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Kathy Scruggs

La actriz Olivia Wilde interpretando a la periodista Kathy Scruggs en la película 'Richard Jewell'.

María Ramírez

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'Richard Jewell', la última película de Clint Eastwood, relata la historia real de un agente de seguridad que descubrió una bomba en los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996 y, tras ser encumbrado como un héroe, fue acusado erróneamente por el FBI de ser un terrorista. Los villanos del filme son unos pocos agentes sin escrúpulos y con presión por encontrar un culpable y, sin matices ni paliativos, la prensa.

Eastwood cambia los nombres de los agentes del FBI y los retrata con algún atisbo de duda, pero pinta con despiadada brocha gorda a una periodista del periódico local de Atlanta, elAtlanta Journal, utilizando su nombre real, Kathy Scruggs. El periódico, que se precipitó en su cobertura y fue parte de una cadena de errores, ha denunciado a la productora por haber inventado, entre otras cosas, que la periodista ofrecía sexo a cambio de información. Incluso sin ese detalle y pese a los fallos que sí cometió el periódico, la caricatura de la periodista suena falsa para cualquiera que haya trabajado en una redacción y afecta a cómo habla y se comporta el personaje casi todo el tiempo. Para completar el brochazo sexista, llorar al darse cuenta del error es la única hazaña de la periodista, que no puede disputar los hechos porque murió en 2001 por sobredosis de medicamentos a los 42 años (Jewell murió a los 44 en 2007 por complicaciones de diabetes).

El filme de Eastwood es un alegato contra la prensa y contra el FBI en supuesta defensa del hombre blanco que no ha conseguido el dinero, la fama o la familia que quería pero que intenta actuar por el bien común. La película, basada en un artículo y un libro bien documentados, elige con una agenda evidente qué detalles ocultar.

(Spoiler alert. Si quieres evitar los particulares, salta al siguiente párrafo). Uno de los momentos cumbre de la película es cuando el abogado de Jewell camina la distancia entre el parque olímpico y la cabina desde donde se hizo la llamada de amenaza de bomba y se da cuenta de que es imposible que Jewell llamara y estuviera en el parque en el momento en que alertó de la bomba. El problema es que en realidad el primero que hizo ese recorrido no fue el abogado sino un periodista del Atlanta Journal y esto tuvo consecuencias directas para la investigación. El periódico fue el primero que publicó que el FBI estaba investigando a Jewell (una noticia cierta) y contribuyó al retrato estereotipado y acelerado del sospechoso, pero también fue el primero que publicó el dato que hizo tambalear la investigación.

El circo de las televisiones en esos años en que arrancaba el cable es real, pero también son reales las piezas escépticas en la prensa sobre la falta de pruebas del FBI y las nuevas pruebas que no encajaban en el cliché injusto y lleno de prejuicios del fracasado solitario que quería notoriedad difundido por algunos periodistas y comentaristas en algunos medios.

La realidad es que, pese a sus muchos errores arrastrados por las fuentes oficiales, los periodistas acabaron haciendo bien su trabajo. El valor de la prensa está a menudo en nuestra capacidad de rectificar y el mayor test de calidad es cuando sucede algo que contradice nuestros prejuicios o publicaciones previas. Uno de los mejores consejos para ser periodista: desconfía de lo que ves y de lo que oyes, sobre todo cuando encaja en tus ideas preconcebidas sobre una persona, una historia o un lugar.

La agenda de Eastwood es evidente, pero sus errores se pueden tomar como una lección contra la tentación en la que también caemos los periodistas, a menudo más por pereza o prisas que por malicia: las caricaturas de las personas y los colectivos de los que informamos. Los periodistas, ni siquiera los más agresivos, imprudentes y poco éticos, no son como los pinta Richard Jewell. Algunos hechos de por qué no es así, en este caso concreto, son accesibles a cualquiera que tire de la hemeroteca. Otros son más fáciles de conocer desde dentro y esto es algo que no se nos debe olvidar cuando nos asomamos a las realidades de los demás.

Los matices de la realidad casi nunca encajan con nuestros prejuicios. Si encajan, acuérdate de Richard Jewell o de Kathy Scruggs.

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