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Familias diferentes en verano

Imagen de archivo de la playa de La Concha de San Sebastián.

Beatriz Martín del Campo

Si ser familia numerosa es algo extraño que hace que las fórmulas para veranear queden reducidas a unas pocas opciones, imaginaos si vuestra familia, además, fuese reconstituida. Estando como estamos bajo el reinado de la familia nuclear con 1,33 hijos por mujer, presentarse en la playa con una tropa de cuatro churumbeles, de distintas madres y padres, da lugar a una entropía desorbitada en cualquier situación.

El ser muchos no significa que tengamos más tolerancia al hacinamiento que el resto de los mortales, aunque en muchos lugares se empeñen en que una casa con 4 camas es adecuada para alojar a 6 personas. Uno siempre puede dormir en el sofá, y otro, quizás los más pequeños (aunque ya pase de las dos cifras) pueden dormir juntos en la misma cama. Al final, puede ser que te terminen sugiriendo que no viajes con tanta gente, que es mejor hacerlo en grupos reducidos y así tendrás comodidad asegurada.

Pero no. Al final, en algún momento del verano, siempre somos seis y necesitamos un lugar en el que pasar unos días juntos, alejados del mundanal ruido y bañándonos en la playa o en la piscina. Aunque tengamos que explicar una y otra vez los vínculos biológicos que nos unen y que nos separan. Sí, esto sucede bastante a menudo. Nuestros hijos tienen que explicar varias veces al año el grado de hermandad que les vincula y negar enérgicamente la horrorosa expresión que les imponen algunas personas biempensantes: medio hermanos.

En muchos sentidos, nuestra familia es un desafío a todas las normas no escritas que se deben cumplir para ser definida como tal. Por eso, muchas de las personas que encontramos en nuestras vacaciones y que no nos conocen, no saben cómo actuar ni qué decir ante un grupo humano que parece una familia, vive como una familia, se quiere como una familia, discute como una familia pero, según los criterios establecidos, no es una familia. Así que aquí estamos: diciéndole al mundo que deje de especular y acepten que hay otras fórmulas diferentes de ser un grupo familiar.

Uno de los primeros prejuicios que hemos de sortear es el de que las familias de madres y padres divorciados tienen muchos conflictos con la otra parte. No conozco las estadísticas sobre el nivel de conflictividad en separaciones y divorcios, pero afortunadamente, en nuestro caso convivimos pacíficamente, cosa que nadie con quien nos cruzamos da por hecho. Tanto es así que incluso algún maestro, cuando le he informado de la situación familiar, me ha dicho que al niño “no se le notaba nada”. Es un riesgo que corremos: que cualquier problema sea achacado a nuestra condición de padre y madre separados.

Otra cosa que ha sucedido en alguna de nuestras aventuras vacacionales es que nuestros hijos e hijas acaban teniendo los mismos apellidos. Tú vas y das los datos de todos, perfectamente, sin ningún error, pero acaban apellidándose todos igual por unos días. Esto puede ser anecdótico e incluso gracioso cuando sucede en trámites sin importancia, como sacar unos carnets para entrar en la piscina de un camping, pero espero que nunca pase en alguna situación donde sí importen los datos reales.

¿Y qué me decís del coche? Seis personas en un siete plazas van genial, hasta que llega el momento de meter las maletas y el equipaje de mano de cada uno de los miembros de la familia. Así que, al final, vamos en dos coches, poniendo todas nuestras esperanzas en que el que está dando problemas no acabe tirado en la cuneta. Esto eleva el presupuesto y las posibilidades de descansar como copilotos, pero no deja de ser una gran ventaja poder disponer de dos vehículos.

Por último, no quiero dejar de mencionar el momento de ir a la playa. Con una tropa numerosa, el consejo principal que se puede transmitir es el del minimalismo extremo. Nada de cubos, palas, pelotas, raquetas, colchones inflables y demás bártulos. Toalla, gafas y crema protectora. Nuestra norma es: nadie lleva nada más que lo que pueda transportar por sí mismo. Así, los adultos del grupo hemos logrado dejar de ejercer de transportistas y de enfadarnos cuando la tropa no usa ni la cuarta parte de los utensilios transportados.

Las vacaciones se acaban y es una pena, la verdad. El tiempo pasa, y hay que disfrutarlo al máximo, aunque nuestra casa parezca un restaurante y una lavandería. Lo importante es aprovechar ese tiempo de convivencia y atesorar recuerdos para compartir en los próximos veranos.

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