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Feminismo y partitocracia

Beatriz Gimeno

Escritora y feminista —

A raíz del voto del PSOE en Ponferrada, coincidente en el tiempo con las declaraciones de Cospedal sobre que las cuotas son machistas, y todo ello en un contexto en el que la crisis se está cebando con derechos básicos de las mujeres, leía el otro día un artículo en el que Kerman Calvo nos explicaba por qué parece que en España las políticas que se hacen respecto a la igualdad de género no condicionan el voto de las mujeres. Como contrapunto ponía el ejemplo de EE.UU, donde los analistas coinciden en que Obama fue elegido gracias al voto femenino en las mismas elecciones en las que varios políticos republicanos pagaron en las urnas sus declaraciones antifeministas. ¿Por qué aquí no ocurre lo mismo y el PSOE no recogió votos de las mujeres después de sus políticas feministas?

Calvo apuntaba como razón que las mujeres españolas no se autoidentifican como “feministas” y que esta cultura penaliza la formación de conciencias políticas individuales que reivindiquen la necesidad de políticas feministas. Estoy de acuerdo en que esto es así, pero no sé si eso solo basta para explicar por qué las mujeres españolas ponemos el partido por encima de la igualdad de género; habría que comparar si esto es así en otras culturas políticas y si en éstas hay más mujeres que se declaran feministas. En todo caso, habría que ver si estas razones que menciona Calvo son la causa del sentido del voto o son la consecuencia más bien de una determinada cultura política.

Nuestra cultura política está basada en una rígida partitocracia que una gran parte de la ciudadanía considera agotada. No voy a entrar aquí a analizar cómo funcionan los partidos (como empresas enfocadas a ganar elecciones y a acumular poder a casi cualquier precio porque de ello depende, entre otras cosas, su propia reproducción y con ella el modo de vida de muchas personas), pero en lo que tiene que ver con este artículo soy de la opinión de que si las mujeres españolas ponen la ideología partidaria por delante de sus intereses como mujeres es porque todas las mujeres que se dedican a la política lo hacen.

Esto que aquí puede sonarnos obvio no funciona igual en todas partes. No es así en la cultura política norteamericana donde los representantes políticos pueden permitirse disentir de sus partidos en cuestiones clave y en el caso de las mujeres podemos encontrar a mujeres republicanas partidarias del aborto, por ejemplo, o de leyes destinadas a combatir la desigualdad salarial o contra la violencia machista. Se podría argüir que esto no es aplicable a nuestra democracia, en la que la representación recae en los partidos. Pero también hay partidos en los países escandinavos, donde en los años 70 se fraguaron los “pactos políticos entre mujeres” que suscribieron mujeres de todo el espectro ideológico con el objetivo de aumentar su presencia política, lo que consiguieron. Se nos puede decir entonces que eso fue posible porque los estados escandinavos son muy igualitarios y porque llevan décadas de políticas favorables a la igualdad. Pero esa no es tampoco la única razón porque en varias democracias latinoamericanas las diputadas o senadoras de partidos ideológicamente muy separados son capaces de constituirse como lobbys de presión feminista para pactar agendas de mínimos por encima de sus propios partidos, por ejemplo cuestiones relacionadas con el feminicidio o el aborto. También hay lobbys de mujeres en el Parlamento Europeo que hacen lo mismo.

El hecho de que en España esto sea impensable da cuenta de lo desgastado de nuestro sistema de partidos. La mayoría de las mujeres políticas de la derecha no son contrarias a derechos básicos de las mujeres que parece que solo defienden las mujeres políticas de izquierdas. Yo personalmente, en mi etapa de Presidenta de la FELGTB tuve ocasión de reunirme con varias de las mujeres que hoy ocupan los más altos cargos en el Gobierno y en el Partido Popular y tengo que decir que, cuando la reunión era distendida (y muchas veces lo era) siempre terminábamos hablando del machismo; del de sus compañeros de partido, del que impera en el mundo político en general.

Estas mujeres expresaban su frustración por tener que trabajar el doble para ser la mitad de valoradas, del precio personal que siempre pagaban ellas, y nunca ellos, por dedicarse a la política; del esfuerzo, de la fragilidad de cualquier conquista, de lo que significa sentirse permanentemente ignorada. Muchas de esas mujeres eran mucho más progresistas en cuestiones de igualdad (partidarias de las cuotas y del derecho al aborto, por ejemplo) de lo que lo es su partido. El silencio al que se ven abocadas da cuenta de la incapacidad de este sistema de partidos para convivir con la crítica, con la pluralidad o siquiera con la democracia interna. La posición de las mujeres políticas dentro de los partidos sigue siendo frágil y lo es aunque parezcan –algunas de ellas- estar en puestos de mucho poder.

