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Jorge Fernández Díaz, un ministro sin vergüenza

Fernández Díaz

Gumersindo Lafuente

El pasado martes toda España pudo ver en webs y telediarios la espectacular detención en el aeropuerto de Barajas de una joven de 22 años que, según el Ministerio del Interior, se disponía a viajar a Turquía como primer paso para incorporarse al Estado Islámico. Posteriormente, el juez Pedraz, de la Audiencia Nacional, decretó su ingreso en prisión por su supuesta intención de colaborar con una organización terrorista. Este es un asunto que se tendrá que juzgar y en unos meses sabremos, así lo espero, si se llegó a cometer un delito o estamos tan solo ante la posibilidad de que se cometiese, una detención de humo.

Pues bien, parecería lógico que las fuerzas del orden, en este caso la Guardia Civil, fuesen extremadamente cuidadosas en preservar la identidad y la dignidad de la protagonista de la detención. Sobre todo si tenemos en cuenta que, según los datos facilitados por la propia Guardia Civil, no había ningún riesgo de fuga, la tenían perfectamente controlada, sabían al milímetro sus movimientos y estaban esperándola en el aeropuerto para arrestarla. Y lo que sucedió fue todo lo contrario, con imágenes nítidas de su rostro incluidas, que casi todos los medios reprodujeron sin pensárselo dos veces, e incluso con su nombre y apellidos completos publicados por una agencia.

¿Por qué no se hizo con discreción? ¿Por qué a este ministro del Interior le gusta montar permanentemente estos espectáculos? ¿Por qué en ocasiones llegan antes los fotógrafos que los policías cuando se va a producir un hecho de estas características? ¿Por qué el máximo responsable de los cuerpos de seguridad, encargados de que se cumpla la ley, se empeña una y otra vez en despreciar los derechos de los ciudadanos?

Es posible que esta chica, que tampoco se libró del festival de pasamontañas y armados-hasta-los-dientes en su pueblo, haya sido captada por un grupo radical, pero si queremos darle alguna oportunidad de rehacer su vida, de recuperarla para nuestra llamada normalidad, lo que pasó, es lo último que debería haber sucedido.

Imagine, señor ministro, solo por un momento, que usted en su juventud hubiese tenido un traspiés, un error, digamos que algún asunto oscuro en el que la policía hubiese tenido que intervenir. Si se hubiese aplicado el mismo sistema que usted está poniendo hoy en marcha, jamás habría llegado a donde está (lo que por otro lado, en realidad habría sido un alivio para todos nosotros).

En fin, qué podemos esperar de alguien que quiere confundir a los refugiados de una guerra sangrienta con yihadistas. Que recibe en su despacho a un exministro y exbanquero (el señor Rato -para hablar de sus cosillas-) imputado e investigado por las fuerzas a su mando y cuando le descubren no dimite. Que llama pesetero a Guardiola porque haciendo uso de su libertad y de sus derechos constitucionales se presenta en una candidatura electoral. Que defiende a comisarios que se reúnen por su cuenta con políticos bajo sospecha de corrupción. Que alienta la caza de brujas en las redes sociales. Que consiente las ilegales devoluciones en caliente en la frontera de Melilla. Que está siempre disponible para condecorar a Vírgenes por sus “indudables” méritos policiales. Incluso que se atreve a ponerse chulo y está dispuesto a mandar a las casas de los que le critican a los que saltan la valla.

Y todo esto sin cortarse un pelo, señor ministro, sin vergüenza.

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