmente la portavoz del Govern catalán, Meritxel Budó: “En una Catalunya independiente no habría tantos muertos”. El principal punto de apoyo a esta tesis han sido de forma recurrente las terribles cifras de fallecidos en nuestro país respecto al resto del mundo.

En las negras jornadas anteriores a que los efectos del estado de alarma empezaran a ser apreciables, España se acercó a tener el 15% de los contagiados y más del 20% de los fallecidos en todo el mundo. Con los datos en la mano, y a la vista de los estudios internacionales que prevén lo que ocurrirá en las próximas semanas, parece evidente que España ha padecido especialmente el haber sido uno de los primeros focos de entrada del virus fuera de Asia. A día de hoy, las cifras se aceleran. Hay ya más de tres millones de contagiados en el mundo. La cifra de fallecidos está por encima de los 200.000. De ellos, EEUU supera ya los 55.000, Italia los 26.000, España y Francia rondan los 23.000 y Reino Unido crece aceleradamente por encima de los 20.000. El caso español no existe en términos de cifras. Formamos parte del grupo de países más afectados en esta etapa. El principal punto de unión entre ellos es el de ser los países con mayor circulación de viajeros en el mundo occidental antes de que se restringiera el tráfico mundial de aviones.

Lo sucedido en España tiene un destacado punto identitario. Es el de haber convertido la tragedia en un arma de guerra política. Esta estrategia se ha contagiado también a millones de ciudadanos que se sienten hoy extremadamente alterados al establecer una relación directa entre la dramática muerte de miles de compatriotas y la ideología política. Ni en EEUU, ni en Gran Bretaña, ni en Francia, ni en Italia tienen un gobierno de izquierdas. Tampoco lo tienen la mayoría de las comunidades autónomas que han gestionado la sanidad en España desde hace más de 20 años. Las barbaridades que dice Trump no tienen nada que ver con su ideología política, si es que la tiene. Tampoco Boris Johnson se equivocó en sus juicios previos a la llegada del virus a su país porque presida un gobierno conservador. Lo mismo ocurre con Macron o con Conte.

Ahora nos enfrentamos a un nuevo y peligroso reto. La nueva amenaza consiste en considerar el desconfinamiento una nueva cuestión de ideología política. Luchar escrupulosamente contra el contagio no es exclusivo de la izquierda. Desear salir a la calle y reencontrarnos con nuestros seres queridos no es monopolio de la derecha. La opción en la batalla que nos toca afrontar no es la de elegir bando partidario, sino la de elegir entre salir de la pesadilla o recaer de nuevo.

P.D: Espero, querido lector, que valores dos últimas cuestiones. Uno, mi agradecimiento personal por prestarme unos minutos de atención. Dos, que no he hecho alusión alguna a lo de Merlos. No ha sido por falta de ganas.

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