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El PSOE ha sido su peor enemigo

Pedro Sánchez y Susana Díaz.

Iñigo Sáenz de Ugarte

No hay campaña electoral sin declaraciones políticas que hacen reír (Rajoy, emocionado con un campo de alcachofas) y otras que hacen sonreír porque revelan hasta qué distancia un político está dispuesto a tirar las redes para conseguir votos. Pablo Iglesias lo ha demostrado esta semana con sus elogios a José Luis Rodríguez Zapatero, padre de la reforma del artículo 135 de la Constitución, socio del gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez, en el desastre de las cajas de ahorro y autor de la primera entrega de recortes en la economía por imposición de la UE en mayo de 2010. Con esos antecedentes, ¿cómo no va a inspirar a los que quieren un cambio real en el sistema político y económico?

“Le tengo mucha admiración, creo que es el mejor presidente de la democracia”, dijo Pablo Iglesias. Es cierto que ese ranking no incluye muchos nombres, desde luego no muchos con los que un votante de Podemos se pueda entusiasmar, pero el respeto de Iglesias no se acaba ahí. “Procuro preguntarle cuando tengo dudas sobre temas importantes”, comentó también.

A Zapatero le encanta hablar por teléfono (con decir que uno de sus interlocutores periodísticos habituales cuando estaba en La Moncloa era Pedro J. Ramírez está todo dicho) y nunca hay que subestimar el poder del ego en los políticos retirados. Uno se puede imaginar perfectamente a Zapatero encantado de que Iglesias le llame para pedir consejo. Y si luego eso trasciende y Pedro Sánchez se molesta, entonces es un bonus. Zapatero puso la cruz al líder del PSOE cuando este cuestionó la reforma constitucional del 135. Pero el factor 135 no es un problema para las relaciones entre Zapatero e Iglesias. En política, las parejas se forman por razones muy diferentes.

El acercamiento acelerado de Iglesias a los votantes del PSOE ya se produjo en la anterior campaña de diciembre y tiene todo el sentido. Los dirigentes socialistas están escandalizados por que Podemos intente quedarse con los votos del PSOE (“no quiere acabar con Rajoy, quiere destruir al PSOE”, dijo indignado Patxi López). Bueno, no va a ir a por los del PP. Cualquier partido nuevo que intente entrar por la izquierda en un sistema bipartidista debe aspirar a recoger apoyos en lo que fue un inmenso granero de votos (11,2 millones en 2008). Cuando los socialistas se indignan ante tamaña osadía sólo demuestran lo desconectados que están de la realidad. Por no hablar de que los votos no son propiedad de los partidos. Sólo se alquilan por un periodo máximo de cuatro años.

La alianza electoral con Alberto Garzón e Izquierda Unida hizo pensar a algunos que Podemos tendría que radicalizar su mensaje para que el pacto no empezara a desgarrarse en cuestión de semanas. Era el único consuelo para los dirigentes socialistas, que mostraron en público una inédita preocupación por la supervivencia de los comunistas en la política española, los mismos a los que dejaron en los huesos electorales siempre que alcanzaron una holgada victoria en las urnas.

Al final, Podemos no ha hecho ningún salto dramático hacia la izquierda, entre otras cosas porque ningún partido ofrece ahora demasiados cambios con respecto a diciembre. Esto es una repetición de las elecciones en todos los sentidos. De hecho, al escuchar a algunos políticos, uno piensa a veces que todavía creen estar en diciembre. Lo mismo en julio alegran la vida de sus hijos llevándoles otra tanda de regalos de Reyes.

Se supone que partidos y líderes deben ser sinceros en sus ofertas, pero lo cierto es que en las campañas electorales a los pobres cojos los pillan mucho antes que a los mentirosos. Cuando te das cuenta, el que ha exagerado o no ha contado toda la verdad ya se ha hecho fuerte en el poder. ¿Recuerdan la promesa de Rajoy de no subir los impuestos en 2011? Llegó a La Moncloa y los subió todos. Pero la culpa, según dijo después, era de la realidad, que está llena de rojos y de gente que no lleva corbata.

Pero no todo se reduce a la mentira clara y diáfana. La simulación es un arte en las campañas. En las dosis correctas, hasta es un requisito fundamental de las estrategias efectivas. En las dos caras de Pablo Iglesias, la del Iglesias bueno ofrece la mano tendida al PSOE, se confiesa socialdemócrata a su manera, admira a Zapatero (es cierto que no es eso lo que decía antes) y mueve la cabeza apesadumbrado en el debate ante los ataques de Sánchez como si estuviera viendo sufrir a un niño. Luego, claro, está el Iglesias malvado, el de la cal viva, el que corta la negociación con el PSOE tras el pacto de Sánchez y Rivera en un arrebato, pero ese no aparece en la campaña. Sería un error evidente.

Por el contrario, el PSOE va por la vida desnudo y transparente. Y lo que se ve no tranquiliza.

Susana Díaz ha reivindicado el viejo PSOE (“que nos llamen viejos, pero somos sabios”), lo que no sé si es un símbolo de ceguera, de incapacidad de aceptar la pérdida de prestigio de la política del pasado o un ejercicio de resignación: como ya perdimos un río de votos en 2011 y 2015, malo será que no conservemos a los que aguantaron en diciembre.

Díaz representa de alguna manera a todo lo que ha ido mal en el PSOE en los últimos cuatro años. Primero, no exigir la retirada cuanto antes de Rubalcaba (con todos los homenajes posibles, que ya dijo el exlíder, exvicepresidente, exministro y extodo que en España se entierra muy bien), luego bloquear el ascenso de Madina apoyando a un poco conocido Pedro Sánchez con vistas a que mantuviera la silla caliente a Susana Díaz, y finalmente segar la hierba bajo los pies del actual secretario general, una vez más con la idea de cambiarlo por la líder andaluza tras el 26J. Es una extraña forma de encarar este convulso periodo político la de ser el partido cuyo líder se ha pasado estos seis meses mirando el retrovisor con cuidado para mantener a distancia al camión de seis ejes que se le viene encima.

En cierto modo, el PSOE ha sido su peor enemigo en los últimos dos años. Es difícil encontrar una decisión estratégica en la que haya acertado. Ha sido incapaz de explicar por qué no ha tenido inconveniente en pactar con Podemos en algunas comunidades autónomas, mientras que ahora presenta la opción de un pacto nacional con ese partido como una alternativa terrorífica. Lo apostó todo a un pacto con Ciudadanos y luego se limitó a esperar a que el apoyo a su izquierda le llegara casi gratis, como si Podemos fuera la Izquierda Unida de toda la vida. La mayoría de sus barones no ha dejado de mostrar su desdén por Pedro Sánchez –digámoslo de forma amable–, lo que casi garantiza el tercer puesto el 26J.

La pregunta clave que hay que hacerse es obvia: ¿por qué los españoles deben confiar en el liderazgo de Sánchez para convertirlo en presidente cuando muchos de los pesos pesados del PSOE creen que se equivocaron con él y se pasan el día mirando a Andalucía?

Por momentos, parece que lo que quieren muchos de sus dirigentes es que vuelvan los 80. Y no, no van a volver.

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