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Julio Anguita y Margarita Robles, referentes que crean zombis

Ana R. Cañil

Si el futuro de España que buscan los nuevos líderes de la izquierda tiene como referentes a Julio Anguita y Margarita Robles “será mejor que echemos el cierre y durmamos hasta que Rajoy nos termine de arrasar”. Oído en el tanatorio de Tres Cantos, durante el duelo por Jesús Leguina, exmagistrado del Tribunal Constitucional, del Supremo, del Banco de España, del Consejo de Estado y, él sí, referente indiscutible para la izquierda que le conoció -desde los comunistas a los socialistas- durante la transición y mucho más.

A los progresistas maduros y más radicales se les cayeron los palos del sombrajo cuando vieron la santa aparición –tan natural, nada escenificada- de Julio Anguita, cayendo en los brazos del emocionado Pablo Iglesias, que aprovechó para secarse las lágrimas en las espaldas de viejo líder. “Mi respetado amigo”, le escribía Aznar a Julio Anguita en los tiempos en que pergeñaron la pinza contra los socialistas allá por 1995, lo que ayudó a la llegada del Gobierno de la derecha durante ocho años. Dos legislaturas cuyas políticas trajeron estos lodos en los que nos movemos, y aquel Anguita es ahora el referente del partido emergido del 15M, mientras la mayoría de los comunistas que quedan en IU siguen desmayados ante la resurrección del Califa.

No menos asombro y espanto -una mezcla para dinamita- existe en las filas de los socialistas que lucen canas. A alguno incluso las canas se le han puesto como escarpias al ver a Margarita Robles, la exsecretaria de Estado de Interior de Juan Alberto Belloch, como número dos del PSOE en las listas por Madrid. La mujer famosa por sus broncas autoritarias y “su arrojo e integridad”, compañera del discutido ministro Belloch en los tiempos más duros del GAL, la cal viva y Roldán, cuando las filtraciones y deslealtades trufaban el momento más negro del socialismo, la guerra sucia, es hoy la fémina número dos del partido.

La resurrección de Anguita y Robles ha generado un montón de ciudadanos de izquierda noqueados, que deambulan por las calles, absortos y desnortados, por una pregunta que martillea su cerebro sin cesar: ¿a quién votar tras el regreso al pasado? Unos pocos de estos meditabundos paseantes son conscientes de que, en cualquier momento de su desconcierto, serán asaltados por los vecinos zombis que les arrojarán al suelo y se les comerán, para engordar a Mariano Rajoy y su Partido Popular. Esos vecinos que se les van a merendar con gusto. No tienen prejuicios en devorar carne de añojo. Al fin y al cabo llevan digiriendo cuerpos descompuestos por la corrupción del PP a toneladas y cada día tienen mejor cutis. Entre tanto corrupto, se pueden permitir un bocado de viejo rojo y pellejo.

Mientras las calles de pueblos y ciudades se convierten en espectáculo para rodajes baratos gracias a esos rojos perdidos, la vida sigue para los millones de gentes “normales”, que cada vez que en la pantalla asoma un político o un periodista dando voces en debates, sienten un enorme placer en apretar al click y silenciarlos o emigrar a los deportes, las series o los dibujos animados.

Queda la esperanza de que algunos de esos millones de “normales” –léase apolíticos, votantes de última hora, pragmáticos- retengan los datos que realmente cuentan, además de los casi cinco millones de parados, el más de millón y medio de hogares sin ningún ingreso, los tres millones de niños españoles en el umbral de la pobreza… Aunque ya han acostumbrado su oído a tanta desgracia, ¿qué pueden hacer? Reaccionar a lo que se les viene encima.

Por ejemplo, saber que el Programa de Estabilidad, presentado en Bruselas por el Gobierno de Rajoy mientras la izquierda recuperaba a Anguita y a Margarita Robles, frena el gasto social en 12.000 millones de euros, lo cuál significa que no solo no se invertirá en Educación ni Sanidad, sino que se recortará más. Porque ese programa de “Estabilidad” –estabilidad para quién- que cubre los años 2016-2019 apretará aún más las tuercas a las autonomías, administradoras de tu salud y tu educación. Miren, comparen y recuerden que, en el 2013, el recorte en los gastos autonómicos de sanidad y educación se cifró en unos 10.000 millones.

Y dejen a Julio Anguita y Margarita Robles meditar en lo que fueron e hicieron allá por el bienio 95 y 96, cuando ambos se cruzaban por los pasillos del Congreso y no se veían mal.

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