Aunque muchas mujeres políticas- las que se autodefinen como feministas-, den la batalla interna para que sus partidos asuman programáticamente reivindicaciones feministas, lo cierto es que no se arriesgan en la crítica, ni en situar los temas de género en primer lugar y solo lo hacen cuando no tienen nada que perder (el caso Nevenka es paradigmático en este sentido). Considerar la defensa de la igualdad de género como algo irrenunciable, darle “demasiada” importancia, no sería visto con agrado por el poder masculino al que se le debe pleitesía. La igualdad de género no es considerado por ningún partido como asunto político de primer orden aunque afecte a la mitad de la ciudadanía y aunque el mismo partido se diga feminista. Las mujeres saben que –todavía- su poder es delegado, siempre inestable y que poner los temas de género en primer lugar sería peligroso para su futuro político.

El gobierno de Zapatero pareció significar un cambio en esta realidad. No solo porque pareció asumir principios irrenunciables del feminismo, como la paridad, sino porque aprobó leyes y promovió políticas destinadas a favorecer la igualdad y a combatir las discriminaciones. Ese mérito no se lo discute nadie pero, al mismo tiempo, ese mismo Zapatero nos dejó a las feministas un amargo sabor de boca cuando en el momento en que la crisis arreció y con ella la urgencia por “lo importante”, no se le ocurrió otra cosa que fulminar el Ministerio de Igualdad y a su ministra. Un acto simbólico de enorme calado. El Ministerio de Igualdad era el que tenía menos presupuesto de todos y el que en una relación aportación al cambio social/presupuesto podía salir mejor parado. Pero en cuanto las cosas se pusieron serias, el Ministerio desapareció. Lo “importante” se lo llevó por delante.

Asimismo, en la medida en que el antifeminismo se está configurando, cada día más, como una corriente organizada y autoconsciente las mujeres de los partidos cercanos a los detractores de la inventada ideología de género, tendrán que invisibilizarse aún más como partidarias de los derechos de las mujeres, aunque se dé la paradoja de que ellas encarnen al menos una parte importante de la lucha feminista y de los derechos y de la igualdad conseguidos por el feminismo. Se verán cautivas de una ideología antifeminista que su misma presencia cuestiona, lo que les exigirá cada vez más silencios y complicidades. Y lo harán sin problemas porque el premio es su libertad/poder/capacidad individual. El precio por el contrario –seguramente ellas no lo consideran tal- es que eso mismo que a ellas se les permite encarnar se les niega a todas las mujeres. Ellas podrán abortar, trabajar, elegir el número de hijos o no tenerlos, ganarán el mismo dinero que sus compañeros, no realizarán trabajo doméstico alguno, no tendrán que cuidar a sus padres o allegados dependientes, podrán divorciarse, acceder a una vida pública plena e igual a la de ellos; pero estarán, al mismo tiempo, siendo un tapón para el acceso de todas las mujeres a esa misma vida que ellas disfrutan.

Este sistema de partidos/empresa no solo es malo por todo lo que se viene diciendo, sino que es malo para todas las mujeres porque impide a las políticas defender los intereses básicos de todas las mujeres como cuestión fundamental. El poder es masculino y este sistema impide que se cuestionen las lealtades tradicionales. Es un sistema que imposibilita cualquier iniciativa valiente, original, inteligente o imaginativa. Es un sistema que fomenta la mediocridad, la sumisión, el seguidismo, que arrasa el pensamiento crítico, que se mueve por la inercia de la maquinaria, no por la inteligencia, la brillantez o siquiera las ideas propias. Este sistema no tiene ideas pero es especialmente nefasto para las mujeres que somos siempre aquella parte de la ciudadanía cuyos derechos caen en primer lugar. Y termino diciendo que soy consciente de que el feminismo es mucho más que la defensa de unos derechos elementales pero que estos son un punto de partida de mínimos de humanidad sin los que no se puede/debe vivir y en cuya defensa la mayor parte de las mujeres deberíamos ponernos de acuerdo por encima de la ideología, de la misma manera que el patriarcado está basado en un pacto entre varones en el que la ideología personal no cuenta.

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