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Felipe VI y la 'Trampa 22'

Felipe VI insta a cortar de raíz la corrupción y evitar la ruptura en Cataluña

Miguel Roig

No es con un discurso navideño con lo que Felipe VI conseguirá escribir su relato. La tradición de la Casa Real así lo indica. Su padre consiguió escribir el de su reinado con la intervención del 23-F, una pieza de un minuto y veintiséis segundos de duración. Esa narración constituyó un capital simbólico que fue la clave de bóveda no solo de la Corona sino de la Transición, ya que describía la madurez de un sistema con apenas un puñado de años y su capacidad de autoafirmarse. Ese capital se fue erosionando con los años y la quiebra vino con otro relato que tampoco llegó por Navidad. Fue después del accidente de Botsuana y aún más breve que el anterior: unas disculpas expresadas en apenas veintinueve segundos.

Se sabe que los discursos de la Casa Real son revisados por el Gobierno de turno en Moncloa. El pasado 19 de junio, cuando en el Congreso Felipe de Borbón y Grecia asumió la jefatura de Estado como Felipe VI, rey de España, Juan Luis Cebrián dejó claro en un artículo crítico con ese discurso que en el mismo no se vislumbra el pensamiento de Felipe VI, ausente, según Cebrián, “habida cuenta de que es el Gobierno quien redacta o cuando menos supervisa, y autoriza, las palabras del Rey”.

El discurso navideño, por el contrario, es la única pieza que se redacta íntegramente en el palacio de la Zarzuela y se remite a Moncloa como formalidad protocolar, con lo cual se entiende que la intervención es mínima, aunque nunca se sabe a ciencia cierta hasta donde llega el control. Con todo, se asume el discurso de la Nochebuena como una exposición bastante personal del monarca.

¿Hubo, realmente, alguna novedad?

Felipe VI asumió la corrupción como uno de los elementos que corroen la vida pública y haciéndose eco de las exigencias del cuerpo social reclamó una regeneración. La mención explícita a la gestión del dinero público trajo un eco simbólico de la 'casta' al advertir que no deben existir “tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública: que desempeñar un cargo público no sea un medio para aprovecharse o enriquecerse”.

Es obvio que esta imagen abarca a políticos, empresarios y a la propia monarquía “en una España que todos queremos sana, limpia”, remató. ¿Libre de la 'casta'? Aquí habría que preguntarse por el titular de portada de El País en su edición del viernes 26 de diciembre: “Los partidos, del PP a Podemos, comparten el diagnóstico del Rey”. Pareciera que del mismo modo que Pablo Iglesias refuerza su estrategia transversal compartiendo el diagnóstico del rey desde su cuenta de Twitter, El País, a su vez, busca reforzar la hegemonía del monarca en el arco político. Claro está que para ello se omitió la posición de Izquierda Unida, que manifestó a través de las redes su malestar con el discurso en particular y con la Casa Real en general desde su posición republicana.

Pero donde el discurso del rey entra en contradicción es al proclamar una encendida defensa del Estado de Bienestar y una economía que “debe estar siempre al servicio de las personas” con un respaldo al programa económico del Gobierno. Poco importa si este párrafo es un aporte de Moncloa. Lo que cuenta es que fue dicho y respaldado por Felipe VI.

Así, en esta dialéctica falaz, el rey entra en un juego parecido al de los personajes de la novela Trampa 22. En el ensayo Las dudas de Hamlet (Península, 2011), donde analizábamos la figura de la entonces princesa Letizia, nos preguntábamos de qué modo la futura pareja real podía asumir parte de la indignación que en 2011 comenzaba a plantear la calle: “El 15-M es una plataforma pródiga en reclamos, ¿puede la monarquía hacerse eco de algunos? ¿Puede, por ejemplo, alentar el debate sobre la reforma de la Ley Electoral? Esta es una salida para la Casa Real, que a la vez representa una especie de paradoja como la de Trampa 22. En la novela de Joseph Heller, un grupo de pilotos en una base aérea norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial intenta eludir los vuelos de combate. Para ello deben someterse a una prueba médica y aducir locura. Pero en el momento en que lo hacen son automáticamente considerados cuerdos, ya que los locos no se quejan, y están obligados a volar, cerrándose la trampa sobre ellos. Trazando este paralelo, si la monarquía aceptara como válidos, por ejemplo, los presupuestos del movimiento 15-M, estaría reconociendo los fallos de la actual monarquía constitucional, con lo cual se cuestionaría a sí misma, pero si no lo hace, el planteo podría venir desde el campo social. He aquí el dilema. ¿Cómo resignificarse?”.

Esta es la trampa en la que está atrapado el rey. Porque los ciudadanos han señalado claramente su disconformidad con un programa de exclusión y lo hacen, a todas luces, dentro del cauce democrático que no descarta un proceso constituyente para ampliar, precisamente, el campo de la democracia y evitar entre otros males la desaparición del Estado de Bienestar que Felipe VI defendió en su discurso. Pero como decíamos, no es lo lógico esperar en un discurso navideño la exposición del relato del rey. Mientras tanto, la lectura que se desprende de esta intervención es que el monarca ha intentado estar en misa y repicando. O, mejor dicho, en palacio y pisando la calle al mismo tiempo.

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