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Hijos de Ruta

El almirante Blas de Lezo, en el Museo Naval de Madrid.

Montero Glez

Hace unas semanas, con motivo de la publicación de un artículo dedicado a Blas de Lezo, en este mismo diario, los fachas no pararon de darme la tabarra en las redes sociales.

Como si se tratase de una masa aborregada, todos repetían la misma matraca, esa que viene a decir algo así como que “no se puede juzgar el pasado con los ojos del presente”. Si reflexionamos un poco, no es más que una frase lapidaria y que queda muy bien en las sobremesas familiares, cuando el 'cuñao' de turno retira las migas del mantel para dejar sitio a los cafés, resolviendo su análisis político con un discurso que deja a todos los demás comensales fuera de juego, no ya por su lucidez, sino por la falta de la misma; me explico.

Porque en un país como el nuestro, donde todavía se juzga el presente −y a los presentes− con los ojos del pasado, no está de más dar la vuelta al asunto y hacer lo contrario. Sin ir más lejos, para que sirva como ejemplo de cómo los fachas resuelven el presente con los ojos del pasado, se ha puesto en marcha una ruta, bautizada como Ruta 36, en la que se marca el itinerario a seguir por los bares decorados con parafernalia fascista. Locales donde no falta el retrato de Paca la Culona, como tampoco falta la bandera del pollo, ni los “¡Viva España!”, “¡Una, Grande y Libre!”, ni las sobremesas etílicas entonando el “Cara el Sol”, ni las tertulias enjundiosas acerca de los héroes de nuestro glorioso pasado militar, desde Flandes a la gesta de Blas de Lezo pasando por la División Azul. Cuando la sobremesa se alarga, alcanza el islote de Perejil.

El idealismo que arranca en la devoción a valores abstractos y desemboca en la esclavitud, sigue condicionando las estructuras psíquicas de una buena parte de este pueblo que fue masacrado durante la Guerra Civil por el aparato militar puesto a disposición del capitalismo de la época. Como diría Pío Baroja, ha sido tal el desarreglo que, al día de hoy, nuestro país no tiene arreglo.

Mientras tanto, sin darle mucho al caletre, cada vez que alguien toca a sus soldaditos de plomo y escayola, los fachas siguen repitiendo la misma matraca que un buen día se le ocurrió a uno de ellos tras retirar las migas del mantel. Pues eso.

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