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Fichaje bengala

Ángel Garrido, en su comparecencia como fichaje de Ciudadanos

Raquel Ejerique

Ciudadanos se ha llevado a Ángel Garrido, un hecho que está teniendo bastante más brillo mediático que la gestión del propio Garrido al frente de la Comunidad de Madrid. De hecho, su última crisis como gobernante fue una huelga histórica del taxi en la capital y su plan consistió en no hacer nada o, lo que es lo mismo, favoreció implícitamente a las VTC sin tomar en apariencia ninguna decisión. En aquel entonces no parecía un hombre dispuesto a grandes cambios ni arrojadas determinaciones. 

Ciudadanos se felicita por el fichaje estrella y golpe de efecto que supone la adopción de un activo despreciado por el PP, un partido que ha defenestrado las aspiraciones de Garrido (y tantos otros) para poner a Isabel Díaz Ayuso, candidata osada y explosiva, conocida por sus ocurrencias como amar el tráfico nocturno o dar ayudas a niños no nacidos en un país con problemas paridos y enquistados como la pobreza infantil. Es legítimo gobernar con mano de hierro las listas y hacer un partido de afines. Es cuestión de no sorprenderse y de sonreír cuando se rebela parte de la tropa.

Pero no es un fichaje estrella, sino bengala, que diría Antonio Gutiérrez. Porque es tan sorprendente como simbólico y efímero. Lo importante para Rivera no es la incorporación del hombre Ángel Garrido, sino que el nuevo candidato número 13 del partido naranja da apariencia de que van ganando, de que tienen el control y de que se abandona el PP, en un momento en el que muchos de los votantes conservadores todavía no saben por cuál de las tres derechas apostar. A cuatro días de las elecciones –sin encuestas publicables a las que hincar el diente, sin espectaculares debates electorales– estos movimientos son como trueno sin la materialización del rayo. Solo hacen ruido, pero funcionan porque minan la moral del adversario y lo colocan por un día en situación de subalternidad. El equipo de Casado estará ahora mismo buscando mechero para prender fuego a su bengala o a lo que tenga más a mano.

Que miembros del PP despechados se vayan a Vox o Ciudadanos no se estrenó con Garrido. Sí es nuevo que miembros del PP con buenos puestos asegurados se vayan a otros partidos, e introduce un matiz vertiginoso: igual se van por filias, por fobias o por heridas personales, pero también podría ser porque el barco se hunde. Esa novedosa incertidumbre que incorpora el fichaje del expresidente madrileño es la que está masticando con gozo Ciudadanos. 

El modo indolente en el que (no) se ha despedido Garrido –ayer estuvo en la sede del PP fingiendo que hacía las maletas para irse a Bruselas de eurodiputado– mina la moral de un PP que ya tenía bastante con repetirse por las mañanas que no es una derechita cobarde mientras enseñaba los colmillos al espejo. ¿A que no, espejito? Por si fuera poco, Rivera le ha dado un manotazo a Casado en los debates esta semana, como un sobrino desagradecido. Ahora se le va un expresidente al que no tenía afecto, pero al que había reservado uno de los puestos cotizados. Al ejecutivo y coriáceo Casado, que aspira a ser la única derecha verdadera, se le ha abierto una vía de agua y desprecio, a punto de unas elecciones, por parte de los relegados.

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