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Habló Otegi

Arnaldo Otegi y Jordi Évole, durante la entrevista en Salvados

Cristina Pardo

En segundo de Periodismo, un profesor nos pidió que hiciéramos varias entrevistas. Algunos compañeros eligieron para aquel ejercicio a jugadores de Osasuna, médicos, jueces… Yo escogí a una persona a la que admiraba muchísimo, al periodista José María García, y a un individuo al que aborrecía profundamente por lo que en aquel momento representaba. No recuerdo por qué decidí entrevistar a un parlamentario de Herri Batasuna. Creo que tuvo que ver con la necesidad de indagar en la mente de quien justificaba el horror cotidiano del tiro en la nuca, la bomba lapa, el miedo a saltar por los aires del que pasaba por ahí… No me sentía una mera espectadora, porque aquel terror estaba marcando nuestras vidas. Había cubierto como becaria el asesinato de un concejal, los aplausos emocionados de los vecinos, la insoportable pena de la familia, y no comprendía de ninguna de las maneras cómo se puede permanecer impasible ante algo tan salvaje. El encuentro con Shanti Kiroga se produjo en la sede de HB en Pamplona, clausurada tiempo después. Era un lugar siniestro, incómodo, ese sitio al que nunca querrías volver. Aprobé la asignatura y mi profesor jamás cuestionó la elección del entrevistado.

Ese encuentro volvió a mí cuando se abrió el debate sobre la conveniencia de que Jordi Évole entrevistara a Arnaldo Otegi. Algunos de mis conocidos me dijeron que no pensaban ver el programa. Miembros del PP me confesaron días después que lo quitaron a la mitad. Miles de personas lo vimos entero. Yo, personalmente, no me pude despegar del televisor. Sentía curiosidad por saber si un individuo como Otegi era capaz de sostener su ambigüedad tantos años después, tantos muertos después, en una sociedad que ya no era la misma. Casi todo lo que dijo me pareció deleznable. Évole le dejó hablar y el portavoz de la izquierda abertzale quedó en evidencia, preso de un patético ejercicio de funambulismo. Ha sido el programa 'Salvados' el que nos ha permitido ver por primera vez a Otegi frente al espejo, obligado a mirar y a escuchar a aquellas vidas destrozadas que le preguntaban por qué, que le recordaban cuáles fueron sus compañeros de viaje. Algunos nos estaban diciendo que Otegi ahora era “un hombre de paz”. Creo, y en ello me reafirmé después de ver la entrevista, que esa es una definición demasiado benévola. En mi opinión, es un hombre hipotecado, un individuo que avanzó, pero que ha escogido pararse –de momento- a mitad del camino entre víctimas y verdugos.   

A mí también me hubiera gustado entrevistar a Otegi, por las mismas razones por las que escogí durante la carrera al diputado de HB. No para hacer propaganda, que es lo que esperaban algunos de Évole antes de la emisión del programa, sino para ahondar en pensamientos que no comparto o poner sobre la mesa contradicciones que debiliten al entrevistado. Tengo preguntas para un montón de gente que no piensa como yo. Y, afortunadamente, hay varios canales de televisión para elegir cómo quiere uno acabar el domingo.

Paradójicamente, estos días en los que estamos debatiendo tanto sobre la honestidad de los periodistas, se cuestiona que La Sexta dé voz a Otegi y, al mismo tiempo, se critica a aquella prensa que antepone permanentemente la ideología al trabajo. Yo creo en aquellos medios que le dan al espectador motivos para la reflexión, argumentos para el debate. Y creo en los espectadores que se forman una opinión después de escuchar puntos de vista radicalmente opuestos. Primero, intentar saber. Luego, todo lo demás.   

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